Hervido de sapitos

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El persistente afán del régimen venezolano en trompetear afinidades con la cárcel flotante de los Castro tiene un ingrediente intimidatorio más fuerte que toda inspiración «socialista»: Es el énfasis común en transmitir que «el pueblo» les apoya de forma abrumadora.
Para todo sistema totalitario es indispensable mantener el mito del casi unánime respaldo popular. Es el argumento que usan para aplastar y desmoralizar opositores, usando turbas informales, armadas e impunes, reclutadas de la escoria que hay en toda sociedad, como instrumento para reprimir y poder negarlo descaradamente.
Su enemigo más temido es toda información, hecho o evento que debilite la ilusión de mayoría aplastante. Para sostener su gran mentira manipulan desde noticias hasta estadísticas oficiales. Gastan hasta lo que no tienen en turbas portátiles que trasladan a cualquier punto para manifestaciones «masivas».
Lógicamente, hacen trampas descaradas en todos los procesos electorales y marcan a los medios independientes como blanco primordial de sus ataques.
Para cualquier protesta cívica no es lo mismo encarar una policía brasilera o un ejército egipcio, que enfrentar a una criminal e irresponsable banda armada de motorizados que – en apariencia – no responde ante autoridad alguna.
En ambos países el proceso populista arrancó con genuino apoyo de una gran masa hacia un líder carismático. Pero al pasar del tiempo -como en el traje invisible del famoso Emperador de Hans Christian Anderson- todo se vuelve un minucioso “bluff” mediático.
El vacío -absoluto e irreversible en Venezuela- del ícono original y unificador coloca a los pigmeos de su entorno en una peligrosa precariedad.
Aquí no hace falta golpe militar: La fragilidad del régimen es tal que bastaría una rueda de prensa de cualquier integrante de la ex familia «imperial» -denunciándolo- para que el improvisado impostor tenga que hacer las maletas y emprender las de Villadiego.
El desesperado afán de proclamar unidad dentro de la mafia enchufada evoca totalmente aquel refrán de «dime de lo que presumes y te diré de lo que careces». No existe honorabilidad entre hampones.
En cualquier momento se aparece el incontrolable «niñito» que grita que el emperador va desnudo y allí mismo comienza la desintegración.
Antes se decía a quienes iban quedando en Venezuela  que caían en una piscina que hervía paulatinamente, como el sapo del cuento.  La historia más bien demuestra que el entorno global es hoy como una gigantesca piscina donde a la larga quienes salen hervidos, bien herviditos, son sapitos rojos.

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