Mi año virtual: niños y jóvenes cuentan cómo ha sido el año más frustrante de sus vidas #26Mar

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“Estoy mucho tiempo encerrada en la casa, extraño a mis amigos y a mi maestra, pero al menos me puedo quedar en mi casita. Estoy con mis hermanitos, con mi mami y también con mis primos. Puedo jugar, ver televisión y hacer mis cosas”, contó una niña de 6 años de edad, la más joven de quienes compartieron su testimonio tras un año de confinamiento.

Su rutina cambió de manera abrupta cuando el 16 de marzo de 2020, su escuela cerró y debió quedarse en su casa junto a sus padres y hermanos. La niñez no la blindó de las emociones que muchos adultos han reportado a lo largo de un año de confinamiento: ella también se siente encerrada y añora la vida social que conocía.

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Una niña de 11 años describió así su experiencia: “Durante este año de pandemia y confinamiento me he sentido bastante diferente. Distanciarme tanto de mis compañeros, amigos, incluso de algunos familiares, es algo que me ha costado manejar. Algo bueno es que he mejorado en temas de personas, he hecho nuevos amigos, aunque me cuesta un poco. No puedo decir que me he aburrido, he visitado a varios de mis amigos y amigas y he disfrutado estar con ellos. En el tema de las clases online, la verdad es que he perdido un poco la cabeza, me ha costado mucho el tema de acostumbrarme a pararme a las 7 a.m. a ver una pantalla a prestar atención, en vez de tener la oportunidad de ver a mis compañeros y profesores”.

Además del tema social, el testimonio de la niña de 11 años menciona la mayor fuente de ansiedad en todos los entrevistados: el cambio de la educación presencial a las clases a distancia.

“Me he sentido encerrada y muy estresada porque ahora las tareas las mandan todas para un mismo día, no veo contenido, las matemáticas son mucho más difíciles de entender al igual que todas las demás materias. Me costó mucho entender las actividades sin ver contenido, estar encerrada con mis tres hermanos es frustrante por el escándalo. Ha sido frustrante”, compartió una adolescente de 13 años.

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Otro adolescente de 14 años hizo referencia a la dificultad de aprender a distancia: “Durante el año de pandemia me sentí bastante raro, ya que era algo desconocido para mí. Por suerte me pude adaptar rápido al uso del tapabocas y las medidas de bioseguridad. Pero las clases virtuales son otra historia, me parece un modelo inútil y poco efectivo. Creo que no estoy aprendiendo nada y veo la necesidad de regresar a las clases presenciales con las medidas de bioseguridad necesarias”.

Entrevistada al principio de la pandemia, Griselda Sánchez, secretaria del Sindicato de Maestros del Distrito Capital, contó a Runrunes que el plan de Nicolás Maduro de mutar la educación presencial a digital era imposible en un país con un servicio de internet deficiente. “Es una mentira más, en la educación pública eso no es viable”, dijo Sánchez. La sindicalista también indicó que ni alumnos ni maestros poseían las herramientas para llevar a cabo la pretensión oficial.

La frustración por sentir que están aprendiendo poco o nada encuentra soporte en indicadores detallados en un informe del Banco Mundial. Juan Maragall, quien por casi una década fue secretario de educación del estado Miranda, dijo que “el impacto del COVID-19 en los aprendizajes de nuestros niños es dramático y tiene que movilizarnos para encontrar rutas de regreso a las escuelas y al aprendizaje”.

Prisioneros de Internet

“Este año de cuarentena ha sido de mucho estrés a pesar de que he estado en la casa sin ir al colegio. Las clases online han sido bien estresantes por la cantidad exagerada de trabajos que han enviado y porque hay que cumplir con un horario que a veces resulta difícil porque se va la luz o el internet. Eso sin contar cuando hay un exámen online, es lo más estresante de todo. Afortunadamente, el haber empezado a practicar fútbol otra vez me ha ayudado bastante a distraerme y a liberar un poco ese estrés. Espero que esto pase pronto y podamos volver a la normalidad”, contó un adolescente de 15 años.

