La ciudad del Turbio, entre recuerdos y añoranzas

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A  juicio de numerosos escritores y cronistas, Barquisimeto es la ciudad encrucijada natural de Venezuela, en donde convergen, a decir del Hermano Nectario María, huéspedes de todas las latitudes, “que llegaron para quedarse”.
Barquisimeto sin duda es tierra de consecuente progreso, debido a su intensa actividad comercial, por ello, pulperos, barberos, arrieros, periodistas, políticos, militares, maestros, deportistas, actores y músicos, contribuyeron a otorgarle el calificativo de Capital del Desarrollo, produciendo a corto plazo la ampliación nostálgica de la Avenida 20 para auge de la economía, no sin antes consolidar las vías férreas para el incesante intercambio comercial de la región Centroccidental.
Ilustra Raúl Azparren en su libro barquisimetaneidad, personajes y lugares, que la llegada del ferrocarril marcó un nuevo corte histórico en la ciudad.
El cronista Otto Acosta, imprime que en febrero de 1877, el presidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco, puso en marcha el Ferrocarril Bolívar tramo Tucacas-Aroa, y posteriormente el doctor Raimundo Andueza Palacio -enero de 1891- inauguró la etapa El Hacha-Duaca-Barquisimeto, obra fundamental que unió comercialmente occidente con el centro del país.
Acosta, asegura que la estación ferroviaria se ubicó en los espacios que hoy domina la Catedral de Barquisimeto, siendo este lugar epicentro de las actividades comerciales, artísticas, culturales y deportivas.

En barco con una ilusión y la silla de afeitar

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Dice Azparren, que el barbero más antiguo de Barquisimeto “de quien tengo noticias, se llamaba Agustín Tournaire”, que en 1844, publicó un aviso en El Independiente, donde se leía que era peluquero y barbero francés y ofrecía canelones y moños para damas.
Sin embargo, en la actualidad, los vecinos del casco histórico de la ciudad cuentan con los oficios de don Carlos La Magra, llegado a Barquisimeto en 1953, proveniente de Italia, con una ilusión y su silla de barbero.
Se instaló en la carrera 19 con calle 23, “frente a la Seguridad Nacional y a la Plaza La Moneda, cerca del Concejo Municipal, los tribunales y el famoso Restaurante El Gato Negro”.
En la Barbería Larense se cobraba un bolívar con 50 céntimos, más tarde dos bolívares, y no habían 50 carros en la ciudad, ni tampoco existían los edificios, sólo casonas.
En la Calle del Comercio estaban ubicados El Correo y El Telégrafo, uno que otro comercio de textil, la Botiquería Lara, la Casa Blohm & Ca. , luego Centro Beco.
-En la ciudad existía un respeto por el prójimo muy acendrado, donde al paso de las damas, los caballeros se levantaban el sombrero. Nadie atravesaba la Plaza Bolívar (hoy Lara) sin traje formal o sombrero, precisa el barbero más antiguo de Barquisimeto, quien a los 79 años, aún abriga valiosos recuerdos de ese Barquisimeto que denomina de la añoranza.

“Tener una cámara era como

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ser dueño de un avión”

