#ELIMPULSOPositivo : Alquimia de esperanza en caserío Agua Viva (Fotos)

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“Miren esas locas ¿a dónde piensan llegar?”, decían los habitantes del caserío Agua Viva de Villa Rosa cuando observaban el incansable trajinar de cinco mujeres convertidas en inesperadas alquimistas, quienes cargadas de sábila, cayena, romero, avena y arcilla, experimentaban y corregían hasta dar con la fórmula ideal que les permitiera atesorar sus sueños en forma de jabones, cremas, mentoles y champús artesanales.

Sin mirar atrás ni escuchar las voces agoreras, las llamadas “tres marías y una reina” redoblaron su empeño en el proyecto y fabricaron, a la par de olorosas mezclas, su propio credo: María Mendoza lo resume en “no desfallecer”, mientras que para María Angulo la principal motivación fue “no depender del machismo del hombre todo el tiempo, acabar con ese ‘dame plata para esto y para lo otro’”. Para Reina Mendoza, la clave estuvo en “no decaer, tener siempre iniciativa y ver hacia adelante”.

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Cuentan que todo nació a raíz de unos talleres de educación comunitaria que recibieron en 1998: medicina natural, artesanía, comida sana, motivación al logro, autoestima… Optaron por cosmetología y comenzaron a fabricar jabón de baño, champú, cremas y mentol.

Recuerdan que una vez agarraron unas pencas de sábila sin saber que tenían dueño. “Ahí tuvimos el primer encontronazo. Nos dijeron que la habíamos robado y regaron entre las tunas la sábila que con tanto esfuerzo habíamos recogido. En las hojas escribieron mensajes amenazantes. A partir de eso, sembramos nuestra propia sábila”, relatan.

“Los primeros tiempos fueron difíciles, hubo tropiezos, pero estos nos servían de enseñanza para valorar lo que estábamos haciendo. Todo el producto de la venta era reinvertido y con nuestros propios recursos comprábamos los envases”, relata Mendoza.

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A partir de 2002 lograron colocar sus productos en las ferias de consumo familiar de Cecosesola.

Antes de eso, recuerda Angulo, “duramos dos años sin ganar nada, hasta que pudimos obtener 7 bolívares por cada champú. Y eso era mucho, primera vez que agarrábamos algo”.

“Poco a poco avanzamos, siempre con la asesoría y el acompañamiento de Cecosesola, de reunión en reunión, para evaluar y proyectar, corregir errores y mejorar. No nos dejaron solas y nos motivaban constantemente: tienen que avanzar, tienen que luchar por lo que quieren, nos decían. Uno le fue agarrando amor a lo que hacía y la posibilidad de trabajar en la propia comunidad, sin descuidar a los hijos, funcionó como un gran incentivo, recuerda Mendoza.
“Visitamos fábricas de dulces, de pasta, de panes. Y nos parecía imposible llegar a eso, hoy todos somos compañeros en las Unidades de Producción Comunitaria”, resume Mendoza.

Cuando tienen mucho trabajo son ayudadas por sus propios hijos y entonces el taller se convierte en escuela donde los muchachos aprenden la técnica del oficio.

“A ellos les encanta trabajar aquí”, dice Mendoza. “Están estudiando pero al mismo tiempo van conociendo la labor que realizamos. La idea es que aprendan para cuando alguna de nosotras no esté. Que aprendan a fabricar los productos y conozcan la trayectoria que hemos tenido nosotras para que puedan valorar lo logrado”.

Ante la perspectiva de una próxima retirada, María Angulo acota con entusiasmo “¡Qué nos jubile la muerte!”
Quienes las tildaban de locas, ahora comentan las bondades de tener un trabajo en la misma comunidad, sin tener que caminar grandes distancias y pagar pasaje.

“Aprendimos de la experiencia y hoy podemos servir de ejemplo a otras personas que quieran organizarse. Con entusiasmo uno logra lo que quiere. No necesitamos gran capital para comenzar sino las ganas de seguir adelante, de decir lo logré y lo hemos logrado y lo vamos a seguir logrando” enfatiza María Mendoza.

Angula culmina con frase que es un aliento: “Nada es imposible, todo depende de las ganas y el interés que uno le ponga”.

A punta de vela

– Al principio las etiquetas era fotocopiadas y luego pintadas a mano una por una “para darle un poquito de color”, los jabones eran sellados con una vela. Luego pudieron adquirir una selladora manual.

– La sigla Avivir responde a las iniciales del caserío Agua Viva de Villa Rosa, ubicado en la vía a Buena Vista, unos 30 minutos “del pescaíto pa’lante”, donde la aridez del paiseje contrasta con la limpidez de las sonrisas de estas emprendedoras mujeres.

Las integrantes de la cooperativa reconocen dificultades para la obtención de la materia prima y el aumento en los precios. Sin embargo, aseguran que de alguna forma saldrán adelante.

Vislumbran el futuro con esperanza, “nuestro trabajo tiene que ir mejorando, no nos podemos quedar como estamos. Aspiramos a trabajar de forma industrial, producir más y crear fuentes de empleo para que personas de la comunidad nos acompañen”.

Producción completa:

3.000 unidades de champú por mes
2.000 unidades de jabón por mes

En la actualidad:

1.000 unidades de campú por mes
500 jabones por mes

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