Liza Guilbert, psicóloga clínica y directora del Centro de Asesoramiento y Desarrollo Humano (CADH) de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), describió el tránsito emocional que ha visto en gran parte de los estudiantes: “Al principio del confinamiento los afectó mucho la tristeza, la desesperanza y la apatía. Aunque se ha relajado un poco, el nivel de interacción social aún no se compara con el que tenían hace unos años. Los jóvenes están en una etapa en la cual socializar es muy importante. Por ejemplo, hay muchas destrezas sociales que se aprenden al formar equipos para hacer trabajos y exposiciones».

Tras el impacto inicial, el siguiente reto fue adaptarse a estudiar a distancia no sólo por un tema de disciplina y metodología, sino por circunstancias y carencias materiales, explicó Guilbert. “Una gran fuente de ansiedad ha sido la carencia de equipos y recursos para estudiar en línea. Si tienen o no computadora o teléfono inteligente; si deben compartir esos equipos con sus padres o hermanos; si tienen internet, megas o luz. Incluso compartir el mismo espacio los abruma. Los problemas asociados a los servicios públicos los siguen afectando mucho: si se va la luz en medio de la clase, pierden la clase o el examen; si no tienen datos para ver un video, no pueden completar un trabajo; si no hay agua por varios días, deben dejar de estudiar tan pronto llegue. También hay que pensar en los que han tenido que trabajar para apoyar en su casa. Todo esto incide en el rendimiento académico”.

Los jóvenes venezolanos no son los únicos que manifiestan afectación psicológica producto de la pandemia. “A nivel individual, los niños y jóvenes han perdido repentinamente muchas de las actividades que proporcionan estructura, significado y ritmo diario, como la escuela, las actividades extracurriculares, las interacciones sociales y la actividad física. Durante un período prolongado, estas pérdidas pueden empeorar los síntomas depresivos y pueden afianzar aún más el aislamiento social, la anhedonia y la desesperanza”, reseñó una revista canadiense de la sociedad de psiquiatría.

Igualmente en Alemania, un estudio nacional sobre el impacto de la pandemia en los jóvenes encontró que dos tercios de los niños y adolescentes informaron estar muy afectados por la pandemia de COVID-19. “Experimentaron más problemas de salud mental y niveles de ansiedad más altos que antes de la pandemia. Los niños con un nivel socioeconómico bajo, antecedentes migratorios y espacio de vida limitado se vieron significativamente más afectados”.

“Uno está dispuesto a seguir adelante, pero la situación no te lo permite”

Un estudio realizado a principios de la pandemia por las profesoras Luisa Angelucci y Yolanda Cañoto, publicado en la revista Analogías del Comportamiento de la UCAB, halló que los cambios en la dinámica familiar, la hiperconectividad, dificultades en el acceso a internet, sobrecarga de trabajo, preocupación por la salud de sus padres y abuelos, y la inseguridad económica y política, incidieron en el incremento de casos de ansiedad y depresión en los jóvenes.

Los estudiantes de las universidades públicas presentan posiblemente mayor ansiedad por tener aún la incertidumbre sobre lo que pasará con su carrera y por haber perdido un año académico completo, lo que los pone en desventaja con respecto a estudiantes de universidades privadas.

Sin embargo, vale acotar que los jóvenes universitarios, por su nivel educativo y de información, tienen factores protectores que hacen que su ansiedad o depresión no sea muy alta, comparado con jóvenes con menos nivel educativo y en condiciones socioeconómicas de riesgo”, explicó Angelucci, quien es doctora en psicología y directora del Centro de Investigación y Evaluación Institucional de la UCAB.

Abel Saraiba, psicólogo y coordinador del servicio de atención psicológica (SAP) de Cecodap, una ONG venezolana encargada de la defensa y protección de los derechos de los niños y adolescentes, afirmó que la cara no evidente de la pandemia ha sido justamente el impacto en la salud mental. “Estamos hablando de una realidad que tiene un impacto muy notable en la vida de niños y adolescentes, y que sobre todo se vive de manera muy dura en un país que carece de una infraestructura adecuada en materia de salud mental”.

