#OPINIÓN Las cuentas de Amelia #10Oct

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Amelia Tellado saco sus cuentas y ya sabe que tiene solamente ocho meses para vivir como clase media. Ella es periodista y su esposo abogado, ambos sexagenarios con una pensión rasa del Seguro Social, un plazo fijo en bolívares que ahora no llega a los cien dólares, un carrito corsa que se volvió chatarra en el garaje y una casa propia que es roca de esperanza ante los embates del infortunio nacional. Su hijo se fue a Perú hace como tres años y no pregunta por él para no ser víctima de los Heraldos Negros, prefiere tenerlo como foto sonriente junto al Cristo de la Misericordia que tutela sus rezos solitarios.

Amelia tiene plazo para su salto al vacío pero no siente miedo porque ya tiene la inducción de familiares y amigos que hicieron el transito del comer a diario a la incertidumbre de la miseria. El primer paso es la muerte virtual, desapareces de las redes sociales y el wasap deja de ser sala de debates y sofá de siquiatría .Luego viene el ostracismo, el hundirse en la obscuridad de las estadísticas donde eres un montón anónimo, apretujado en el dolor de la gehena del llanto silencioso.

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El mundo virtual es un condensado de Balzac donde ricos y pobres, poderosos y solitarios entretejen dramas o comedias que permanecen vivos mientras la batería del celular aguante el escenario que recorre la erupción de cumbre vieja, las falsas noticias que le inventan al Papa, Maduro mostrándose como un Rey dentro de un palacio árabe, Adolfo Pereira silencioso y en todas partes, Henri Falcon a la carrera para que Roberto no lo alcance y Luis Florido con su sombrero de cogollo modelo Porfirio Rubirosa, todos junto a un toro furioso que salto de la arena a las tribunas y diez víctimas del Covid solicitando ayuda por god found me .

Se está vivo y activo, mirando leyendo y con la mente puesta en recetas variadas que entran opíparas por los ojos mientras degustamos el almuerzo de dos cambures con un vaso de agua fría. Pero no hay pobreza porque pertenecemos a un universo donde le decimos palabrotas al malvado de Diosdado, culpamos a Bill Gates y a los chinos por inventar el coronavirus, lamentamos el retiro político de Ángela Merkel y nos olvidamos que se nos acabó el gas, no tenemos completo para el camión cisterna y nos quedan apenas tres pastillas de losartan potásico para seis días de tratamiento. Pero no importa porque al pollo Carvajal y al señor Alex Sabb están a punto de deportarlos y probablemente los interroguen en una celda de Guantánamo, por eso la carta de Aureliano Buendía puede esperar indefinidamente.

Pero Amelia sabe que será desterrada de este mundo amplio y siempre crepitante, que ya no puede pagar la tarifa del celular y además el telefonito ya no soporta más remiendos. Entonces le tocará conversar con Artucio, su esposo ,sobre el día que ganó un caso en el tribunal del juez Rosell al demostrar que su cliente no pagó las hamburguesas en McDonald cuando su hijo cumplió años porque prefirió ser carrero que mal padre y que esto a final de cuentas era un hurto famélico en nombre del amor filial. Ese cuento lo ha escuchado al menos cien veces y sabe que tendrá que oírlo cien veces más. Tendrá también que armar tertulia con las vecinas para luchar a las `puertas de la Alcaldía les entreguen las cajas clap que les niegan por ser supuestamente clase media y por ello calificar su urbanización como zona de silencio.

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Amelia abre la puerta del wasap para salir de la vida dinámica que le ofrece su butaca felpuda e ingresar a una realidad de recorrer miseria buscando en las afueras del restorán de pollo asado algún huesito que al menos tenga un pellejo o cartílago comestible. Le preguntan si asistirá a votar y se queda mirando al muchacho que la interroga, ella como mil, diez mil, cien mil, un millón de personas mas como ella, ya no pertenecen a la vida política donde se decide si votar es bueno o malo, Amelia es parte, ya le llegó su tiempo, en los minutos de escribir este relato, de un mundo donde lo que se aspira es comer al menos una vez al día, Un mundo donde la libertad, la propiedad, el derecho a la educación y la salud ,son un discurso que no quita el hambre. Piensa Amelia con las pocas neuronas que le quedan activas que los políticos no saben todavía lo que es pobreza extrema y que en el país existe un 76 por ciento de seres humanos para quienes las elecciones son una diversión de quienes comen y son habitantes de un celular con android.

Jorge Euclides Ramírez

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