Marca de 100.000 muertes por coronavirus retumba en presidencia de Trump

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Entre los escombros de edificios y vidas, los presidentes estadounidenses de la historia moderna se han enfrentado a traumas nacionales con frases como: “puedo escucharlos”; “han perdido demasiado, pero no han perdido todo”; “hemos llorado con ustedes, hemos abrazado con fuerza a nuestros hijos”.

Así como fueron de diversos en elocuencia y empatía, George W. Bush, Bill Clinton y Barack Obama tuvieron su propia forma de atravesar el ruido de la catástrofe y acercarse a la gente.

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Pero ahora, la cifra de muertos a causa del nuevo coronavirus en Estados Unidos se acerca rápidamente a las 100.000 bajo el mando de un presidente cuyas habilidades de comunicación son poderosas en una disputa política, pero que no están hechas para un momento como este.

El proceso de juicio político puso una marca indeleble sobre la presidencia de Donald Trump. Ahora hay otra, una creciente lista de decesos de estadounidenses que ha superado las muertes en las guerras de Vietnam y Corea combinadas. Los fallecimientos de estadounidenses en los huracanes y terremotos más letales son insignificantes en comparación. Es la pandemia más letal en un siglo.

La cifra real de muertes por COVID-19 sin duda es mayor que la que reflejan los números actualmente, y se irá corrigiendo con el tiempo.

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En cada oportunidad que ha tenido, Trump ha dicho que los números serían mucho peores sin su liderazgo. Sin embargo, la cifra sigue aumentando. Ha superado lo que el mandatario le dijo a la gente que esperara, incluso cuando las autoridades de salud pública comenzaron a preparar al país a principios de abril para al menos 100.000 decesos.

“Creo que estaremos sustancialmente por debajo de ese número”, dijo Trump el 10 de abril. Diez días después comentó: “Vamos hacia unas 50.000 o 60.000 personas”. Y 10 días más tarde: “Probablemente nos dirijamos a unas 60.000-70.000”. Aunque sus detractores han dicho que la cifra se disparó porque tardó demasiado en responder, el mandatario afirmó el martes que, sin sus acciones, la cifra pudo ser 25 veces mayor,

La magnitud y rapidez con la que el virus provoca muertes no se parece a nada de lo que enfrentaron los predecesores recientes de Trump. Sin embargo, la calamidad no ofrece un momento memorable, ningún detonante que convierta los cielos azules en negros, ningún tiroteo en una escuela primaria. Más bien, el saldo se desarrolla en etapas de enfermedad.

La pandemia se está desarrollando en un país dividido bajo el mando de un presidente que vive de entusiasmar a sus simpatizantes y hacer perder los estribos a quienes les desagrada, ya sea si eso significa no portar una mascarilla, jugar golf mientras millones están confinados a sus casas o arremeter contra sus adversarios en Twitter. Izó las banderas a media asta para reconocer a los que han fallecido a causa del virus, pero las hizo subir días antes de que se alcanzara la marca de los 100.000 decesos.

¿Cuál era su sentir el martes? Tuiteó a “todos los políticos de pacotilla” que, sin su liderazgo, la pérdida de vidas sería mucho peor que las “más de 100.000 que parece será el número”.

Al principio, cuando apenas unos cientos habían fallecido, se le preguntó a Trump durante una conferencia de prensa cuál era su mensaje para los estadounidenses que estaban asustados. “Eres un reportero terrible, eso es lo que tengo que decir”, respondió. “Creo que es una pregunta repugnante».

En el ataque en Oklahoma City de 1995, en los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, en la masacre de 2012 en la escuela primaria Sandy Hook y otras pesadillas a nivel nacional que han bajado las banderas a media asta, los presidentes encontraron palabras más reconfortantes para los asustados y afligidos que la frase repetitiva de Trump de que una muerte es demasiado.

La empatía fue la especialidad de Clinton. El vagamente retórico Bush recurrió a la elocuencia. Y el sosegado y controlado Obama lloró.

¿Trump? «Nunca he visto a un presidente con menos capacidad de empatía”, dijo Andrew J. Polsky, profesor de ciencias políticas en el Hunter College, de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, y que ha estudiado rasgos de liderazgo por décadas. “Ni siquiera lo intenta… Está fuera de su zona de confort emocional”, añadió.

