El desastre de Corpoelec

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Los servicios públicos en Venezuela sufren de una deficiencia crítica que los coloca al borde de su desaparición definitiva con el sano propósito de reconstruir todo su horrible andamiaje. Es larga la lista de esos elefantes blancos, pero los peores mantienen vigentes sus operaciones a pesar de las interminables y sonoras quejas de sus víctimas: los ciudadanos.

Barquisimeto es una de las capitales del país donde todo ha cambiado en los últimos años, como puede constatarse en las reiteradas denuncias de millones de usuarios. Los medios de comunicación, voceros de las sufridas comunidades, son receptores de quejas casi nunca escuchadas por los encargados de dirigirlos y hacerlos eficientes.

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La Energía Eléctrica de Barquisimeto es el caso más relevante de lo que aseveramos en esta crónica. Durante el tiempo en el cual funcionó bajo los esquemas de la empresa canadiense fue un ejemplo de eficiencia hasta el día en que las fuerzas revolucionarias llegaron a ocupar sus espacios. Sus gerentes fueron designados con métodos ajenos a la meritocracia que debe imperar en estos casos y el resultado fue casi una crónica de muerte anunciada.

Lo primero que hicieron fue cambiarle el nombre de la compañía por el de Corpoelec y en segundo término designar a personas de escaso nivel profesional que dieron al traste con el rendimiento de cada departamento a donde llegaron personas muy pocas capacitadas en atención al público.

Como era de suponer, el desastre fue colectivo en esa llamada Corpoelec. Por allí pasaron presidentes cuya única credencial fue la de ser fiel y constante al nuevo régimen ¿Recuerdan sus nombres?, Ese desfile interminable de “jefes” no mejoró en nada el servicio eléctrico nacional.

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Cada día que pasa en este país, la crisis energética se multiplica. Las ciudades han perdido luminosidad en el alumbrado público con la misma velocidad en que Corpoelec cambia de presidente. Los ingenieros hablan de la casi nula inversión aportada por el Gobierno Nacional para superar, o mejorar al menos, la capacidad de un servicio vital para el crecimiento y desarrollo de cualquier región.

La capital larense no ha escapado de estas deficiencias. No solo en lo macro sino también en la atención al publico subscritor, que debe pagar por un servicio poco responsable de sus obligaciones. La amenaza del corte pende en las cabezas de cada uno de ellos, como una espada vengadora a pesar de que una gran mayoría de abonados intenta cumplir con sus obligaciones y se lo impide la improductiva burocracia imperante en la empresa estatizada.

Un ejemplo del mal que aqueja a Corpoelec lo tienen en una de sus taquillas de pago, ubicada en el Centro Comercial París. El vía crucis comienza en las colas de pasillo donde un portero con cierta autoridad defi9ne y decide el número de personas con acceso a una segunda cola en el interior del local. Por orden de la gerencia, así nos dijeron, la atención al público tiene un horario inalterable porque, oh eficiencia, solo trabajan hasta el mediodía, aunque suponemos que cobran completo.

Ya pasando el primer anillo de colas, hay un segundo, esta vez con unas cómodas sillas de espera para estar frente al cajero y realizar el pago. En la puerta de entrada, si el portero decide el ingreso, una persona frente a una computadora responde a las preguntas de los subscritores. ¿Y saben por qué?

II

La respuesta es que la mayoría de los abonados al servicio no les llega el recibo de consumo eléctrico. Antes, por si se olvidaron, los recibos de la luz llegaban antes con una puntualidad asombrosa. El que dejaba dos de ellos sin cancelar, estaba en manos del hombre del alicate, por lo cual la morosidad era casi nula.

Rosa Martínez, una subscritora, le manifestó a los periodistas su inconformidad con el servicio que presta Corpoelec, advirtiendo que ella no era política, sino una simple ama de casa.

“Llegué a las 9.30 de la mañana – ayer- y el portero me dijo que la cola estaba cerrada. Vengo desde muy lejos y los pasajes están muy caros- se quejaba la señora Martínez-
Una señorita que no quiso dar su nombre explicó que no debían preocuparse mucho:
¡Aquí no le cortan la luz a nadie!

Milagros de Rodríguez: “Yo no pido mucho, solo que aumenten el número de empleados en las taquillas. Creo que hay solo dos cajeros y un revisor. No son suficientes para el número de personas que vinimos aquí a pagar la luz. Eso atrasa mucho y perdemos tiempo innecesario.

Roberto Hernández: “Tengo entendido que los trabajadores de Corpoelec tienen problemas con la empresa. No les pagan suficiente, tal vez por eso la atención al público es tan deficiente.

 

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