El doctor Echeverría, in memoriam

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El país con memoria, no el de hoy o de coyuntura, sabe de quién se trata, pues en vida es ícono de la decencia; esa que ahora se prosterna y busca mostrar como mácula social por nuestros dirigentes de medianía. Es, sobre todo, el modelo del consejero sabio quien en horas aciagas trasmite aplomo y serenidad, y empuja hasta los espíritus más melancólicos y abúlicos a ser militantes de la esperanza.

Sorpresivamente nos llega la notifica del fallecimiento de Juan Martín Echeverría. Otro golpe, otro rasgar de corazones en su esposa y en el hijo que resta; pues el mayor, con el mismo nombre e igual vocación que su padre, en la plenitud de su crecimiento profesional se lo lleva la parca. En verdad, ante tanta lapidación de los espíritus, queda decir que los designios de Dios son inescrutables.

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Con Juan Martín compartí durante años una mesa de diálogo privilegiada el Consejo editorial que hizo tradición y es eje moderador de las pasiones en el viejo diario El Universal, el del poeta, Andrés Mata y el de su nieto, Andrés Mata Osorio, cultor fino de los clásicos griegos y romanos, sin ser poeta como el fundador.

Junto a nuestros escrutadores de oficio -Elides Rojas, Taisa Medina, Miguel San Martín- y de Andrés Duarte, Carlos Henrique Blohm y Roger Vivas, Ignacio Oberto, el mismo Mata o María Teresa Vivas cuando se los permite el amago de la amenaza oficial, el doctor Echeverría y quien esto escribe dibujamos al país con la pasión de todo escultor o artesano; lo auscultamos a profundidad desde nuestras ópticas y nos empeñamos, mediante el diálogo, encontrar el justo balance entre la realidad no destilada de la información diaria que trastorna y a veces atropella a los lectores, y el mensaje o las enseñanzas que cabe extraer de lo que nos llega de primera mano. Y las tamizamos -aquí sí- a la luz de los valores permanentes que han de presidir toda sociedad moderna, democrática, digna y con identidad.

La verdad dicha y contrastada, y la opinión, unas veces lapidaria y otras tantas oteadoras de caminos luminosos en medio de la incertidumbre, marcan un equilibrio ajeno a los intereses parciales o personales, o signados por lo doblez de quienes prefieren someter la palabra escrita a sincretismos de laboratorio.

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Juan Martín, graduado de abogado en la Universidad Católica Andrés Bello, es también un policía de academia. Es pionero de la democratización y excelencia que reclaman los cuerpos policiales que se suceden a la caída de la dictadura y la superación de la violencia guerrillera en Venezuela. Funda la DISIP. Dirige la policía científica, hasta cuando sirve como ministro de justicia en los años 1976 a 1979.

Como penalista se le recuerda por su elevado espíritu de solidaridad con las víctimas, destacando una probidad sujeta a cualquier escrutinio. Es insobornable.

Y lo paradójico, es asimismo un hombre con arraigada devoción por el arte y las letras, que marcan y definen su personalidad hasta el final de sus días.

Se nos fue, en suma, otro pedazo de la Venezuela civil y civilizada. Pero se va Juan Martín sin mezquindades, para transitar el camino del Dante y tropezarse con el vástago que se le adelanta en el camino hacia el pie de la montaña, al encuentro con Virgilio, quien los conducirá hasta el Empíreo merecido.

El dolor que lleva a cuestas y oculto el doctor Echeverría en su terreno postrer no le inhibe en su lucidez, antes bien la refina. Y en su penúltima columna deja su reflexión profunda y generosa al país que sirvió con pasión y mesura, con desprendimiento y exigencia: “Somos una sociedad que anhela cohesionarse, rechaza el permanecer dividida, no quiere enlaces y estructuras que parecen catacumbas, prefiere por encima de todas las cosas salir adelante. Es injustificable una sociedad que pierda su identidad, e incluso no sea capaz de conocerse a sí misma, De allí que estamos en la oportunidad de hacer un proceso a las elites, sean oficiales o de oposición, porque una sociedad se hunde, y no puede respirar, cuando no puede realizar sus sueños y no se reconocen los derechos más elementales de las minorías. Falta diálogo con los actores sociales y determinar de quién es aliado el tiempo, de las autoridades o de la disidencia enriquecedora, que desea cambios profundos que beneficien a la sociedad en su conjunto. Lo cierto es que estamos en medio del desierto, mientras el Gobierno se considera ganador y en la práctica el juego está trancado: un jurado imparcial diría que un empate no es bueno para nadie y solo queda, por encima de los odios y las diferencias, sentarse a negociar con la ayuda de un tercero bien calificado. Las generaciones futuras merecen paz, planificación y una excelente calidad de vida”.

Paz a su alma.

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