La sensibilidad de Clinton quedará simbolizada por siempre por su afirmación de que “siento tu dolor”, una declaración que no fue producto de un momento trágico, sino en respuesta a la arenga de un activista contra el sida en Nueva York en 1992, quien dijo que el candidato demócrata estaba más definido por su ambición que por sus logros. Clinton le respondió: “Sé cómo duele… siento tu dolor”, pero “deja de hablarme así”.

“Estoy harto de todas estas personas que no me conocen, no saben nada de mi vida, y que hacen estas declaraciones caprichosas sobre cómo no he logrado nada en la vida”, dijo Clinton ante una multitud, en la que se encontraba el activista.

Pero las declaraciones de Clinton como presidente durante el servicio funerario en honor de las víctimas del ataque terrorista en Oklahoma City en 1995 ejemplificaron su compasivo liderazgo y lo ayudaron a salir de un bache político.

“Han perdido demasiado, pero no lo han perdido todo”, dijo a los familiares en duelo. “Y, ciertamente, no han perdido a Estados Unidos, estaremos junto a ustedes durante todos los mañanas que sean necesarios”.

Clinton ese día, y Bush seis años después entre los escombros humeantes de la Zona Cero, hicieron lo que se supone que debe hacer un presidente, dijo Henry Cisneros, secretario de Vivienda en el gobierno de Clinton, al Centro Miller de la Universidad de Virginia.

“Hay momentos en los que — y pienso que el 11 de septiembre lo fue para el presidente Bush — te das cuenta de que no se trata de política, de triunfos momentáneos o de tu propio legado”, declaró. “Es del peso que estás cargando por el pueblo”.

Bush, con la voz entrecortada y a través de un megáfono, se dirigió a los bomberos que lo rodearon: “Los escucho, el resto del mundo los escucha, y las personas que derribaron estos edificio pronto nos escucharán a todos”. Eso fue tres días después de los ataques terroristas que destruyeron el World Trade Center y una sección del Pengágono.

Otros tres días después, Bush visitó una mezquita en una muestra de solidaridad con los musulmanes estadounidenses que eran agredidos en las calles por culpa de los extremistas extranjeros. “El islam es paz”, comentó. “Las mujeres que se cubren la cabeza en este país deben sentirse cómodas de salir de casa. Las madres que se cubren no deben ser intimidadas en Estados Unidos”.

Sus magníficas capacidades de oratoria catapultaron a Obama ante los reflectores nacionales, y su moderada tranquilidad fue distintiva de su comportamiento como presidente. A diferencia de su emotivo vicepresidente, Joe Biden, Obama ejercía su propia versión del distanciamiento social, al punto de lucir al margen.

El asesinato de 20 “hermosos niños” y seis adultos en Sandy Hook mostró a un Obama diferente ese día en el estrado. Enjugándose las lágrimas repetidas veces durante un breve discurso, habló de un país que necesitaba abrazar “un poco más fuerte” a sus hijos que antes.

Dos días después, les dijo a los dolientes en Newton durante una vigilia, que “en todo nuestro país, hemos llorado con ustedes, hemos abrazado con fuerza a nuestros hijos”. Habló de cómo una maestra les pidió a los niños que estaban atrincherados con ella dentro de un aula que “mostraran sus sonrisas” y sobre los niños que les decían a los aterrorizados maestros: “Sé karate, así que todo está bien. Yo iré al frente”.

Durante su presidencia, Obama habló con admiración de “la increíble fuerza y determinación” del discurso de Bush en el megáfono, a pesar de sus diferencias sobre la guerra de Irak y otros asuntos políticos. En medio de una catástrofe, o cuando se les recuerda, los presidentes citan las palabras de sus predecesores a fin de proyectar un sentido de continuidad y amabilidad.

No es una práctica de Trump tampoco. Ataca a Obama y se burla del llamado de Bush desde el retiro a mostrar empatía y unión en momentos de emergencia nacional.

“Es un ser humano con ciertas cualidades”, dijo Polsky sobre Trump. En esta crisis, “esas cualidades no han sido de utilidad porque no unen al pueblo, no expresan preocupación por el bienestar de la gente”.

Trump ascendió al poder replicando las quejas, la molestia y el resentimiento de aquellos que se sentían olvidados, comentó Polsky, y él sigue molesto, resentido y agraviado; se podría decir que fiel a sí mismo.

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