#OPINIÓN La Década del Fascismo

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La década correspondiente a los años 30, durante el siglo pasado,  comenzó con muy mal pie para la humanidad. El colapso financiero que dos años antes había sacudido la bolsa de Nueva York, irradiaba su devastadora influencia en todo el mundo civilizado. En ese momento el fascismo cada día cobra mayor espacio en Europa impulsando un profundo sentimiento nacionalista en aquellos países abatidos por una grave crisis económica. En Alemania se promulga una ley de esterilización “para la protección de la raza aria”, mientras en Italia, Benito Mussolini impulsa la creación de un nuevo imperio que toma plazas en el empobrecido norte de África  tratando de reeditar la grandeza del Imperio Romano.

La historia posterior la recordara como la década del fascismo. En 1933,  Adolfo Hitler conseguía la ascensión al poder por vías totalmente legales. Para ello, se sirvió de las frustraciones de los alemanes para presentarse como el único capaz de reparar esas insatisfacciones. Pronto convirtió la República en un régimen totalitario. Desde el punto de vista político, asumió todo el poder, acabó con la oposición (tanto la exterior como la del propio partido) y convirtió Alemania en un estado unitario y centralizado. En cuanto a la política social, se basó en el racismo o jerarquía de razas. Los judíos fueron especialmente perseguidos.

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Se reporta igualmente durante esta década, un gran desarrollo de la física y consecuencialmente de la gran industria bélica, la cual se preparaba para una gran conflagración mundial. Los gobiernos, sin importar la naturaleza de su origen, abusan de la censura de los medios existentes para difundir sus doctrinas e imponer sus particulares criterios ideológicos. En ese intrincado proceso, la fotografía testimonial cobra un auge sin precedentes y en los diarios de la época, el reportaje fotográfico inaugura un nuevo género periodístico. La radio es el gran descubrimiento del momento, tanto así que el Papa Pío XI la utiliza como un valioso recurso para la propagación de la fe cristiana.

El presidente norteamericano Teodoro Roosevelt también se apoya en el novedoso medio de la radio para exponer en espacios de 5 horas promedio, unos diálogos ciudadanos, donde explicaba a los estadounidenses el tenor de sus actuaciones. Para ese instante el cincuenta por ciento de la población norteamericana poseía un aparato receptor en sus viviendas. En 1931, se inician las primeras trasmisiones experimentales de una señal de televisión en ese país, dos años más tarde, durante la navidad de 1933, se realiza una transmisión por radio, a todo el mundo, consistente en el tañido de las campanas de la iglesia cristiana de Belén. Ese mismo año el partido nazi inicia el boicot contra la economía en poder de los judíos.

El desarrollo de poderosos medios masivos para comunicar y difundir nuevos, o viejas ideas, según vaya el gusto del gobernante, representaba la mayor revolución del conocimiento luego de la invención de la imprenta de tipos móviles. Al igual que en el medioevo, el poder trató de reservarse para si la potestad de obtener el mayor provecho de estas novedosas invenciones. La prensa en capacidad de realizar  numerosas ediciones se convirtió rápidamente en un instrumento de propaganda, y casi de inmediato, con la radio, se hizo un tanto igual. Recordemos que en la edad media, un libro era editado solamente si el rey lo autorizaba, previa consulta y concesión del derecho.

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Para alcanzar y luego mantener el inmenso poder que administró, Adolfo Hitler utilizó la información a la que transformó con mucha habilidad, en propaganda. Es así cómo la propaganda desempeñará un papel fundamental en el desarrollo y consolidación del nazismo. Prueba de ello es que sólo unas semanas después de la ascensión de Hitler al gobierno se creaba el Ministerio de Propaganda, dirigido por Paúl Joseph Goebbels. Siendo esta la gran aportación del nazismo al campo de la comunicación política, toda vez que sentó las bases de la propaganda moderna.

En esta parte de la historia, la figura de Goebbels comporta un rol fundamental. Podría decirse que su gestión era similar a la de un director de orquesta. Este frío y calculador personaje, dio nuevas bases a la teoría de la comunicación de masas, así como un nuevo sentido a la propaganda, muy en especial a la propaganda de guerra. Bajo su influjo se concibió una especial manera de llevar a cabo las tareas de proselitismo político, creando la oportuna justificación a la aventura militar que Hitler preparaba contra toda Europa y el mundo civilizado.

