Néstor Betancourt: Quisiera conjugar todos los mundos posibles

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I El Salón

Un conversador y generoso Néstor Betancourt comparte conocimientos y técnicas frente a uno de sus cuadros que exhibe el recién inaugurado Salón de Artes Visuales Ciudad de Barquisimeto, cuya décima edición es en su homenaje.

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El artista plástico explica que la base es acrílico, luego aplicó el óleo y creó las líneas discontinuas de color para destacar las formas de un desnudo femenino. Al pasar frente a otro cuadro, recuerda que fue hecho tras ir vertiendo en el soporte restos de pintura no utilizados. “Los voy tirando allí y eso va dando la textura, después hago los trazos, aunque en éste están muy definidos, quiero lograrlos más difusos, como lo hacía Reverón”.

Entre palabras y palabras, accede a posar para las fotos de ocasión dejando a un lado las muletas que le ayudan a desplazarse, luego de una lesión en un pie.

Vuelve a la carga, tiene mucho que contar, sus vivaces ojos van de un interlocutor a otro, como buscando la afirmación a su verbo. En solo cinco minutos, relata una divertida travesía por la historia de la pintura nombrando a representantes de lujo. Así, narra el devenir de lo figurativo, la ruptura de la forma de los impresionistas, la vuelta a la estructura con Cézanne (Paul), la genialidad de Picasso (Pablo) al atrapar el tiempo en sus cuadros con diferentes planos de un retrato, imágenes congeladas en distintos instantes. Nunca fue tan fácil entender el cubismo…

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Betancourt rememora cuando asistía al taller del maestro Jorge Arteaga, donde muchísimas veces su labor fue solo observar cómo el artista mezclaba los colores, en el sagrado silencio del aprendiz que absorbe técnicas y mezclas, fija movimientos, líneas y figuras, que expresará luego en sus propias creaciones.

“Yo mezclo los colores en la paleta, no en el lienzo”, aclara justo en el momento cuando Arteaga se acerca a saludarlo. El encuentro es afectuoso y de mutuo respeto.

“A Orozco (Trino) lo embromó el aguardiente y a Requena (José) las mujeres”, lanza Betancourt, y los vivaces ojillos azules de Arteaga asienten con picardía.

“Requena era todo en caballero, en su hablar y actuar con las damas”, aclara Betancourt.

Son muchas las historias que contar, entrecortadas por saludos, felicitaciones y más fotos grupales.

El salón comienza a quedarse vacío, ya muchos artistas se han marchado. Betancourt se despide, alegre y satisfecho.

II El taller

En su taller de arte, donde Betancourt no había estado desde hace tres meses, todo va sobre ruedas, literalmente, porque el artista se encargó de colocarle rueditas a su mesa de pinceles, a las sillas, a otras mesitas auxiliares y hasta el caballete, construido por él mismo, posee unas diminutas ruedas para ajustar la altura del lienzo. La tarde, calurosa y soleada, es testigo de la conversación.

¿Qué de su nativo Biscucuy está en el universo vegetal de sus obras?

-Sí, allá hay mucho verde porque hay siembra de café, un cultivo que protege la naturaleza, ya que el caficultor debe sembrar muchos árboles que den sombra al cafeto porque o sino el sol lo destruye y entonces deja el terreno pelado, un tiempo cuando la tierra queda desnuda. Destruye todo ese mundo orgánico, animal que está dentro de la tierra. Cuando yo estaba pequeño escarbaba la tierra y había muchas lombrices, era normal ver caracoles, mariposas, hoy en día no hay de eso.

El artista reivindica sus orígenes al recordar que su papá era campesino nato y su mamá maestra de escuela. Su plan era ser arquitecto, pero un primo, quien tenía gran ascendencia sobre la familia porque “venía de Caracas” le dijo que eso era muy difícil. Eso bastó para que dejara esa idea de lado, aunque la arquitectura nunca lo dejó a él. Es así como en su mente ha codificado los espacios desde Barquisimeto a Duaca y dónde deberían ir las avenidas, las paradas, los cortes de la montaña para hacer un parque, las calles, cada cosa. Además, el arquitecto sigue construyendo paisajes, jugando con elementos orgánicos, geométricos, “pongo elementos arquitectónicos en mis cuadros, sigo inventando espacios”.

