Del Guaire al Turbio – Un rio tranquilo Alicia Álamo Bartolomé

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El 27 de diciembre es la fiesta de San Juan Evangelista, el apóstol más joven de Jesús, adolescente mientras lo acompañó en este mundo y el más fuerte a la hora de la Pasión. Su juventud y su pureza lo hicieron más apto para el heroísmo. Es algo en que debe meditar y sopesar la gente joven: la castidad es fuerza gozosa, no pusilánime debilidad. Aunque vivimos en un mundo que proclama lo contrario, el valor de la pureza ni siquiera puede discutirse, quien sabe ordenar sus instintos y tiene señorío sobre su cuerpo, es capaz de grandes acciones que exigen el vigor físico y espiritual adquirido en la práctica de la virtud. Quien no renuncia y no entrena, no crece, no llega a la meta. Esto lo entienden bien los deportistas.

Poco suelo hablar y escribir para la juventud porque soy vieja, pasada de moda para ésta, pero hoy, día del joven y amado discípulo de Jesús, que en contrapartida fue el que vivió más y sufrió el martirio sin morir, tengo ganas de hacerlo. En primer lugar, también yo fui joven, aunque se me haya olvidado un poco. Y lo fui en el momento que el mundo dio un vuelco, se trastocaron todos los valores, las mujeres se soltaron el moño, se enterró el pudor, los jóvenes de ambos sexos se entregaron al desenfreno: había terminado la II Guerra Mundial y la sociedad, víctima de tanto horror, sólo quería olvidar y divertirse. Los modistas de trajes de novia se vieron a vapores, a medida que avanzaba la prueba de los trajes, había que ir ensanchando la cintura. El blanco virginal de aquellos tules se había convertido en eufemismo.

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Pero no es de mi juventud sino de la de hoy que quiero hablar, específicamente, de esta de la Venezuela actual. Me descubro ante su muestra sostenida de heroísmo. Si alguien ha hecho oposición y de verdad a esta diabólica dictadura, es nuestra juventud. Su sangre ha quedado en nuestras calles, llena las cárceles, sufre toda clase de torturas, humillaciones y violaciones. Grita en silencio, pero no se rinde. Si no hubiera infierno, Dios tendría que crearlo para sus victimarios, para todos esos secuaces militares y civiles de un régimen de oprobio. Allí los espera el destino.

Los jóvenes de Venezuela, esos estudiantes en pie de lucha, son presente y futuro, bastión de la esperanza. Deben ser muy fuertes, más fuertes que nadie porque, para mí, encarnan la oposición y el gobierno acusa a ésta de todos sus males: que si la guerra económica, la escasez de comida y medicina, los apagones, la falta de agua, las epidemia. Todo se le achaca y uno no se explica cómo, con una oposición tan poderosa, el régimen no ha caído. Será cosa de magia, o carta astrológica, o pepa del zamuro o qué sé yo.

Esta juventud serena y firme es como nuestra majestuosa gran arteria fluvial, avanza en la entraña de la patria, su inmenso caudal no se agita, fertiliza la tierra de esperanza y de repente inunda. Así nuestra juventud, río tranquilo, Orinoco eterno. Dios la bendiga a través del santo de hoy, patrón de toda juventud sana y heroica.

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