Goebbels era un tipo pequeño, delgado, de pelo negro y con una pierna más corta que la otra. En realidad estaba muy lejos del genotipo ario que tiempo después ensalzó con tanta insistencia. Ridiculizado y humillado durante su infancia, posteriormente fue rechazado en el servicio de reclutamiento durante la Primera Guerra Mundial. Mas tarde, compensó su «deficiencia física» con un intelecto supremo. Cínico, inteligente, solitario y radical, juró vengarse y  así lo hizo. Más que nadie, Goebbels fue el responsable de propagar y popularizar las ideas del partido nazi, inclusive antes de que llegara al poder. Con su refinada demagogia no sólo ridiculizó y atacó a sus adversarios, también conquistó a las masas con un plan de medios sumamente novedoso para su tiempo.

En sus diarios alguna vez escribió: «No hay necesidad de dialogar con las masas, un slogan es mucho más efectivo. Estos actúan en las personas como lo hace el alcohol. La muchedumbre no reacciona como lo haría un hombre, sino como una mujer, sentimental en vez de inteligente. La propaganda es un arte, difícil pero noble, que requiere de genialidad para llevarla a cabo. En su opinión los propagandistas más exitosos de la historia han sido Cristo, Mahoma y Buda».

Los  resultados de su exitoso trabajo hacen posible que se hable «de la sociedad alemana de los años 30 y 40 como de una sociedad hipnotizada». Su finalidad  y objetivo fundamental era conseguir la identificación del partido con el estado, y, para ello, todos los medios de comunicación debían estar bajo el control estatal. También la prensa pasó a formar parte de ese orden propagandístico, aunque los periódicos siempre ocuparon un segundo plano con respecto a la palabra hablada. La radio y el Cine fueron los medios preferidos para este trabajo.

Joseph Goebbels utilizó prácticamente todos los medios a su alcance para darle credibilidad al movimiento nazi. Se detuvo a medir las consecuencias de cada uno de sus actos, tamizó información y teorizó sobre el fenómeno de la comunicación de masas al definir los puntos básicos de la misma: ventajas y desventajas de la información, público, opinión, canal, mensaje, respuesta, etcétera.

Además de marchas, mítines y actos oficiales, las ideas de Goebbels para «purificar el espíritu alemán» llegaron a la población en forma de programas de radio, producciones cinematográficas como  «El triunfo de la voluntad» de Leni Riefenstahl, documentales antisemitas y de eutanasia, transmisiones de TV  tal cual como se opero con los Juegos Olímpicos, boletines de prensa, y por supuesto, muchos afiches e impresos.

Al final, con la muerte de Hitler y la inminente llegada de los ejércitos aliados, Goebbels planeó su último acto propagandístico, quizá el más grande y quizá el más aterrador de todos cuantos imaginó. Mandó quemar todos los puentes de Berlín para que sus enemigos, al ocupar la ciudad, se encontraran con un paisaje verdaderamente desolador. El primero de mayo de 1945, después de envenenar a sus seis hijos, Joseph Goebbels se dio un tiro en la cabeza. Cuentan que sus últimas palabras fueron: «Seremos recordados por la historia como el máximo legado de todos los tiempos o como los criminales más terribles que el mundo haya conocido».

David Welch en su libro sobre el “Tercer Reich” habla de tres medidas para conseguir ese control y uniformidad de la prensa: La primera se refiere al control de los profesionales y de los propietarios. De esta forma muchos periodistas y editores, y con ellos sus periódicos, fueron apartados de la profesión. Aunque también vale decir que periódicos liberales de gran reputación, como el Frankfurter Zeitung, se mantuvieron para dar apariencia de pluralidad.

La segunda medida se refiere al contenido de la prensa. A esta la controló con directivas y las llamadas reglas de lenguaje. Las reglas de lenguaje eran «directrices contenidas en breves instrucciones diarias del Ministerio de Propaganda y transmitidas a todas las redacciones de periódicos del país. Tan pronto como cada director había asimilado dichas instrucciones, estaba obligado a destruir todo rastro de ellas y a firmar una declaración jurada en tal sentido».

Finalmente, la tercera medida consistió en que la casa editora del partido se fue haciendo progresivamente con la propiedad de la inmensa mayoría de la prensa alemana. En este contexto cobran importancia la figura de dos personajes. Max Amann quien destaca sobre todo cómo el realizador de la operación financiera que permite “adquirir” la mayoría de los medios impresos alemanes, para consolidar el holding de medios más impresionante del siglo 20.

