Editorial: No hay tiempo qué perder

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Semana Santa es quizá la tradición más importante del calendario litúrgico cristiano.

Se recuerda el perfecto sacrificio del Hijo del Hombre en la cruz, una vez y para siempre. Jesús murió por nuestros pecados. Es decir, con miras a la redención de la humanidad. De esa forma fue dada la promesa de vida eterna.

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Se trata, por tanto, de días propicios para el fervor, el recogimiento espiritual, y la primera exhortación que hacemos en esta nota editorial se orienta en ese sentido. No hagamos de este asueto una excusa para el exceso, traducido en velocidad, imprudencia y alcohol, demencial mezcla que cada año tiñe de sangre las carreteras, en una inmolación que nada tiene que ver con la fe.

Acudir a la iglesia no puede faltar en la agenda. Este Lunes Santo o Cautivo rememora la ocasión en que a Jesús lo ataron a la columna para infligirle azotes. Representado así, por cierto, es sacado de los templos en procesión, a objeto de elevar peticiones por los privados de libertad.

Un motivo que nos vincula con una de las tareas que la democracia venezolana tiene pendiente. La instauración de una justicia bajo cuyo imperio todos seamos iguales. Y, en ese mismo orden de ideas, la búsqueda de la tan anhelada reconciliación, el fortalecimiento de valores fundamentales que nos engrandezcan como pueblo, y, en consecuencia, logren el milagro de afirmarnos en el respeto, en el estudio y el trabajo creador, en el reconocimiento de unos y otros, más allá de los naturales rasgos que nos distinguen como seres humanos, como individuos.

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Nos separan menos de tres semanas de un compromiso ciudadano crucial. El proceso electoral fijado para el 14 de abril. La campaña, en términos formales, será de sólo diez días, contados a partir del martes 2 de abril. De manera que enseguida del duelo por la muerte del Presidente, que el sector oficial no desaprovechó a la hora de desplegar su proselitismo, entramos en los días santos y, cuando al fin, el mensaje de los factores adversos al Gobierno podría ser difundido, apenas se dispondrá de cuatro minutos de publicidad diaria en televisión y cinco minutos en las emisoras de radio.

Y aparte de que el CNE dispuso utilizar el mismo Registro Electoral que privó para las presidenciales del 7 de octubre de 2012, lo cual significa que unos 91.000 jóvenes que se inscribieron entre enero y febrero de este año no podrán ejercer el derecho al sufragio, tampoco podrán expresarse miles de compatriotas radicados en el exterior, por las insalvables trabas que les son colocadas. Se calcula que más de un millón de venezolanos viven fuera, pero apenas unos 100.000 están registrados.

El árbitro, de continuo hipersensible a las observaciones y críticas, a las cuales, por lo demás, se tiene pleno derecho, se niega a poner fin al abuso gubernamental con las cadenas de radio y televisión, así como a la participación activa y descarada de funcionarios, incluyendo a los militares, declarados socialistas, pese a que por ley tienen la misión de “resguardar” la pureza del proceso electoral y la Constitución les manda no estar al servicio de parcialidad alguna. Además, la nación es testigo del uso de fondos públicos en la actividad proselitista del partido oficial, con la propia Pdvsa “en primera línea”, como anunciara su presidente. Esto ocurre mientras muchos líderes de la oposición son perseguidos, hostigados judicialmente, expuestos al escarnio.

No hay equilibrio, está bien claro. Es, prácticamente, la medición de una parte del país contra todo el aparato del Estado. Pero eso lo que indica es que el esfuerzo debe ser redoblado. La mística, el valor, el amor por la libertad. Contener la apatía, la indiferencia, figura entre las primeras pruebas a vencer. Hagámoslo, con decisión, sin temor. Repitamos, como quedó escrito en el libro de Romanos: “Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?” Es un hermoso y vital compromiso que apremia. No hay tiempo qué perder.

 

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