Editorial: Margarita deshojó

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Los burdos engaños y las pérfidas emboscadas que el Gobierno ha echado a rodar, con el auxilio del CNE y el TSJ, principalmente, para impedir la activación del revocatorio presidencial, han acabado haciéndole más daño al propio régimen y a sus socios, que a las fuerzas democráticas que se le oponen. Al Gobierno no le cabe más desprestigio en sus pesados e indecentes fardos. Las instituciones fundamentales son ahora una gavilla de irreconocibles fichas burocráticas, sin más misión que la de asentir, clandestinas, su propio secuestro de ilegalidades y francachelas. Lo que hace 18 años se ofreció, ante propios y extraños, como una utopía rectificadora de viejos vicios, con miras a fundar una sociedad más justa y sentar las bases para la procreación del hombre nuevo, ha degenerado en una terrible farsa, peor que todo lo antes existente.

Esto es una amarga bufonada que el país ha pagado, ya, demasiado caro. Nada menos que al precio de su libertad, de su estabilidad económica, social y espiritual. Es un ultraje colectivo, irreparable en lo concerniente a su estela de muertes y fracturas. Hicieron el milagro de arruinar a una nación que lo tiene todo para ser próspera.

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Tatuaron rictus de dolor y desconcierto en un pueblo proverbialmente solidario, ocurrente. Quebraron valores esenciales, como los del trabajo, el respeto, la disciplina. Y aquello que no pudieron tomar como botín de sus asaltos lo acabaron, por puro placer, o lo arrasaron sin remordimiento alguno. ¿Los venezolanos empujados a la emigración en masa, a la aventura allende los mares, sin importar edad, raíces ni querencias; aventados como han sido a la condición de pordioseros internacionales, y hasta a las balsas y a la rapacería, echados con reseña y a patadas por las policías de países donde hasta hace poco nos recibían con admiración y cortesía? No obstante, el triunfo de la verdad avanza, aunque la comprensible desesperación de tantos impida apreciarlo. La vuelta del país y su historia a los cauces naturales es irreversible. Sucesos determinantes están ocurriendo a contrapelo del libreto oficial. La Toma de Caracas, conforme se aclaró hasta la saciedad, no buscaba “tumbar” al Gobierno. De esa tarea se ha encargado el poder mismo, con su inagotable fuente de torpezas: Esa orgía de detenciones y allanamientos. La excitación de las cadenas de radio y televisión, sin más ambición que la de acreditar una omnipresencia embaucadora.

Militarizar cada resquicio de protesta y alterarse ante el vuelo de los drones. Sacar de su prisión domiciliaria en la madrugada a Daniel Ceballos, por el goce de devolverlo a la cárcel. Echar a la calle a decenas de funcionarios que firmaron a favor del referendo.

Bloquear los túneles en las autopistas el 1-S, poner hordas a atacar con piedras y saquear los autobuses. Pronosticar sangre y muertes, y declarar con cinismo, luego, cuando esos negros presagios quedaron desmentidos por la imagen de un país hastiado pero ejemplarmente cívico, que habían “neutralizado” los planes desestabilizadores y “detenido la masacre”. Acusar a los demás de violentos y montar, el mismo día, una concentración oficialista paralela, en uno de los puntos escogidos por la oposición, y emplazar en la avenida Bolívar grupos alineados de manera tal que una toma a distancia, a baja altura, diera la ilusión de un lleno total, que las gráficas desde lo alto desmienten. La brutalidad de hablar de paz con el puño en alto y la boca llena de procacidad. Esa paradójica incontinencia de mentarle la madre en televisión a Henry Ramos Allup, luego de tildarlo de fascista, de racista, y amenazar con llevarlo a los tribunales por sus “expresiones de odio”.

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Todo eso habla del descrédito en que ha caído el régimen. La muestra más reciente es la del estruendoso cacerolazo de Villa Rosa, en Margarita. Una muchedumbre se le abalanzó a quien personifica su tragedia, para testimoniarle su dolor, su indignación, y hasta su desprecio.

No es nada gr to ver a un Presidente tratando de esquivar la ira del pueblo al cual se acercó seguramente a la espera de agradecimiento, por unas viviendas que había ordenado rehabilitar.

Pero Margarita completó la faena de Caracas y al deshojar sus opciones, entre el miedo y la conciencia, optó por anticipar su vivo deseo de revocar.

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