Del Guaire al Turbio – Nefelibata

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No te rías, pero sí, yo persigo sueños, aro en el mar y siembro en el viento.

Vago por la soledad de la imaginación poblada de fuegos fatuos. Hurgo en la fantasía refugio de los ausentes. Ando, camino, deambulo buscando la meta del andariego que es ninguna. Voy por allí buscando mariposas transparentes y algún colibrí estático, libando en un solo cáliz. Nada en la memoria, salvo el grito del silencio. Desocupada la mente en tinieblas y en espera del rayo de luz de una idea, la verdad, la certeza, una fe, un incentivo de lucha. No descansa el descanso. El dormir es vigilia, el crepúsculo aurora. Y sin embargo, así hay que vivir.

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Me he referido al alma, ¿pero qué tal si a la patria? También recorre sendas de incertidumbre. No hay profecía que valga. Todo es inesperado e inédito porque viene de orates satánicos.¿Quién puede predecirlos? Sólo que siempre inventan nuevas infamias y masacran al pueblo que protesta, con ansias de liberación, justicia y paz. Es un grito unánime de todas las generaciones, desde la cuna al cansancio final; de todos los rincones, de la selva al llano, al estero, de la playa a la cumbre nevada, al lago, al río, a la trocha. No hay vacío de ansiedades. La tierra palpita y en lucha feroz enjuga sus lágrimas. Siguen adelante sus hijos persiguiendo anhelos legítimos, tras la estrella polar de la esperanza.

¿Quién no quiere escampar bajo su propio techo? ¿Quien no quiere sentarse tranquilo a la mesa y bendecir los alimento servidos? ¿Quién no quiere llevar de la mano a su hijo a la escuela y dejarlo seguro? ¿Quién no quiere un trabajo estable, sin sobresaltos por tener que asistir a aplaudir y exaltar asesinos? ¿Quién no quiere en domingo cumplir con su fe religiosa, la diversión y el reposo? ¿Quien no quiere la serena contemplación de los hijos jugando felices en plazas y parques? ¿Quién no quiere ir a gozar del espectáculo artístico o deportivo sin escuchar sirenas ni temer la salida tardía? ¿Quién no quiere tener seguridad en su casa, su calle, su barrio, su ciudad, sin vivir de la alarma? ¿Quién no quiere llegar a la farmacia y encontrar la medicina que busca para aliviar un dolor, una fiebre, una infección o curar una herida?

Todos, del bando que sean, queremos lo mismo: una coexistencia pacífica donde reine la tolerancia, la solidaridad, el respeto al otro, la cooperación, la fraternidad, el compartir, es decir, que nos dejen vivir y no sufrir el constante acoso de unos pocos energúmenos convertidos en autoridad, sostenidos por las armas, el narcotráfico, con un provecho personal de colosal e inmoral magnitud económica que ha reducido el país a cenizas.

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Hoy nos ponemos en pie para llenar la calle, caminar la ruta de la esperanza, con la fe en alto. La meta está cerca. Venezuela se desviste de la ignominia porque ésta no aguanta más la pujanza de un pueblo decidido y valiente que desafía la saña, que confía en Dios y conquistará su destino de libertad, justicia y paz.

Lo digo con firmeza aunque alguno me tilde de nefelibata (del griego culto, nephele “nube”; bates“el que anda”): persona soñadora, que anda por las nubes.

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