Del Guaire al Turbio – El manto rojo

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Alguien me dijo: “Los venezolanos somos tan flojos que hasta nuestra Patrona aparece sentada”. ¿Será cierto? Tal vez, pero vamos a verlo de otra manera.

El 11 de septiembre, día de Nuestra Señora de Coromoto, Patrona de Venezuela y de Caracas, cayó este año en domingo. En casa lo festejamos. Todos los domingos, mi hermana Berenice y yo recibimos para almorzar a familiares y amigos. Continuamos una tradición. Éramos siete hermanos y la mesa de nuestros padres fue siempre muy concurrida, hoy no podemos conformarnos con la soledad por los ausencia de los que Dios se llevó, ni por la provocada por la diáspora que ha separado a la familia venezolana, consecuencia del error político, histórico, social y económico que soportamos ya casi 18 años. Mi hermana y yo siempre queremos tener personas a almorzar mientras podamos ofrecer algo que comer; hasta ahora hemos podido sortear la escasez con buena voluntad, imaginación e inspirados reciclajes. Es nuestro único lujo, digo mal, no hay tal, es el sencillo placer de tener ese open-house dominical.

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Este domingo 11 de septiembre recién pasado, fuimos siete a la mesa: nosotras, dos sobrinos y tres personas amigas. Para dar carácter de festejo a nuestra Patrona, saqué la única botella de vino que nos quedaba, un tinto de Rioja, con toda su solera castellana. ¿Por qué quería celebrar la fiesta? Por agradecimiento sincero y devoto a nuestra Patrona. Le había pedido y animado a otras personas a hacer lo mismo, una protección especial a los participantes en la marcha de la oposición el 1º de septiembre. Acuérdate, Señora -le dije- que el pueblo venezolano, con todo y sus supersticiones ingenuas, es eminentemente mariano. Hasta las sectas de nuestros hermanos separados que no te reconocen como Madre de Dios y en cierta forma te combaten, han tenido que bajar de tono y cambiar de táctica para atraer a sus filas, no les vaya a suceder como el día en que iban a bautizar a una señora mayor con la inmersión en el río y, al lanzarla a éste, ella gritó espontáneamente y un tanto horrorizada. “¡Divina Pastora!” Se acabó la ceremonia. Madre nuestra -continué- absorbe este día en tu manto todo lo rojo, rojito y la sangre. Ella cumplió: la marcha no fue sólo un éxito de multitud, sino de paz, de ausencia de violencia, de confraternidad.

María tiene miles de advocaciones en el mundo, se distinguen por el vestido que llevan sus imágenes. Como decía el cardenal José Alí Lebrún, ella es mujer y coqueta: ¡le gusta cambiar de traje! La mayoría de estas advocaciones lucen mantos azules o blancos, las dolorosas negros o morados; otros colores poco aparecen y, el rojo, no lo recuerdo sino en nuestra Virgen de Coromoto. Quizás tiene que ver con nuestro carácter, apasionado, díscolo y alegre. Los videntes de la Virgen más conocidos, todos quedaron subyugados ante ella desde el primer momento: Juan Diego, Bernardita, los pastorcitos de Fátima. El cacique Coromoto no, se le rebeló, huyó, ella lo fue a buscar y él quiso atravesarla con su flecha, lleno de rabia se le fue encima y María le dejó en la mano el pequeño medallón que hoy veneramos en Guanare. Sólo a la hora de su muerte por la mordedura de la serpiente, la escuchó, se bautizó y ordenó a su pueblo que volviera a la misión a recibir la doctrina cristiana. El manto rojo al fin lo arropó de amor.

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