No hay palabra mal dicha

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A propósito de mi artículo publicado recientemente en esta página bajo el título de “Un vaso de agua”, donde señalaba la manera de expresarse el venezolano llenando todo de modismos y jergas populares que modifican nuestro dialecto, sus palabras, significados y aplicaciones, hoy adjunto un tema similar sobre la forma cómo se lee o cómo una simple coma cambia el sentido de las palabras.
En Venezuela, la lengua es para nuestros habitantes un patrimonio propio. El lenguaje se considera una de las condiciones humanas más importantes, ya que permite que el hombre evolucione, por lo tanto, el hablar de un modo claro y comprensible constituye un requisito fundamental para la vida útil.
Un día oímos decir: «No hay palabra mal dicha sino mal interpretada». Quien la malinterpreta es porque tiene prejuicios tras la que se esconde una doble intención, una amenaza, una maldición, un rechazo, una disposición a retirar bendiciones.
Recuerdo una polémica discusión sobre lo escrito a un hombre con virtudes en la vida, de las cuales sus hijos y nietos se sentían orgullosos por ser partícipes de sus gozos; (Partícipes: comunicar una cosa a una persona o compartirla con ella. Ser condueños de su alegría); (Gozos: júbilo o sentimiento de complacencia al poseer o recordar algo. Gozar, por lo tanto, es toda acción que genere felicidad).
La expresión no estuvo mal dicha pero el ofendido la malinterpretó calificándola como producto de amoríos silvestres, para lo cual sus descendientes serían unos bastardos, (hijos fuera del matrimonio).
Esa es una de las tantas citas o frases hechas que se dicen para justificar cualquier cosa sin conocer bien su contexto primario ni analizar profundamente su sentido.
Si de la forma que siempre se dice es que «mal interpretamos las palabras que querían decir otras cosas», entonces eso implica que no tenemos buen conocimiento del idioma que usamos para comunicarnos cada día, lo que a su vez significaría una incapacidad intelectual o un analfabetismo funcional.
En el uso de los signos todos sabemos que la coma es uno de los más utilizados. Marca una pausa breve dentro del enunciado, y si somos buenos lectores, habremos advertido también que en muchos casos su uso es arbitrario y depende del gusto o estilo de quien escribe.
Una coma puede ser una pausa: “No, espere,” o “no espere”. Puede crear héroes: “Eso sólo, él lo resuelve” o “eso, sólo él lo resuelve”. Puede ser la solución: “Vamos a perder, poco se resolvió”, o “vamos a perder poco, se resolvió”.
Una coma hace la diferencia entre dos puntos de vista y puede cambiar la historia.
El escritor y filólogo español José Antonio Millán, cuenta una anécdota atribuida al emperador Carlos V, a quien en una ocasión le pasaron para firmar una sentencia que decía: “Perdón imposible, que cumpla su condena”. El emperador se sintió magnánimo y antes de firmarla cambió la coma de sitio y también la suerte del condenado: “Perdón, imposible que cumpla su condena”.
Esto demuestra que una coma puede cambiar la historia, concluye Millán.
Y nadie puede decir que no le asiste razón.

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