Salud mental a la deriva

“El drama de esta situación no es sólo decir que esto le está pasando a tantos niños y adolescentes, sino que no tenemos a dónde remitirlos. Son pocos los servicios de psiquiatría operativos y mucho menos para la atención de niños, lo que prácticamente significa que los niños y adolescentes que experimentan síntomas de ansiedad y depresión se encuentran a la deriva, sin asistencia, pudiendo esto costarles la vida.

Es una realidad preocupante y requiere de la acción del Estado, por más que desde la sociedad civil nos propongamos atenderlos, no hay forma de que nosotros podamos cubrir lo que debería estar haciendo el Estado porque el alcance necesita ser mayor”, argumentó Saraiba.

La negligencia del Estado venezolano en materia de atención a la salud mental de niños y adolescentes ha tenido una clara repercusión, tal y como lo reveló una investigación de Cecodap sobre suicidios en la niñez y adolescencia en Venezuela.

Según ese estudio, de 11 suicidios ocurridos en 2014, pasaron a registrar 88 en 2019. Por su parte, el Observatorio Venezolano de Violencia encontró que entre enero y junio de 2020, 19 niños y adolescentes sufrieron muertes autoinfligidas. El incremento es de 800% en un período de cinco años.

Saraiba sostuvo que la salud mental no está siendo manejada como una prioridad por las autoridades y que eso pasa una factura muy alta, pues los niños y adolescentes que están afectados por esta situación ven comprometida su capacidad de continuar en la escuela, de desarrollarse, e inclusive ven amenazada su propia vida. “Esto tiene que llamar nuestra atención sobre el país en el que estamos viviendo. Estas cifras son una postal del país que nos hemos vuelto”.

Buscar ayuda

Aunque el desarrollo e incipiente distribución mundial de la vacuna contra el COVID-19 ha sido una luz al final del túnel, al menos en Venezuela la perspectiva más realista es que la pandemia siga su curso por unos meses más.

El repunte de casos producto de las flexibilizaciones arbitrarias del gobierno y de la llegada de variantes de más fácil contagio, llevan a pensar que el uso de la mascarilla y la dependencia de las clases a distancia seguirán marcando la pauta durante buena parte de 2021.

“La vida continúa y esto va a durar unos cuantos meses más. Hay que enfocarse en adaptarse a una realidad que cambia constantemente. No vamos a regresar al 2019, esto causó un cambio y hay que aprender a adaptarse, a desarrollar flexibilidad psicológica”, apuntó Guilbert.

Aprender a adaptarse significa tener planes realistas a corto, mediano y largo plazo, explicó Guilbert. “No ponerse metas imposibles de lograr y tampoco perder la esperanza. No importa que suene un poco cursi pero hemos visto que quienes tienen conexión con su espiritualidad, independientemente de las creencias religiosas de cada quien, logran adaptarse mejor a la adversidad. Para unos esa espiritualidad se manifiesta orando, practicando yoga, meditación, escribiendo, tocando algún instrumento”, dijo la directora del CADH.

Con la experiencia que le dejó las más de 4.000 consultas psicológicas realizadas durante 2020, el coordinador del SAP de Cecodap indica que el recurso más importante para mejorar la salud mental es poner en palabras lo que sentimos. “Creemos que eso que sentimos se nos va a pasar solo y lamentablemente no es así, los cambios en nuestra salud mental, como cualquier alteración de la salud en general, pueden requerir de ayuda.

Es importante buscar apoyo cuando sentimos que alguna situación nos sobrepasa. El tema está en atrevernos a buscar ayuda. Ese es el paso más difícil que nos toca dar. Cuando logramos obtener esa ayuda no viene un proceso mágico ni rápido, pero es un paso que definitivamente nos conduce a estar mejor. No estamos condenados a vivir con sufrimiento, podemos salir adelante si buscamos ayuda”.

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