Extrabases 29-04-14

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“Fue el más grande de los torpederos de mi generación”. (Ted Williams)
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HOY es un día de jolgorio para el país. Luis Aparicio cumple 80 años. Escribo con la alegría que el suceso me inspira. Miro hacia el Zulia, la tierra del “Carrao” Bracho, de Pompeyo Davalillo. En aires marabinos brotó la savia de Dalmiro Finol, Guillermo Vento y Ramón Monzant. Se han nutrido el viejo estadio del lago, el “Alejandro Borges” y el “Luis Aparicio Ortega” con los fulgores que han propiciado figuras como Ángel Bravo, Teolindo Acosta, Wilson Álvarez y Lionel Carrión, hasta los surgentes Carlos González y Gerardo Parra… DIOS es justo en cada instante del acontecer diario y premió la constancia y el fervor de los venezolanos enviándoles a este mundo alguien que conjugara las virtudes de excelente profesional del juego con esos innatos dotes de buen ciudadano, de hombre civil destacado. Una persona que nos diera ejemplo de comportamiento idóneo dentro y fuera de las rayas que delimitan el terreno… CUANDO coleccionábamos aquellas barajitas que vendían en las bodegas, acompañadas de un chicle y metidas en un sobre sorpresa, Luis Ernesto se asomaba a los campos con el resplandor del mismo sol que entibia al lago. Ningún hándicap más favorable que heredar en las lides beisboleras a su padre Luis El Grande, protagonista de la brava época de los careos intensos entre Pastora y Gavilanes, rivalidad de la que aún hablan quienes solo saben de ella por escritos, amarillentas crónicas y recuentos que nunca mueren… DICEN que una vez vieron algunos pastoreños al nuevo torpedero que abría las ventanas de una trayectoria inmensa. Entonces, asombrados, atinaron a decir: “Mirá, vamos a tener que soportar otro Aparicio durante veinte años más”. Era una premonición de aquellos seguidores lácteos, enemigos deportivos a ultranza de los ocupantes de la otra tribuna en el “Alejandro Borges”.
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“Mamá, dile a papá que mi deuda con él está cancelada”. (Carta a su madre Herminia Montiel).
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AQUEL prodigio en formación, nacido el 29 de abril de 1934, dejó de jugar con pelota de goma a escondidas de su madre Herminia Montiel. Los estudios eran prioridad, pero a Luisito le hervía la sangre de los Aparicio peloteros. Su padre, un campocorto de lujo, gavilanero a rabiar, era considerado infalible defensor, dueño de un brazo formidable, con alcance superior a lo normal… “SI vos querés ser pelotero tenéis que ser el número uno”. Aquellas cortas palabras que -nos ha referido Luis- le envió su padre un día cualquiera de la formación hogareña, eran una instrucción y una orden. Un requerimiento a cumplir con obligatoriedad. La cosa se enseriaba, el viejo sentía que sus fuerzas le abandonaban y que llegaba el inevitable momento del retiro. Quiso el destino que fuera el Día de La Chinita de 1953, por la lluvia del día anterior, que los gavilaneros disfrutaran la entrega de aquel guante que sabía de jugadas en el hueco, hacia adelante, en los jardines… LUIS pasó eximido en las menores. La discriminación racial, la poca cantidad de equipos -16 en Grandes Ligas- hacían que el salto gigante hacia el estrato principal del béisbol no fuera como hoy en día. Apenas cinco paisanos habían antecedido al junior, uno de ellos Alfonso Carrasquel, su amigo, maestro, ductor, el que ejecutó la apertura en el magistral recorrido de los torpederos nacionales por el maravilloso primer mundo del béisbol… SI pretendiera sintetizar el profuso palmarés estadístico de Luis, aún así tendría que inundar esta columna con abundante despliegue numérico. Fueron 18 años estelares en Chicago, Baltimore y Boston, cultivando la grama corta exclusivamente. Cuando el retiro acosaba sus espaldas, este grande dijo no más ante las pretensiones de llevarlo a otra liga, hacerlo suplente de quienes habían sido subordinados suyos y remitirlo a la gestión de ayudante en juegos abiertos o definidos. Aparicio tuvo la personalidad que le conocemos para negarse, aún con el dinero rondando tentador.
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“Congratulaciones a un gran estafador de bases, tremendo fildeador y fino hiteador”. (Ronald Reagan, Presidente de USA, 1984).
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EL Junior hacía las cosas fáciles, como si el juego de pelota fuera simple y no lo difícil y enrevesado que realmente es. Sacar desde el hueco, o dando un giro detrás de segunda, atacando la bola en la grama interior, atrapando elevados en territorios custodiados por sus compañeros, facturando acciones de doble out con presteza, agilidad y rapidez. Parecía, con su ritmo hasta cadencioso, que no robaría bases, pero fue el mejor estafador de sus tiempos y uno de los sobresalientes en la historia, 506 en total… ENTONCES ustedes tendrían que coincidir conmigo en que un forjador de hazañas nació en Maracaibo aquel abril ya lejano del 34, hace 80 años. Tuve la suerte de verlo personalmente cuando todavía, cerca de los 40, nos deleitaba con la finura de sus movimientos, la seguridad de sus desplazamientos. Esta generación no tiene más punto de apoyo que los registros numéricos, las crónicas entusiastas y los relatos fervientes. Luisito, como le decían, hacía todo como por automatismo, como si él hubiera inventado y patentado algunas situaciones peculiares. Lo miré con Rapiños, con Zulia, con Lara. En sus años rutilantes con La Guaira. Llegaba de USA y se uniformaba. No había ni fatiga extrema, ni restricciones, más que las impuestas por el propio pelotero… NOVATO del año 1956, segundo en la votación del más valioso en 1959 -cuando él y el MVP Nellie Fox cargaron a Chicago hasta el gallardete de la Americana- instituyó el robo de bases, lo hizo arma decisiva. Fue a 13 Juegos de Estrellas, se ganó nueve guantes de oro y tuvo durante mucho tiempo marcas diversas en el fildeo de todas las épocas. Sonó 2.677 hits y compiló cifras defensivas que hacen corto el espacio. Con los Orioles (1966) atrapó la Serie Mundial. Por eso desde hace 30 años una placa con su nombre está inserta en Cooperstown… SU asiento postrero en Barquisimeto nos engalana y enorgullece. Lo disfrutamos como fuente de la tertulia y epicentro de los anecdotarios. Gente como él no tiene edad ni tiempo. Es un inmortal del béisbol, patrimonio legítimo que nos enerva la piel. Los que nunca lo vieron jamás sabrán lo que se perdieron.

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