Peras al olmo

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Muchos, dentro y fuera de Venezuela, preguntan: ¿por qué aquí, ante una hecatombe que raudamente se vuelve crisis humanitaria, no juntan todos –gobierno y oposición– esfuerzos para superarla?
La mayoría independiente y democrática de Venezuela siempre ha tenido y tiene la más generosa disposición de sacar al país del marasmo en que está sumergido, aún a costa de grandes sacrificios.

Pero el régimen –por su propia naturaleza absolutista- deliberada y activamente anula y bloquea toda colaboración por parte de factores democráticos. El rechazo a la ayuda de Caritas es apenas el último ejemplo.

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La esencia totalitaria del sistema cívico-militar impuesto a Venezuela hace 17 años no sólo es la causa principal del desastre que hoy padece, sino que por su misma naturaleza repele el concurso de otros esfuerzos, sin importar las consecuencias para la población afectada.

El sostén de su imagen pública es un fantasmagórico entramado de odios, mentiras y descalificaciones que se desploma ante la menor grieta en sus argumentos. Cual traje imaginario del Emperador, esa imagen puede desvanecer ante los ojos de los pocos crédulos incondicionales que le quedan.

Los regímenes totalitarios que inspiran al pequeño núcleo que se apoderó de todas las instituciones del estado venezolano (ahora menos el poder legislativo), han sido capaces de sacrificar no tan sólo la economía, sino millones de vidas humanas para sostener sus ficciones.

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Lamentablemente para el país y su gente, regímenes de semejante ralea desafían toda lógica convencional. Inspirados en el odio, germinados en las tinieblas de traidoras conspiraciones, brotados en la violencia, y recrecidos en el engaño, llevan en su peculiar ADN la semilla de su propia destrucción: Resulta que el yugo yermo y estéril que imponen apenas sirve para depredar y destruir.

La abusiva prepotencia, cobardía, petulancia y mezquindad desplegada en todos sus actos delata una innata incapacidad para colaborar con quienes piensan distinto, incluso con fines humanitarios o superiores. Padecen también la profunda paranoia que aflige al ladrón que cree que todos son de su misma miserable condición.

Plantear su colaboración con una oposición democrática para superar la situación generada por sus propias prácticas esenciales es pedirle peras al olmo.

Para desgracia o por fortuna, la resurrección de Venezuela pasa inexorablemente por la desaparición de semejante desgobierno, repudiado por la gente, hundido en el estercolero de sus propias mentiras y contradicciones, y abandonado de sus padrinos militares. No hay otra.

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