Un clásico del cine norteamericano, “Los caballeros las prefieren rubias”, en cuyo papel principal Marilyn Monroe logró dejar para siempre en sus admiradores, no sólo una excelente actuación, sino el acento de la rubia tonta y vacía que marcaría para siempre el estereotipo femenino de ciertas comedias hollywoodenses, nos lleva a pensar en la impronta que sigue marcando la visión de la imagen publicitaria en la Venezuela de hoy: Hombres y mujeres blancos, de rostros con ojos claros -aunque labios voluminosos en la última década- sigue habitando el imaginario de vendedores y compradores de vestimenta deportiva, trajes de baño, maquillaje y las escasas pasarelas de modelaje que se resisten a desaparecer en un país nacido y poblado desde el mestizaje.
Desde sus comienzos, Hollywood manejó diestramente la doble moral típica de la sociedad norteamericana conservadora. Unos más, unos menos, los directores de los comienzos y el llamado sistema de estrellas, crearon y manipularon la personalidad de sus actores y actrices principales. Ello explica por qué cuando revisamos la galería de fotografías de los primeros años del cine, abundan las actrices con cara de chicas impolutas. Es posible que haya incidido, la que para el momento era la reciente incorporación de la mujer al trabajo industrial, como consecuencia de la masiva inmigración llegada a tierras americanas.
Incorporación laboral que iría unida a las primeras luchas por el derecho al sufragio y las dificultades de adaptación a una sociedad desconocida que no siempre acogía al inmigrante de buena manera. En dicho contexto es fácil prever que la soga siempre revienta por lo más delgado y fue el sector femenino el más afectado exterior e interiormente. El cine jugaba un papel homogeneizador dentro de los grupos que conformaban las masas trabajadoras, especialmente a través de la difusión de valores. Y dentro de estos últimos, estará presente el temor a darle demasiados privilegios a la mujer, de la cual es preferible ofrecer una imagen idílica y aniñada. La serie de actrices con rostros casi infantiles, de raza blanca, delgadas e incluso de baja estatura es bastante larga desde la época del cine mudo. Charles Chaplin escogía a sus co-protagonistas de acuerdo a esta apariencia. Apariencia que no siempre tenía que ver con su esencia cotidiana, especialmente cuando afectaba la vida personal de Chaplin.
Imagen infantil que atravesará a las protagonistas femeninas durante un largo trecho en la historia del cine, en una especie de sublimación masculina de una realidad que empieza a desbordarlo. La incorporación progresiva de la mujer al trabajo en la calle, generó una serie de mensajes subliminales relativos a lo que se consideraba una conducta femenina adecuada, tales como resignación, apego al hogar, marido e hijos, religiosidad, decoro, en fin, todos los signos demostrativos de una mujer “decente”.
Las primeras “divas” cinematográficas, como Jean Harlow y PolaNegri quienes hoy parecerían monjitas de la caridad, tuvieron serios problemas en su vida cotidiana pues los Estudios obligaban a actrices como Lilian Gish, Mary Pickford, CaroleLombard, a llevar una vida pública alejada de lo que reflejaban en pantalla. Pocas escaparon de esta especie de fiscalía de la moralina, entre ellas Mae West, una gorda rubia cuyo humor hacía olvidar cualquier reclamo en contra de lo que sería un claro ejemplo de obesidad.
Muchos años después del cine mudo, ya avanzada la industria cinematográfica, las divas norteamericanas conservaban el aire de rubias tontas, recordemos a Doris Day, la novia de América. Al Otro lado del océano, en Inglaterra, Alfred Hichtcock las incluía en sus siniestros guiones para convertirlas generalmente en víctimas. Y al norte del sur del continente, nosotros seguimos valorando hoy, aunque digamos lo contrario, los rasgos y blancura anglosajona, aunque bailemos al repique del tambor y estudiemos la presencia de Africa en nuestras tradiciones.
