Del Guaire al Turbio – Novena de aguinaldos

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Hoy comienza la novena del Niño Jesús, en Venezuela -por concesión especial de la Santa Sede- con las misas de aguinaldos. Con sus cantos alborozados, son impropias para este tiempo penitencial de Adviento. Sin embargo, aquí las tenemos y nos saltamos los preceptos de la austera liturgia. La alegría debe estallar en la medianoche del 24 al 25 de diciembre al conmemorarse el nacimiento del Redentor y la Iglesia canta de júbilo. Nosotros adelantamos ese júbilo con la novena de estas misas. Cosas de los venezolanos, poco serios, nos gusta el jolgorio y lo transformamos en oración. Dios, benigno y misericordioso, acepta el homenaje a destiempo, muestra inequívoca de esa ingenua y poco ortodoxa piedad popular que Benedicto XVI explícitamente admiró y elogió en nuestro mundo iberoamericano, como manifestación sincera y sencilla de fe.

Me remonto a mi infancia. Pasábamos temporadas en Los Teques y fue allí donde empecé darme más cuenta de las misas de aguinaldos. Nos levantábamos de madrugada porque éstas eran a las 5 de la mañana. ¡Hay qué ver lo que significaba salir para la iglesia a esas horas! Entonces la población mirandina, poco poblada, alcanzaba muy bajas temperaturas decembrinas. Titiritando y frotándonos las manos, admirábamos al pasar el plateado esplendor del rocío que temblaba entre las hojas. Recuerdo también las de Caracas, cuando salíamos de mi casa en El Paraíso, igualmente el frío pegaba, pero al final se entraba en calor con la clásica patinata. No faltaban, por supuesto, los ventorrillos con bebidas calientes y delicias de la cocina criolla. Las misas de aguinaldos hoy, si no han perdido el sabor de sus villancicos a la venezolana, sí el de sus horas tempraneras. La inseguridad no permite abrir los templos ni caminar por las calles cuando despunta la aurora. A las 6 de la tarde nunca serán lo mismo, les falta sabor de amanecer.

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El nacimiento se hacía con fardos arrugados y pintados con colores de cerro, donde se distribuían casitas. Las figuras de la Sagrada Familia, pastores y reyes magos no han variado mucho con el paso de la historia, pero las ovejitas sí. Las más populares de mi época, de blanca felpa ensortijada, color que se repetía en la cara y las patas de madera, con el punto negro de los cascos. Variaban de tamaño pero no de estampa. Íbamos a los alrededores campesinos a buscar un hierba que no podía faltar en el pesebre, la mal llamaban estoraque, desprendía un aroma característica, ¡olor a Navidad! Nunca me ha pasado la nostalgia de ese olor ni la de los juguetes del Niño Jesús sobre mis zapatos. Lloré al descubrir el engaño y seguí haciéndolo en cada Navidad durante años.
Las hojas del arbolito eran plumas pintadas de verde oscuro. Los adornos como los de ahora: hermosas, brillantes y frágiles bombitas, variadas en formas y colores. La iluminación era con velitas generalmente rojas que se encajaban en los pequeños candeleros en la punta de las ramas. Había que cuidar su extinción, porque al menor descuido se incendiaba una rama y olía a caucho quemado. Con la esperma de las velas derretidas hacía figuritas.

Especial celebración tenemos este año los venezolanos. Hemos dado un salto esperanzador hacia el futuro. Las misas de aguinaldos empiezan hoy con renovada alegría.

Alicia Álamo Bartolomé

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