Amann se sirvió del nazismo para construir el más grande imperio periodístico de la época, de paso logro hacerse de una gran fortuna, mientras el nazismo se sirvió de este hábil negociante para controlar y homogeneizar la prensa del momento. Un segundo personaje de esta tragedia es Wilhelm Weiss, director del Völkischer Beobachter, quién intentó con éxito aunar el control y coerción sobre los medios alemanes de la época, valido de su condición de presidente de la Asociación de Prensa y calidad informativa.

Max Amann y el control de la prensa

En el Tercer Reich, Amann se convirtió en uno de los más poderosos y ricos lugartenientes de Hitler, en un hombre que sabía hacer buen uso de la inteligencia de sus ayudantes. Como jefe del Reich para la Prensa del Partido, sólo tenía que responder ante Hitler. Desde su puesto controlaba todos los periódicos del partido y era en 1939, en vísperas de la guerra, el jefe último de 3.000 directores, al menos 600 administradores y cerca de 8.000  periodistas, para la fecha considerados  empleados públicos.

Como todos los hombres fuertes de un régimen totalitario entre ellos había una gran empatía. Max Amann nació en Munich en 1891. Había servido en el ejército alemán 5 años, durante la primera guerra mundial, donde obtuvo el grado de sargento mayor. Allí  conoce a Hitler y posteriormente entra en el Partido Nazi en febrero de 1920. Desde entonces, se convierte en un activo miembro de la organización. Primero al frente del puesto de agente financiero del partido y también de su  propio jefe. Participó luego en el «putsch» de la cervecería de Munich en 1923. Posteriormente fue electo representante del NSDAP en el ayuntamiento de Munich.

La notable influencia de Amann como miembro del Partido Nazi se notó en el mundo de la prensa. Max Amann fue el gran magnate de la prensa durante el nazismo. Consiguió alcanzar esa posición con la ayuda y apoyo del que era su amigo personal, Hitler. Además desempeñó numerosos cargos dentro de la organización nazi de la prensa  logrando gran poder e influencia en este campo, desde donde  ejercerá la dirección de la Eher Verlag y la presidencia de la Cámara de la Prensa.

Desde 1922, Amann era el director de la Eher Verlag, la compañía editora del partido nazi, a la que convirtió en la gran empresa periodística de la Alemania del momento. Tenía  media docena de corporaciones subsidiarias que controlaban 150 compañías editoras, unos treinta y cinco mil empleados y unos beneficios netos de alrededor de cien millones de marcos en sus mejores tiempos. Este poderoso holding editaba libros, publicaciones periódicas, revistas ilustradas y alrededor de veinte millones de diarios por Alemania y Europa.

Entre las principales propiedades de la Eher Verlag estaban el diario líder del partido, el Völkischer Beobachter, y conocidos periódicos como Der Angriff o el Schwarze Korps, el semanario de las S.S. Además, editaba libros; el departamento de libros había sido creado por Amann en 1923, y sus cuantiosas ganancias se debían a la publicación de lucrativos best-seller, entre los que destacan «Mi lucha», de Hitler, y casi todos los libros de Goebbels.

Además de dirigir la Eher Verlag, Amann pasó también a presidir la Cámara de la Prensa, órgano del nazismo para la dominación de la industria editorial. Esta cámara formaba, junto a otras seis, la Cámara de Cultura del Reich. El origen de la Cámara de Cultura estaba en una ley de 1933 que autorizaba al ministro de Propaganda a organizar en forma de corporaciones públicas las ramas del arte y de las profesiones culturales que dependían de su ministerio su ministerio. Dependiente de la de Cultura, la cámara específica que se ocupaba del control de los periódicos era la Cámara de la Prensa.

Desde 1922, Amann era el director de la Eher Verlag, la compañía editora del partido nazi, a la que convirtió en la gran empresa periodística de la Alemania del momento. Tenía  media docena de corporaciones subsidiarias que controlaban 150 compañías editoras, unos treinta y cinco mil empleados y unos beneficios netos de alrededor de cien millones de marcos en sus mejores tiempos. Este poderoso holding editaba libros, publicaciones periódicas, revistas ilustradas y alrededor de veinte millones de diarios por Alemania y Europa.

Entre las principales propiedades de la Eher Verlag estaban el diario líder del partido, el Völkischer Beobachter, y conocidos periódicos como Der Angriff o el Schwarze Korps, el semanario de las S.S. Además, editaba libros; el departamento de libros había sido creado por Amann en 1923, y sus cuantiosas ganancias se debían a la publicación de lucrativos best-seller, entre los que destacan «Mi lucha», de Hitler, y casi todos los libros de Goebbels.

