Desde mi ventana: El miamorismo

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Pasé unos días en un país pequeñito, de los llamados en vías de desarrollo, y me produjo una desazón inexplicable el trato que recibí de parte de los empleados en lugares a donde acudí: comercios, farmacias, restaurantes, cines… Registré la causa de esa desazón y la conclusión fue dolorosa: era una tristeza profunda por el contraste entre ese paisito y mi país. El ser tratada con cordialidad y esmero me hacía sentirme rarísima porque en Venezuela nos hemos ido acostumbrando a ser tratados de la peor manera o de la manera equivocada.

El trato que recibimos en oficinas públicas y privadas, en restaurantes, en comercios, en fin: en todas partes, es cada vez más denigrante. Uno percibe, muy a menudo, una especie de malestar de parte de quienes sirven o atienden.

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No obstante, quiero destacar que convive con este maltrato el lenguaje del “miamorismo” que a fin de cuentas se traduce en la misma falta de respeto pues ambas conductas tienen un origen similar: el modelaje indiferente e inapropiado de parte de los jefes (líderes y dirigentes) y una educación que ha descuidado la formación de la empatía, que no es otra cosa que aprender a colocarse en el lugar del otro, guardando las normas elementales -modos y formas- de la convivencia.

La proliferación del “miamorismo” se da porque quienes lo aplican creen que es una forma de atender bien. Y es, simplemente, una errada concepción de la comunicación interactiva.
Hace cosa de unos meses almorcé en un restaurancito en Barquisimeto. El mesonero -atentísimo- me llevó hacia una mesa y enseguida me preguntó:

-Mi reina, ¿qué te traigo de tomar?
Me senté, lo miré muy seria y le indiqué mi pedido. El mesonero salió veloz, mientras decía:
-Mi amor, voy a ver si hay lo que pides.
El almuerzo transcurrió con todas las gamas del “miamorismo”. Y conste que a los caballeros presentes se les daba también un trato muy particular: mi pana, mi caballo, mi doctorcito, mi prócer… Cuando me retiré a pagar, se lo comenté al dueño o gerente del local.
-El mesonero que me atendió es ágil y bien dispuesto, lo felicito, pero usted debe advertirle que no trate a los clientes de… -Y le expuse todos los epítetos que le había escuchado durante el almuerzo.

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El señor se me quedó mirando, alzó los hombros, me cobró y no dijo ni pío. Entonces me fui a donde estaba el mesonero, y al darle la propina y le susurré:
-Haces muy bien tu trabajo, pero para que sea mejor debes dejar de tratar a las clientas de mi amor, mi reina, mi cielo. Al menos yo no me siento cómoda.

El muchacho se quedó estupefacto, y asintió: Sí, señora…
Guardo la esperanza de que alguna reflexión quedara en su cabeza… Pero no puede ser un hecho aislado. Es pertinencia de todos participar en la modificación de estos tratos inadecuados. Muy especialmente quienes ejercen jefaturas.

En una oportunidad me correspondió dirigir una campaña interna en la institución donde trabajaba. La directiva la había solicitado a fin de erradicar “el miamorismo” en la atención al público. Dado que los directores eran muy espontáneos, más de uno –incluido el presidente- llamaba por teléfono a las oficinas capitalinas y del interior a ver qué les respondían. Por supuesto, los “miamores” continuaban campeando.

El seguimiento a la campaña se convirtió en un reto colectivo. Cuando la respuesta era celestial (mi cielo, mi sol…) o endulzada con “papitos” y “mamitas”, la reacción no se dejaba esperar:

-¿Ya usted pasó por el curso de atención al público?
En los seis meses de la campaña algo se logró, pero sé que la fuerza de la costumbre sigue haciendo estragos. Estoy segura de que solo un curso no basta. Para que la modificación sea efectiva tiene que ser parte de un modelo de educación general, donde participen las escuelas, los liceos, las universidades y los medios de comunicación.

Y hay que dirigirlo como campaña ciudadana a toda la población. No es responsable dejar pasar o ignorar este tipo comportamiento social. Al menos debemos intentar contrarrestarlo desde nuestros espacios. Parte de los activos de un país es la educación ciudadana de donde deriva el buen trato (y el trato apropiado) entre niños, jóvenes y adultos.

Hace unos días me llamó varias veces por teléfono un funcionario para solicitarme una diligencia. El joven (creo que lo era) tenía un repertorio de “miamorismos” tan infinito que resolví escribir este artículo, atendiendo a la idea de que al presentar a los lectores opiniones, posiciones y tendencias se comparte lo que pensamos, sentimos y vivimos, aunque sea por coincidencia, contraste o diferencia. ¿Por qué lo digo? Porque no sé si los demás experimentan con la misma intensidad esta desazón que me produce el trato inadecuado y “el miamorismo”..

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