#Editorial La Voz del Pueblo

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El país parece desmoronarse cada día que pasa. No hay señales positivas del Gobierno cuando se trata de escuchar y atender la voz angustiada de unos ciudadanos que padecen las consecuencias de un sistema político desfasado, sin respuestas a una crisis que parece no tener fin. Cada vez que se plantea la posibilidad de un diálogo constructivo entre las partes en conflicto aparecen los voceros oficiales negando la posibilidad de un acuerdo que responda a los intereses de la mayoría de los venezolanos.

Ya el oficialismo tiene suficientes muestras de lo que piensan los venezolanos. Si la llamada Toma de Caracas fue impresionante, qué se puede decir de la histórica demostración del jueves pasado, que no deja ninguna duda del carácter democrático de los que salieron a la calle por voluntad propia a manifestar su irrenunciable deseo de un cambio en las políticas que viene aplicando un régimen. Hay, sin embargo, un profundo y largo silencio a los reclamos y respuestas que se traducen en una feroz violencia donde se irrespetan instituciones como la Asamblea Nacional, la verdadera y única voz del pueblo que la eligió como sus legítimos representantes. Por si fuera poco, el paro de ciudadanos también cumplió su objetivo de protesta colectiva que no pasó inadvertido para quienes diariamente le toman el pulso a la política nacional.

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Los anuncios del Presidente sobre un aumento integral del salario de los trabajadores no obedece a consideraciones justas sobre la desaparición del valor de la moneda nacional, con la cual resulta muy difícil enfrentar la terrible inflación en que nos debatimos. Solapadamente
es una respuesta que intenta calmar los ánimos de los enfurecidos ciudadanos, cuyo descontento se pone en evidencia cuando asisten a las marchas convocadas por la oposición exigiendo la renuncia de Nicolás Maduro.

El Gobierno conoce perfectamente la situación crítica del sector empresarial y no toma en cuenta al decretar los aumentos salariales el seguro crecimiento de la inflación, y consecuencialmente un daño importante a la economía de los pocos empresarios que han sobrevivido en esta interminable y terrible crisis. No solamente a ese sector, también a los presupuestos de las gobernaciones y alcaldías que deben responder a esas impensadas obligaciones.

¿Diálogo? Ellos no quieren escuchar la voz del pueblo.

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