La gran estafa

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Otra vez Hugo Chávez hace de las suyas. Desaparece y luego aparece como por arte de magia, permitiendo que su auditorio de estupidez haga conjeturas de todo género. Hasta se dice que quien va y viene es un clon, obra del desarrollo tecnológico del último eslabón que une a las Américas con la Prehistoria, Cuba. Y una vez más, sobre todo quienes, apoltronados, esperan que el poder del mencionado les caiga en las manos como mango maduro y sin esfuerzos de sintonía social, los venezolanos nos quedamos con los crespos hechos. Los predicadores y sostenidos amigos de la «solución biológica», discípulos fieles de quienes esperan y apuestan a la muerte de Fidel desde hace media centuria, han servido al despropósito.
Chávez, probablemente está y es, sobre todo «es», un enfermo terminal. Desde hace mucho. Antes reclamaba de psiquiatras – y cuando estos acaban en la cárcel – ahora pide oncólogos o brujos. Y lo veraz, a todas luces, es que del mal y de sus muchos males, eso sí, sabe vivir, y con astucia. Con ellos y desde su ingreso a la Academia Militar manipula sentimientos, sobrevive, y lo seguirá haciendo hasta que la pelona, como a todos, se lo lleve sin chistar.
Con el poder de nuevo, con abuso y ventajismo inenarrables para los que le bastan los dineros del petróleo y en menor escala las obsecuencias de los rectores electorales; tentando y atrayendo hacia sí a «opositores» útiles del viejo andamiaje partidista, ahora nos distrae otra vez con sus dolencias de hipocondríaco. Y la mayoría, más pendiente de los designios Providenciales, olvidan que tenemos otras elecciones a la vuelta, el venidero 16 de diciembre. De modo que, los candidatos de la contrarrevolución, si acaso obtienen o mantienen sus liderazgos locales, bien puede decirse que lo logran por mérito y esfuerzo propios. Los demás, con quienes éstos deben contar para la tarea de resistencia y de sostenimiento del territorio ganado a la dictadura mediante votos, están más pendientes de la citada «solución biológica», negocian desde ya la anhelada transición, y Chávez bien que lo sabe y los maneja.
Alguna vez, hace medio siglo, al no más dominar a Cuba el zorruno Castro, preguntado por un periodista norteamericano sobre el porqué negó de manera constante y con anterioridad ser comunista, éste, lacónicamente, respondió: ¡De haberlo dicho, nunca hubiese podido bajar de la Sierra Maestra!
La enseñanza no se hace esperar. ¡A Dios rogando y con el mazo dando! Si Dios se lo lleva, enhorabuena, y ese momento, como cabe repetirlo, a todos nos llega, sin requerirse de un cáncer y cuando Dios manda, no cuando Diosdado o sus amigos en la oposición lo disponen.
La tragedia o lo trágico es que los venezolanos tenemos a la vera, como diría el veterano Rómulo Betancourt, algunos opositores que son cadáveres insepultos. Y éstos, o no se han dado cuenta o creen como todo “mesías” en la resurrección. Chávez, por lo pronto, no es cadáver y tampoco le llega, aún, la hora de la sepultura, pero se aprovecha y la exprime. Él y su revolución son la obra de una grande estafa histórica, una mentira por capítulos.
Lo doblez acompaña a Chávez desde los días inaugurales de su gesta como soldado, y si comunista acaso lo es o ha sido, más lo es por la eficacia de su método o Know-How a la cubana – como le llaman – para la conservación del poder en cuestión. Así de simple. El inquilino de Miraflores no calza para tanto sacrificio marxista, pero si es y en propiedad un típico mandón a la latinoamericana y por añadidura populista, de esos quienes llegan al poder para quedarse y hasta que la muerte se los quita.
Basta una mirada retrospectiva para saber y conocer al personaje cabalmente.
Entonces preso como se encuentra junto a sus compañeros de asonada golpista, escribe hacia 1992 – ayudado por abogado de reposada inteligencia – el panfleto célebre en el que pide la revocatoria del mandato de Carlos Andrés Pérez y a la sazón explica a profundidad las razones del 4F.
Rindiéndole culto previo a la «Constitución moribunda» y saludando el apoliticismo de los militares, apelando a textos de la Escolástica y las leyes antiguas españolas, Chávez describe al Pérez contra el que se alza y rechaza como modelo para Venezuela, por tratarse de un tirano. Dice de él «que quiere más su bien que el común de todos…y usa de su poder contra el pueblo de tres modos: procurando que sea necio y cobarde, para que no se levante ni se oponga a su voluntad; introduce desafecto y desconfianza entre unos y otros para que no hablen en su contra, temerosos de la falta de buena fe y del secreto entre compatriotas; en fin, a todos los hace pobres, les expropia y les mete en tantos problemas que no se acaban, para que estén más atentos al mal que padecen que al tirano que se los ocasiona».
Y remata así, éste, sus parrafadas con una denuncia de antología que, sin saberlo, lo traiciona y es autobiográfica. A modo de interpelación que dirige al propio Pérez se pregunta y nos pregunta a los venezolanos ¿cómo podría calificarse al gobernante que por dejación y a veces, por decisión deliberada permite y propicia que los habitantes del país sean habitualmente ejecutados por el hampa todos los fines de semana? ¿Cómo obviar que el tirano, al considerar como patrimonio propio a la Nación y su territorio no sólo ha comprometido éste sino también nuestra soberanía de independencia?
Que Chávez mande desde La Habana, la utilice como refugio a conveniencia, realice paseos por sus legendarias playas, o acaso sea paciente de sus médicos de aspirinas, es irrelevante. Lo preocupante es que, bajo la guía de algunos de nuestros líderes de oposición del pasado siglo, negociadores de amnistías, negados a una «solución a la chilena» que demanda trabajo e imaginación, una parte importante del país se ocupa más de sus propios males y trate de sobrevivir, mientras vive pendiente, angustiado a cada momento, sólo de la suerte del «gendarme necesario». La lucha tenaz por la democracia y sus libertades, por lo pronto, las aprecia como bagatelas, que interesan a leguleyos y cronistas.
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