Las auditorías del psiquiatra y la señora Tibisay

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Dicen que los psiquiatras tienen a sus propios psiquiatras. Así, se cuidan para que los desvaríos de sus pacientes no les enloquezcan. Es algo así como un exhorcismo al que se someten de tanto en tanto a fin de purgar sus propias locuras.

Al loquero mayor del PSUV y alcalde menor caraqueño, Jorge Rodríguez, tal regla de oro le pasa por delante. Su risita nerviosa y cínica se acrecienta y lo tiene por presa cotidiana. Queda al desnudo y en la calle cual si se tratase de un delirante recoge latas, cada vez que habla de auditorías. Es una obsesión con la que afirma su culto maniático por la trampa y la mentira.
Entre tanto, la que fue y sigue siendo empleada del psiquiatra, Tibisay Lucena, hace mutis por el foro. Recibe homenajes de los soldados de la revolución, quienes han hecho añicos lo que nos queda de formas constitucionales. Es una experta, también, en la manipulación y la perturbación del lenguaje, trastocando la relación que ha de darse entre medios legítimos y fines legítimos en toda relación normal y civilizada. Las palabras que usa, una cosa significan para ella y otra para los venezolanos. Vivimos, pues, en dos azoteas diferentes.
El comentario viene al caso, pues al referirse Rodríguez al avance de la auditoría que lleva a cabo el «ministerio electoral» de la Lucena y ponderarlo en sus excelencias, me atrapan los recuerdos.
Una vez como ocurre el referéndum revocatorio del fallecido presidente Chávez, y bajo el auxilio que SUMATE presta a la antigua Coordinadora Democrática de oposición, esta demanda una auditoría posterior de las votaciones ocurridas. Jimmy Carter, de concierto con Rodríguez, se encarga de ponerle piedras en el camino. Ambos pactan los términos de la misma, que debe aceptar sin reservas la oposición para no quedarse fuera, como en efecto ocurrió al final.
Rodríguez y Carter hacen de las suyas, ligaditos. Carter anuncia haber preparado un programa digital para la selección aleatoria de las urnas, que supuestamente cuidan, con celo, sus colaboradores; pero que llevan ante aquéllos -ya abiertas- los soldados del Plan República. Y el programa en cuestión, al paso, no funcionó.
Rodríguez, en una de sus manías -el engaño- y en un tris puso en manos del Centro Carter otro programa «imparcial» para la escogencia de las máquinas y votos a ser auditados. Y los inocentes dedos de la Lucena se posan sobre el «ordenador» -y es quien le impide tal actividad a los funcionarios de Carter para que no vean comprometida su neutralidad como «observadores»- determinando a su arbitrio los elementos auditables. El informe final no podía ser otro. Chávez ganó, según Carter y Rodríguez, y todos aplaudieron, incluida la Lucena.
Por allí, en las páginas del Internet deben estar esos viejos informes. Carter, palabras más, palabras menos, afirma que la elección no fue justa; que el CNE decidió siempre a favor de Chávez y nunca de la oposición; que las cosas no estaban es su puesto; pero que la victoria gubernamental era impecable. Todo un galimatías.
El informe de César Gaviría, antes bien, que rindió ante la OEA y pide estudiar las denuncias de fraude presentadas por la oposición, desapareció -conservo mi copia- a manos de su sucesor, el destituido y luego encarcelado ex presidente Miguel Angel Rodríguez, a quien Carter se encarga de meter en cintura.
Luego de los hechos, la oposición decide seguir adelante. No mira atrás. Busca superar la circunstancia, pero no faltan las voces -dentro de ella- ocupadas de convencer al país de la victoria del NO y la justa derrota opositora.
Ha pasado mucha agua bajo el puente. Y otra vez se hace presente la pareja Rodríguez-Lucena. Hace ya de las suyas y busca hacerle creer a los venezolanos que nuestro sistema electoral es intachable, blindado. Cabría, pues, aconsejarle al Departamento de Estado y al Pentágono copiar el andamiaje tecnológico venezolano, para no repetir la verguenza a la que lo sometiera el hacker Julián Assange con sus WikiLeaks.
En buena hora, nadie coge experiencia sino en cabeza propia. La mayoría de los venezolanos han abierto los ojos. Se han curado de derrotas imaginarias y forjadas, sin acudir a los servicios de un psiquiatra. Han tomado conciencia de ser mayoría, y mayoría creyente en la libertad. Y ya no tienen duda sobre la caja negra que es y ha sido el CNE, como no tienen dudas acerca del liderazgo renovador y prometedor que les ofrece, con serena voluntad de servicio a la verdad, Henrique Capriles.
A los otros, por lo visto, les espera hundirse en el tremedal, del que no lograrán sobreponerse facilmente. Son mitómanos contumaces y violentos -el psiquiatra Rodríguez el mejor ejemplo- en medio de la inestabilidad mental que les acelera la muerte del gran loquero de Venezuela, en lo particular al teniente Diosdado Cabello.
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