#OPINIÓN Stephen Hawking

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Stephen Hawking, insigne científico que con su existencia derrotaba la muerte para continuar viviendo, nació el 8 de enero de 1942. Sentimos su definitiva ausencia desde el 4 de marzo del 2018. Fue el hombre de la eterna adversidad, pero también su domeñador. Su objetivo vivencial parece ser el de escudriñar, como ningún otro científico, al Universo. Mucho tiempo de su vida la dedico a buscar el fin de la física teórica.

Trabajó de manera incansable en la unificación de la teoría de la relatividad con la mecánica cuántica. Tuvo la firme convicción de que “tanto el tiempo como el espacio eran finitos en su extensión, pero carecían de límites”; así lo manifestó conjuntamente con el científico Jim Hartle de la Universidad de California. Ilustró esta idea tomando como ejemplo la superficie de nuestro planeta Tierra; su superficie es finita, pero sin límites.
Cuando escribió su primer libro de divulgación científica, recibió una advertencia para su publicación: “por cada ecuación que incluya, reduce a la mitad las ventas. Incluyó, entonces, la ecuación acerca de la igualdad de la masa con la

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con la energía de Albert Einstein. Pese a la distancia y a sus ocupaciones, recién casado con Jane, su primera esposa, le escribí, y fue tan amistoso y gentil que me contestó como si ya fuésemos conocido uno del otro; para mí, su gesto, fue un reconfortante estímulo.
Como sugerí al comienzo, su deseo consistía en ver concluida la física teórica. Dos veces lo creyó, pero, la primera vez se descubrió la estructura atómica y la mecánica cuántica; y la segunda, se descubrió el neutrón y las fuerzas nucleares. De modo que no fue posible para él ver terminada la física teórica.

Descubrió y describió ampliamente los agujeros negros, que para él no eran tan negros. Constató lo que había descubierto Einstein acerca de la gravedad. “La gravedad no es una fuerza, sino que obedece a la curvatura a que están sometidos el tiempo y el espacio debido a la masa y a la energía del Universo”.

Contra el tiempo ordinario, real, propuso “el tiempo imaginario. Es un concepto difícil de asimilar, debido a que representa una novedosa idea como la de aceptar que el mundo era redondo cuando todos admitían que era plano. El tiempo ordinario se concibe como una línea horizontal que transcurre de izquierda a derecha; el pasado va a la izquierda, el futuro viene de la derecha.Pero también es posible otra dirección del tiempo, perpendicular al tiempo real ordinario. Arriba y abajo; es la dirección imaginaria del tiempo. He aquí el científico que perdimos.

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