En cuanto a la pintura, afirma que “fue hecha para que el hombre se entendiera a sí mismo y al mundo, porque la pintura y el arte en general abarcan aspectos psicológicos, sociales, científicos, estéticos y visuales”.

-La pintura no está aislada de las motivaciones del ser humano. Una de las temáticas actuales es el ambiente, cómo lo estamos destruyendo y nos estamos quedando sin recursos naturales. Los cuadros de Villalón (Armando), por ejemplo, son llamados de atención sobre un espacio, el Valle del Turbio, al cual lo están transformando en un barrio, porque quienes recibieron una parcela para la siembra la están vendiendo para levantar allí un rancho. Si el terreno se le vende al sector privado, peor, porque levantarían urbanizaciones, como ya lo han hecho. El único destino que asegura la preservación del Valle es transformarlo en un parque como el Botánico de Caracas.

¿Qué tesoros ha encontrado en la búsqueda de la luz?

-Lo primero, es que me he dado cuenta de que hay colores que la gente no ve y también de que hay pintores que nacen con una intuición y una gracia hacia el color, que yo no tengo, pero que he conseguido con la lógica porque yo trabajo con ecuaciones matemáticas.

Si a mí me ponen a pintar visualmente estoy “raspao”, porque soy técnicamente ciego; entonces inventé una especie de codificación matemática y con base en esas fórmulas es que elaboro mis mezclas y las coloco en la tela, por eso es que resultan muy atrayentes. Hay pintores que me porfían y me dicen “usted utiliza colores fosforescentes”, pero no es así, lo que pasa es que como las mezclas son perfectas porque la matemática es perfecta, las armonías son muy hermosas. Visualizo cuál es el color que va en la sombra y cuál en la luz y ahí voy creando la armonía cromática, primero en la mente.

Para mí pintar es difícil, no es aquella cosa pasional, de entrega y locura, lo mío es calculando y planificando dónde estoy y cómo voy, así va surgiendo la sorpresa de la imagen, a medida que voy canalizando hacia donde quiero ir.

Fui creando una codificación de matices: agarro los colores, hago las mezclas y las meto en los tubos. Así obtengo todos los tonos a usar, los tengo por grupo: los violetas, los rojos, los azules, los amarillos, los verdes…

Todo esto requiere mucho trabajo, por eso para mí pintar no es una cosa tan emotiva sino algo que me cansa mucho, empiezo en la mañanita a hacer las mezclas y a veces es mediodía y estoy en eso.

En algún momento estuvo a punto de abandonar la pintura porque no se sentía satisfecho con lo que había hecho…

-Sí. Y me fui a Biscucuy, a pintar los paisajes en vivo, a ver la naturaleza y los colores. Volver a mi mundo, donde yo caminaba, donde buscaba qué símbolos me hicieron pintor. Porque la vida le da a uno símbolos, frases de la gente.

Las mujeres y la soledad son temas recurrentes en su obra.

-Sí, no vas a conseguir en mi pintura cosas alegres. Me gusta mucho la pintura de Renoir (Pierre Auguste) es la que veo más bella, más dulce, más encantadora. Esas muchachitas con los cachetes rosaditos jugando pelota a pleno sol, cuya sangre se adivina en el rojo de sus orejas, aquel sudor que baja por su cara. Eso lo admiro mucho y me gusta mucho pero no nace en mí hacerlo, quizá porque la vida mía ha sido más difícil.

He tenido que enfrentar muchas cosas por ser pintor, lo primero fue enfrentarme a golpes con mi papá, quien quería que fuera comerciante. Era un buen plan, pero era el plan de él. Sin embargo, tuve un tío muy alcahueta que me llevaba colores al óleo cada vez que volvía de sus viajes a Caracas y me los daba escondido para evitar que papá supiera. Si mi papá me veía pintando, estrellaba los tubos de pintura contra la pared y yo veía el contenido chorreando. Eso me daba mucha rabia.

¿Cuántos años en la pintura?

