#OPINIÓN Por la puerta del sol (36): Feliz cumpleaños hija #8Jun

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Gracias por existir, por regalarme tantos momentos de alegría, gracias por hacerme dulce la existencia y por enseñarme que más allá del camino del otoño, también la vida ofrece en todo su esplendor, la hermosura de los lirios sobre el sendero del ocaso. Con Ivette llegó a mi vida el carro de la aurora cargado de alegrías, de música, de amor y de esperanzas, con ella se me llenó de flores el camino.

Un fresco 9 de Junio en los Valles de Aragua nació Ivette inspiración del presente artículo. Nació en el momento climático en que los caminos secos florecen, se acaba la sequía, se llena de vida lo árido y el mundo de bendiciones, tiempo de Junio en que el araguaney, los apamates, las rosas, las trinitarias, el mastranto y la dinastía de las araucarias, florecen engalanando esplendorosamente el calendario, es tiempo de lluvias, Junio época en que los relojes prodigan su cosecha generosa.

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Hay hijos cuyo chorro de cariño es inagotable, el poder de sus nobles sentimientos es capaz de proyectarnos a un mundo en el que todo es perfecto y mágico. No hay oro que pueda compararse al tesoro que guardan en el pecho, hay hijos que graban en nuestra vida los mejores momentos de alegría, de cosas, de recuerdos, de gente y de lugares que aunque se vayan quedando esfumados en el tiempo siempre se están añorando, paisajes recorridos, momentos vividos paso a paso, vasija de arcilla, cuchara de palo, cuentos narrados en la mesa o alrededor de un fogón en el que todos compartimos un asado, un pan de jamón en navidad, un dulce etc. Son momentos que aunque pasen no se olvidan, es de oro el  corazón que el hijo bueno nos pone en bandeja de plata. Ellos nos ayudan a escribir las vivencias hasta alcanzar nuestro propósito de vida hecho canción.  En ellos está presente la pulsión secreta de su corazón que nos lleva de la mano para ayudarnos a vivir y sentir aquello que espolea alma, corazón y vida, con ellos uno aprende a vencer el miedo a desatar nudos, a romper cadenas, a derribar murallas.

Con mis hijos aprendí que una casa es el lugar donde quienes están dentro nos esperan animosos, con una sonrisa y un abrazo. Con ellos aprendí a pasar los dedos sobre el reflejo de colores que deja el crepúsculo en el agua mansa, aprendí que amar es regresar una y mil veces a la ruta que felices recorrimos, a recordar que el ruiseñor de la dicha canta muchas veces cuando se tienen hijos que nos honran, nos acompañan, nos aman y llenan el sendero de infinitas alegrías  –Son ellos mis flores ¡Oh! esa flores, aquel ornato divino en el que orla la floresta en arco iris de borde a borde mi senda-

Impulsada por el cariño de mi hija  que más que hija parece mi ángel de la Guarda, a pesar de la distancia con solo recordarla siempre hay un motivo para sonreír y dar gracias a Dios, por ella sigo buscando en la magia del diseño el fino rasgo de la existencia, la estructura ligera y cálida de la flor que inexorablemente va tras del ocaso buscando siempre el perfil de la brisa, el norte de la alegría, la furtiva rapsodia de las hojas del tiempo.

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Entretenida con mis hijos y con mis alegrías, no me di cuenta cuándo empezó el crepúsculo a pincharme con su atardecer. Es inexorable que nuestros años se destiñan y se arruguen, que el pelo se nos blanquee y en cada pedazo de la piel tengamos una historia grabada y muchas alegrías.

La realidad es que todo se va y no vuelve como tampoco la frondosidad a las ramas del árbol que sin remedio seca el tiempo. Ahora me sobra el tiempo para leer, para escribir, para contemplar las perfecciones de Dios, para ver como rompe su cáliz la flor en el silencio de la noche, para esperar sobre el borde de la esperanza el regreso de los hijos o su visita, me sobra el tiempo para contemplar la tarde desde mi ventana que aun en esta soledad sigue siendo hermoseada por candeladas de crepúsculo. Con tantas bendiciones uno aprende a disfrutar los eventuales dones que el cielo nos depara y a deleitarnos con el fruto que nos convierte la vida en un deleite, aprende a reconocer el mensaje que deja el eco de un sueño.

Gracias a Ivette por llevarme lejos a conocer la altura de mis vuelos, por ayudarme a ser feliz y a comprender que la existencia de un solo átomo en el mundo certifica que todo es amor, gracias por enseñarme a tocar el tuétano a las rocas del paisaje, gracias por ser la más humana, linda y cariñosa de las hijas.

Feliz Cumpleaños.

Amanda Niño de Victoria

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