Además de dirigir la Eher Verlag, Amann pasó también a presidir la Cámara de la Prensa, órgano del nazismo para la dominación de la industria editorial. Esta cámara formaba, junto a otras seis, la Cámara de Cultura del Reich. El origen de la Cámara de Cultura estaba en una ley de 1933 que autorizaba al ministro de Propaganda a organizar en forma de corporaciones públicas las ramas del arte y de las profesiones culturales que dependían de su ministerio su ministerio. Dependiente de la de Cultura, la cámara específica que se ocupaba del control de los periódicos era la Cámara de la Prensa.

En el Tercer Reich la Cámara de la Prensa era un instrumento particularmente importante para el control político sobre cualquiera que estuviera envuelto en la producción, funcionamiento y distribución de periódicos y otras publicaciones frecuentes. El énfasis de este control, era tal vez menos de la Cámara en sí misma, que en las organizaciones profesionales bajo su tutela. Estas asociaciones eran  la Asociación de Editores de Periódicos Alemanes (para editores), la Asociación de Prensa Alemana (tenía el registro oficial de editores y periodistas) y la Asociación del Reich para Editores Alemanes de Publicaciones Periódicas. El control era absoluto.

En resumen, el control estatal de la prensa estaba, como se puede ver, organizado en forma piramidal. En la cúspide se encontraba el ministerio de Goebbels, por debajo de él, la Cámara de Cultura; e inmediatamente la Cámara de la Prensa de la que a su vez dependían las tres organizaciones profesionales antes enunciadas. Esas acciones iban dirigidas hacia dos objetivos. Acabar con el pluralismo editorial en Alemania y construir un imperio monopolístico de la prensa en manos del partido nazi.

Entre sus proezas editoriales Amann consiguió convertir el Völkischer Beobachter   -un periódico racista que el partido nazi había adquirido en 1920- en un auténtico órgano del partido y en un periódico financieramente independiente. Primero, lo convirtió en diario en 1923, y luego lo levantó económicamente con los beneficios obtenidos con el departamento de libros de la Eher Verlag. Más tarde, en su condición de periódico del partido y luego del gobierno, le  permitió erigirse  en un diario de gran tirada. En 1941 en pleno auge del nazismo fue el primer periódico alemán en alcanzar una circulación de un millón de ejemplares

Entre 1933 y 1934 el control y la administración de los periódicos regionales nazis pasaron a la Eher Verlag, y para entonces  Amann fue el encargado de llevar a cabo este traspaso. Las finalidades de esta centralización eran evitar los complejos problemas de control de la propiedad y de financiación, asegurar la uniformidad en políticas y prácticas y guiar de manera efectiva el desarrollo de la prensa del partido. A todas estas razones hay que añadir otra, tal vez la más importante: contribuir a la creación de un monopolio de la prensa en manos de Amann.

En cada estado existía una editorial de la que dependían todos los periódicos del partido; las editoriales de todos estos estados se agrupaban en una compañía que las financiaba y administraba y ésta, a su vez dependía de la Eher Verlag, lo que demuestra la predilección por la estructura piramidal que tanto utilizaron los nazis.

Para conseguir la consolidación de su monopolio se deshizo de un importante número de periódicos no afines al régimen. Los amplios poderes que Hitler le había concedido a Amann para el desarrollo de sus actividades en cargos relacionados con el mundo de la prensa le permitieron privar a 1.473 editores de sus derechos como tales. Desde 1932 se dedico a reducir el número de periódicos existentes, el cual pasó de 4.703 a  escasos 977 para la contabilidad que se realizo a finales de 1944. Previamente en 1933, el partido nazi había eliminado la prensa comunista y socialista.

Además, Amann construyó su imperio periodístico comprando un gran número de periódicos no nazis. En 1934 adquiere la de la firma Ullstein la más grande casa editorial de la Alemania del momento. Acabó comprando la editorial de Hugenberg, un industrial metido a propietario multimedia que había contribuido notablemente con sus medios de comunicación al ascenso de Hitler al poder. Pero el imperio de Amann no terminó ahí. Adquirió gran número de periódicos neutrales y apolíticos a los que se conocía como Generalanzeiger.  En su zafra se incluye la mayor parte de la prensa del Partido Católico del Centro y otros periódicos confesionales y gran número de periódicos políticos no confesionales. Para cada uno de estos grupos de periódicos, Amann creaba compañías editoras que los controlaban; a su vez, estas editoriales dependían de la Eher Verlag.