Quería Rafael Clemente Mendoza Sotillo, mejor conocido en los avatares periodísticos como Tito Mendoza, llegar alguna vez a captar una imagen por medio de una lente, tal cual había dejado registro para la posteridad, según las crónicas del ayer barquisimetano, el más antiguo de nuestros fotógrafos, quien fuera político, militar y periodista: el general Gumersindo Giménez, oriundo de Falcón, pero de dilatado accionar en la ciudad.
Apunta Azparren, que Giménez fue el primero que fotografió a Barquisimeto: “montado sobre un entablado, el que hizo levantar alrededor de La Cruz Blanca, obtuvo una, empleando el sistema de daguerrotipo, de la primera procesión de la Divina Pastora, procedente del pueblo de Santa Rosa, el 14 de enero de 1856. El mismo Giménez, publicó en 1877, el primer Plano Histórico de Barquisimeto”.
Desde muy joven Tito se vio inclinado hacia este mágico oficio, que lo llevó a realizar un recorrido enjundioso alrededor de esta labor profesional.
El sobrenombre o diminutivo de su verdadero nombre, “me lo pusieron cuando llegué al Diario Última Hora, en 1949”.
Mi primera fotografía la realicé a los 22 años, en una época donde tener una cámara era como hoy ser dueño de un avión, afirma con jocosidad, adicionando que ya a los 25 años había “retratado” a muchas celebridades, incluyendo a Pedro Infante, cuando visitó Barquisimeto.
-Tuve el privilegio de retratar también a Tongolele, Tintán, al autor de: Por vivir en quinto patio, enumera con dificultad pero con la satisfacción enorme de ser partícipe del registro de los hombres en el tiempo.
Aprendí la fotografía con Oscar Pray y Enrique de Lima, para luego trabajar por muchos años con Francisco Villazán, evoca con gratitud, remontándose a una etapa añeja de su vida.
Tito no dejaba de asistir a los espectáculos de los cines Arenas, Ayacucho, El Principal, El Imperio y El Rosal, propiedad del dueño de la Orquesta Mavare, y posteriormente el Cine Barquisimeto (carrera 19 con calle 41), único con techo corredizo, que cuando caía una gota de agua, éste se cerraba automáticamente.

Una biblioteca ambulante

Desde hace unos diez años, Arnoldo Dávila, quizá el más versado profesional del catastro barquisimetano, hablaba en una concurrida tertulia sobre un particular cronista barquisimetano de corazón, aunque nacido en Duaca en el año 33.
Lo describió como un versátil escritor, coleccionista de música “de los viejos tiempos”, historiador, poseedor de libros en cantidad, dueño de una importante hemeroteca que estaba gratuitamente al servicio de grandes y chicos, un colaborador por afición, pero por sobre todo “una biblioteca ambulante”.
Así definen a Florencio Sequera Jiménez, mejor conocido como Fuller, a quien lo identificaron con ese nombre por su parecido a un mago titiritero e ilusionista que visitó Barquisimeto cuando las calles eran de piedra.
El admirado escritor Miguel Azpúrua, asentó que Fuller es poseedor de recuerdos de otros tiempos, de victrolas, de música de grandes y olvidados intérpretes, y una biblioteca sin igual.
A los casi 80 años, que cumplirá el venidero 3 de diciembre, hace gala de una sorprendente lucidez sin escatimar esfuerzos por recordar una fecha, episodio o algún personaje con magistral precisión.
Amable y respetuoso, estrecha su mano con humildad y firmeza de brindar una amistad. Bondadoso con quienes se interesan en sus cuentos e historias. Amante de la fotografía y tenedor de una gran fototeca hasta ahora inédita “porque ni a las autoridades, ni a la gente de ahora les interesa conocer el pasado”, asevera testigo de la cruda indiferencia.
Azpúrua insiste que Fuller “es una referencia de la Venezuela que se fue, y que tal vez no se volverá a ver”.
Con nostálgica expresión, Fuller describe una gran fotografía sobre su mesa de escribir, pero se detiene para quejarse apenado que su hemeroteca, su biblioteca, su colección de discos de 45 y 78RPM, LP y voluminosa fototeca de más de 40 mil, las cuales están hacinadas en un galpón de la zona industrial motivado al derrumbe de su antiquísima casa de habitación.
Espera la ayuda oficial, pues un hombre de letras, consagrado a colaborar en investigaciones e iniciativas culturales, difícilmente pueda amasar fortuna.
En medio de la ruina y la destrucción inminente de la casona que ha ocupado por 25 años, Fuller, autor de numerosas obras, se confiesa enamorado de los cuentos de épocas doradas de Barquisimeto.

Desaparece
la memoria histórica
Para Fuller, la ciudad sin duda no es la misma, ni pretende que así sea, pero con el avance avasallante, se sepultan en el olvidos aquellas voces que narran con pasión los hechos y episodios menudos de nuestros pueblos, que a su juicio, “quedaremos viudos de historia y sin un horizonte de no preservar lo poco que nos han dejado: casas derruidas con grandes ventanales y celosías, portones colosales, calles angostas, donde aun se escuchan las voces de antepasados y se siente el trajinar de arrieros y los primeros automotores”.

Fotos y reproducciones: Luis Alberto Perozo Padua

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