Son 32, desde que comencé cuando tenía 20, y con algunas épocas de aislamiento, una de ellas debido al cáncer. Esa vez perdí el habla porque la enfermedad, un linfoma de Hodking, me afectó una cuerda vocal; y ahorita, que me dio el carcinoma y me “mocharon” la lengua. Es una cosa curiosa, parece que alguien quiere callarme. Pero he buscado no detenerme.

¿Qué lugar ocupa la pintura en su vida?

-Toda. Toda la vida.

Y la gente cercana a mí me reclama eso. Tengo un hijo que me lo reclama y la compañera que he tenido, también. Pero yo no quiero hacer otra cosa que no sea pintar, no quiero dar clase, ni ser herrero.

¿Le sorprendió el homenaje en esta edición del Salón Municipal?

-Claro, da mucho miedo más bien, porque uno comienza a revisarse, a ver qué percibe la gente de uno, cómo me ven las personas, aunque quien verdaderamente da reconocimiento es el tiempo y pone a cada quien en su sitio.

Basta revisar la historia y ver a personas que se llenaron de medallas y reconocimientos, de grandes galas, entonces el loco Reverón (Armando) los mató a toditos, ese mismo que desayunada café con casabe en su Castillete de Macuto.

Aspiro a seguir trabajando bien, lo mejor que pueda. Ahora quiero combinar la técnica de la matemática con la visual, al ir pintando tener esa parte intuitiva, emotiva, visceral y conjugarla con la parte racional. Ver cómo puedo conjugar esos dos elementos, porque al fin y al cabo el ser humano es eso: una parte racional y otra emotiva.

¿Es Néstor el mayor crítico del maestro Betancourt?

-Sí, claro, en Biscucuy somos bobos pero no somos tontos. Y sí, busco ser crítico con lo que estoy logrando. También he tenido la satisfacción de que grandes maestros vean como sigue mi trabajo, entre ellos Ángel Hurtado, quien decía que yo tengo una armonía muy curiosa, muy agradable. Claro, porque allí está la matemática, por eso digo que no soy tan tonto porque yo sé lo que estoy haciendo. Otros maestros como Manuel Espinoza, Ernesto León, también han elogiado mi trabajo. Con esto no siento que he llegado a nada sino que voy bien, por el camino que es, que no he perdido el tiempo, porque es triste llegar al final y darse cuenta de que toda tu vida fue una pérdida de tiempo.

Muerte o vida suspendida

Buscador infatigable, Betancourt quiso conocer la estructura del color de Cézanne: el naranja, el azul ultramar, el viridian o verde thalo. Cézanne coloca como luz el naranja, pero entre el naranja y el viridian coloca el azul y los violeta-rojos y violeta-azul. Betancourt igual busca la luz, queriéndola hacer vibrante en poderosos amarillos y naranjas, también revisa a Van Gogh (Vincent).

Para Betancourt el amarillo es color luz, ya que el blanco no es color. El amarillo es complementario del violeta, y ahí coloca todos los violetas posibles, buscando lo más preciado de la pintura: la atmósfera; busca el misterio de lo invisible: la muerte o la vida suspendida en momentos atemporales.

El mayor color oscuro es el azul ultramar y usa una relación de violetas, azules, rosas y naranjas para ir más allá del impresionismo. Su interés es buscar esas armonías y mezcla de semitonos, así como el desarrollo del volumen integrando la escala de colores y el claroscuro.

Fuente: catálogo de la exposición “El misterio de lo invisible”, Barquisimeto 2012.

Investigador del color

El maestro Edgar Sánchez, Premio Nacional de Artes Plásticas 1998, manifestó su admiración por  Betancourt, a quien calificó como un gran estudioso; resaltó su “exploración en torno al color, sus incidencias en la indagación de atmósferas nuevas y su incansable dedicación a la figura humana”.

Ya en 2011 avizoraba que “la acción investigativa de Betancourt y su gusto por apreciar, disfrutar y degustar la obra de arte, hace que el medio en el cual se desenvuelve le resulte estrecho para su desarrollo futuro”.

En tanto, el profesor y crítico de arte Ramón Azócar, quien ha estudiado la obra de Betancourt, lo inscribe en una nueva generación artística catalogada como “románticos de la luz”,  y afirma que su lenguaje plástico no solo es excepcional sino genuino y personal.

 

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