Un periodista a la medida

Wilhelm Weiss en su condición de director del órgano oficial del partido nazi se convirtió en una figura líder del periodismo alemán. En 1934, Goebbels nombró a Weiss cabeza de la Asociación de Prensa Alemana del Reich, la agencia nazi de control y coerción de la profesión periodística. Weiss nació en Baviera en 1892. Sirvió en la primera guerra mundial y llegó a alcanzar el grado de capitán. Durante la contienda fue herido de gravedad y sufrió la amputación de su pierna izquierda; fue entonces enviado a la Oficina de Tropas del Ministerio de Guerra bávaro, donde empezó a escribir comentarios militares para el departamento de prensa.

Tras la guerra, se fue uniendo a las distintas organizaciones paramilitares y de veteranos que florecían en Munich y Baviera, pero progresivamente se fue separando de ellas y desarrolló sus contactos con el Nacional Socialismo; llegó a convertirse en un importante militante y obtuvo además numerosos honores del partido, la Cruz de Servicio, entre otras. En lo que se refiere a su labor como periodista, su trabajo para la prensa diaria comenzó con sus contribuciones al Bayerische Staatszeitung.

En 1922 editó el Heimatlandbriefe, donde denunciaba el marxismo, el judaísmo y el catolicismo político». Su principal trabajo como periodista lo desarrolló en el seno de la Eher Verlag, casa editora del Partido Nazi. Allí fue director de una de sus publicaciones de carácter antisemita (Brennessel), organizador y editor del Servicio de Correspondencia del Partido Nazi y trabajó en el equipo editorial del Völkischer Beobachter. Sus principales cargos dentro del mundo de la prensa también van a estar vinculados con la Eher Verlag y el mundo nazi. Weiss fue director del Völkischer Beobachter y Presidente de la Asociación de Prensa del Reich.

La figura de Weiss es inseparable de la del Völkischer Beobachter, periódico que se convirtió en el auténtico órgano del partido.  En enero de 1927, Weiss se unió al equipo del periódico, y ya desde entonces mucha de la rutina diaria de la edición se colocó en sus manos; pronto fue ascendido a subdirector y en 1938 se convirtió en director. Como director, Weiss realizaba las funciones propias de tal cargo: llevaba los temas del personal, de la política y del servicio de noticias tanto extranjeras como nacionales.

Cuando el partido llegó al poder en 1933, el Völkischer Beobachter concluyó esa misión original como órgano de combate y arma política. Weiss intentó entonces convertirlo en un periódico informativo, en un periódico «de verdad». Para conseguirlo, ensanchó sus intereses y ofertas, mejoró el equipo de periodistas y extendió su cobertura y el servicio de noticias. Sin embargo, este intento de Weiss de hacer del periódico un órgano informativo no llegó a triunfar por la oposición de Max Amann

Su labor en la Asociación de Prensa Alemana consistió en imbuir a todos sus miembros de un fuerte nacional socialismo y en «educar a una nueva generación de jóvenes periodistas en las estrictas líneas del partido». La asociación era un órgano dependiente de la Cámara de Prensa y entre sus funciones destacaba llevar el registro oficial de periodistas acreditados. Se hizo obligatorio inscribirse en la sociedad para ejercer la profesión, porque el trabajo del periodista fue declarado una función pública, por lo tanto, digna de unas rígidas condiciones para su ejercicio. En definitiva, los periodistas se convirtieron en una especie de funcionarios del estado al ser sometidos al control de la asociación.

Se ocupo también de la purga de periodistas judíos y marxistas, poseyendo  autoridad para establecer condiciones de admisión, mantener estándares de la conducta profesional, castigar a los miembros que incumplieran las leyes, para lo cual constituyo un sistema de tribunales profesionales. También se abrogo la  representación de los intereses de los profesionales de la comunicación.

La asociación tenía apariencia de autogobierno en el desarrollo de esas funciones. Pero, en realidad, no era un cuerpo tan independiente como podía parecer. El ministro de Propaganda nombraba al presidente de la Asociación y a los miembros de los tribunales profesionales, tenía derecho a veto sobre las admisiones y podía también expulsar de la organización a quien quisiera si esto era «en interés de lo  público».

