Por la puerta del sol – Soberanos del tiempo

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“El arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza” (André Mourois)
Un día cualquiera durante las vacaciones salí a caminar por el campo a recibir la brisa suave de la mañana y entregarme a la contemplación de esos cuadros que hace la naturaleza en ocasiones rozagantes, en otras macilentos. Todo aquello me llevó a pensar que tanto en el paraje verde como en el seco la vida mora, que son los extremos los que alejan del equilibrio verdadero la existencia en este mundo imperfecto. Pensaba igual en los sueños de gloria evaporados, en tantos corazones anegados en la amarga corriente del hastío, en el aprendizaje que dejan los errores, pensaba en la alegría que pierde el pensionado al aislarse de su entorno y del mundo, en el cansancio infinito del día que termina y del alba que debe venir. Sobre mi cabeza revoloteaban aves que iban, retornaban y giraban ofreciéndome con sus juegos la perfección de aquel momento.

En esta tierra mía hay tiempo de calor y de frescores. Su gran cualidad radica en la belleza de sus senderos, en la profundidad de sus selvas y en los sauces melancólicos que en la ribera de ríos y lagunas mojan sus verdes cabelleras en sus aguas cristalinas.

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En la culminación de aquel verano las nubes pendían bajas en el cielo cálido, como si estuviera predestinado a la remembranza de otro tiempo guardado en la memoria, más allá pude ver aquella casa de agobiadas tapias, de viejos aleros y aquella hermosa enredadera que secó el tiempo dejándola sin flores, similar a la efímera historia de la vida que va dejando entre folios rugosos una casta de semillas y de versos en cuadernos, los que como aquellos libros, tal vez envejezcan sin hallar lector.

El ilusorio ayer es un recinto de figuras inmóviles de cera y de reminiscencias que el tiempo va destiñendo en sus espejos, igual que todo aquello que fue nuestro y termina en el olvido. Tarde se hace pronto en el hoy del disfrute, del aprendizaje y creación de enjambres de cometas, de infinitas ilusiones y atrevidos retos.
¿A dónde se van los furores? ¿A dónde se va el amor que aparece radiante y los torvos horizontes escritos de antemano? ¿A dónde se va el amor que ama y se esfuma al final del otoño? La realidad es que estamos llenos más de ausencias que de regresos. La vida es la senda futura y recorrida que vamos llenando de endecasílabos para no pensar tanto en el invierno. Nuestra materia es el incesante tiempo, somos cada solitario instante.
¡Animémonos! Qué más da que el ocaso nos muestre sus frías praderas. Los años no nos restan sueños para hacer versos a la vida y mantener las alegrías hasta el final.

Culmino el presente tema con el hermoso poema “Ocaso” cuyo autor es mi amigo Rafael R. Gonzáles Bernal (Gonzalito)
Adiós luz que orientas mi destino, adiós luces gigantes del camino.
Cuan faro titilante en gran plegaria, te ocultas lentamente en la colina.

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Cuando tú te vas las nubes se adornan de un rojo escarlata, el cielo, los montes y la tarde gris se visten de plata.
Qué importa que tú te vayas de tarde, mañana temprano vuelves a salir.
Y así va la vida y así va el destino brillante hoy la ruta,
Más tarde oscurece la vía del camino…

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