Deseo de cambio y voluntad de poder

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En junio de 1989 en unas elecciones parcialmente libres, en las que el régimen comunista se reservó el 65% de los escaños del parlamento, la sociedad civil polaca agrupada en torno al sindicato Solidaridad obtuvo una gran victoria.

Fueron unas elecciones inéditas en un país comunista en el que el gobierno presionado por Solidaridad y tras un largo proceso de negociación aceptó convocar a elecciones.

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La campaña fue muy limitada porque todos los medios de comunicación estaban controlados por el partido comunista, que continuamente trataba de confundir a la población sobre los candidatos postulados, llegando incluso a presentar candidatos con los mismos nombres de los de Solidaridad.

Sin embargo, el sindicato había logrado tejer un gran entramado en todos los espacios de la sociedad polaca, que trascendió lo meramente electoral, de tal suerte que ninguna forma de abuso de poder impidió el triunfo de esta organización. A pesar de que eran pocos los cargos a elegir, su resultado impulsó los cambios necesarios para que se realizaran en 1990 las primeras elecciones libres en las que resultó electo el líder de Solidaridad Lech Walesa.

En poco tiempo ocurrió lo impensable, el invencible partido comunista fue desplazado del poder y la democracia comenzó a dar tímidos pasos luego de casi cincuenta años de totalitarismo.

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La historia polaca y otras tantas que han ocurrido en América Latina, dan cuenta de un hecho que es fundamental dentro de la política comparada, cuando nace en los pueblos el deseo de cambio y la esperanza de un futuro mejor, es muy poco lo que puede hacer el “establishment” contra esa fuerza.

Durante la segunda mitad del siglo XX Venezuela fue dominada por el bipartidismo y especialmente a partir de 1973, Acción Democrática y Copei aglutinaron más del 70% de los votos. Incluso después del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez cuando proliferaron las denuncias de corrupción, y en los años ochenta, cuando producto de la crisis de la deuda externacomenzó a caer dramáticamente la calidad de vida de la gente, el pueblo siguió apoyando a los partidos tradicionales.

Las élites hicieron una lectura equivocada de la realidad y dieron la espalda a importantes reformas institucionales y constitucionales que a nuestro juicio hubiesen profundizado la democracia y aliviado el malestar ciudadano.

Es indudable que el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 capitalizó el descontento generalizado originado por las políticas económicas implementadas por el Presidente Pérez y convirtió a su líder, Hugo Chávez en la esperanza de cambio para millones de venezolanos hartos de la corrupción y la ineficiencia del bipartidismo.

Sobreseída su causa por el Presidente Caldera, Chávez descartó la vía insurreccional y se dedicó a recorrer todo el país, y a escuchar a la gente. Los partidos tradicionales reaccionaron contra el fenómeno Chávez, y para las elecciones de 1998 recurrieron a técnicas de contrapropaganda dirigidas al ex – militar, desatando toda clase de rumores acerca de expropiaciones masivas y violencia generalizada que ocurrirían de llegar el teniente coronel al poder.

Todos conocemos el desenlace de esas elecciones: Hugo Chávez, ganó y se convirtió en el principal protagonista de la política venezolana.

Dieciséis años después, nos hallamos en una encrucijada similar a la de 1998. Después de tantos años sin alternabilidad, el gobierno luce sin brújula, perdió su magia y la conexión con el pueblo. Lamentablemente el PSUV como partido surgido y organizado desde el poder no ha contribuido en nada al debate sobre la necesaria y urgente rectificación del gobierno.

A menos de un mes de las elecciones parlamentarias las principales encuestadoras del país como Datanálisis, Delphos y Venebarómetro señalan que aproximadamente 8 de cada 10 venezolanos quiere cambio. Es poco probable que en el tiempo que queda y dado lo corta que será la campaña electoral se modifique esta tendencia.

Esto no significa que la victoria de la Mesa de la Unidad Democrática este asegurada, por las razones que hemos explicado en oportunidades anteriores, tales como el diseño de las circunscripciones electorales, el ventajismo por parte del gobierno y la ausencia de un árbitro electoral imparcial. Lo que es necesario destacar es que el deseo de cambio ya esta instaurado en la mente y en la conciencia de los venezolanos.

Como bien lo dijo el teórico de la democracia Jean Jacques Rousseau, la voluntad general es el soberano mismo, y los gobiernos no pueden desoírla por mucho tiempo.

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