En definitiva, la Asociación de Prensa del Reich no era otra cosa que una agencia de coerción y control de los periodistas. Y su máxima figura y representante era Weiss. Así, como presidente de este organismo, su función era la de controlar y homogeneizar la prensa alemana en beneficio del nazismo. La mayoría de sus discursos iban dirigidos en ese sentido. Así, en 1934, en la conferencia anual de la asociación de periodistas Amann expresó su idea de lo que debía ser el periodismo:

“La prensa, en el viejo sentido liberal del término, ha muerto y nunca volverá a la vida. Debe permanecer muerta porque el espíritu de aquella época está también muerto. El periodismo hoy no es ya un negocio de clase media, y aquellos que en su interior permanecen ajenos no serán animados por nosotros a vestir sus novatas almas con las prendas nacional-socialistas. No podemos utilizar a estas personas en el futuro en la prensa alemana porque a la primera prueba moral e intelectual fallarían. La prensa alemana está muerta, larga vida a la prensa alemana  WEISS en HALE, Oron J.: Op. cit., pág. 36

Un año más tarde, en una conferencia en Colonia, definió lo que debía ser el director de periódico y el periodista en general Weiss enfatizó que el verdadero director nacional socialista no era nunca sólo un periodista, sino siempre también un propagandista. Con frecuencia debería ser un periodista, un orador y un soldado, todo en uno. El objetivo era formar a un nuevo tipo de periodista que «apoyara firmemente al nuevo Reich y a su Führer, no porque tuviera que hacerlo, sino porque deseaba hacerlo. (Ibid).

Se trata, como se puede ver, de definiciones que denotan una idea de la prensa como un instrumento en manos del gobierno y una idea de los periodistas como especie de funcionarios públicos. En conclusión, las actuaciones de Weiss en estos dos ámbitos la dirección del Völkischer Beobachter y la presidencia de la Asociación de Prensa Alemana le convierten en una de las figuras clave del periodismo nazi.

Como hemos visto una de las claves del triunfo y mantenimiento del nazismo fue la propaganda. La Alemania nazi supo utilizar la propaganda atendiendo a una planificación y estrategia definida, y es eso lo que convierte a este país en el fundador de la propaganda política moderna. La finalidad de esta propaganda no era otra que convencer a los alemanes de la bondad de los actos y decisiones nacional-socialistas y crear la concordancia entre gobierno y pueblo. Para ello, los propagandistas utilizaron los medios de comunicación, en especial los nuevos medios de la radio y el cine pero no olvidaron la prensa.

Para el nazismo, la prensa no sólo debía informar, sino también instruir. Eso la convertía en un instrumento al servicio del gobierno. Y era eso también lo que hacía de ella un medio susceptible de control por el estado. Ese control se fue adoptando de manera progresiva, no repentina. Antes, prevalecieron medidas como  la eliminación de gran número de periódicos, la instrumentación de directivas y reglas para dirigir su contenido.  Igualmente medió la conversión de los periodistas en funcionarios públicos sujetos a obediencias y lealtades con el gobierno y la creación de un monopolio  multimedia en manos del partido.

Con este control rígido se redujo el número de periódicos y el número de lectores como consecuencia de la pérdida de credibilidad de la prensa. Todas estas decisiones socavaron la calidad de la prensa por lo cual los estudiosos del proceso alemán confirman que la prensa retrocedió tanto cualitativa como cuantitativamente durante el Tercer Reich. Estas pérdidas de la prensa fueron útiles al nazismo, pues logró conseguir la homogeneidad y control de la opinión pública  y para algunos de sus líderes,  una súbita  riqueza.

Tampoco podemos olvidar a Wilhelm Weiss, una de las grandes figuras de la prensa nazi. Este personaje se define fundamentalmente por su ambivalencia: controlador de la profesión por un lado, deseoso de una prensa de calidad e informativa por otro lado (dos cosas que parecían incompatibles). Sin embargo, sus intentos de aunar coerción y calidad informativa chocaron con el rígido control de contenidos impuesto por los líderes nazis. Así se impidió que el Völkischer Beobachter llegara a convertirse en un auténtico órgano informativo de nazismo.

Arturo Pizá un periodista español, al escribir sobre este mismo tema en un sitio de internet dedicado a la influencia del nazismo en la prensa mundial, advierte que algo esta muy claro. “Al finalizar la guerra tanto los gringos como los rusos no solamente se hicieron de los planos para construir cohetes y aviones a propulsión. También se apoderaron de las ideas de Goebbels para justificar sus respectivas ideologías. Para bien o para mal, la propaganda del Tercer Reich le enseñó a los políticos y agitadores del mundo que más vale una mentira creíble que una verdad inverosímil”. Hoy día, pienso yo, el pensamiento de Goebbels continua más vigente que nunca.

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