Alicia Álamo Bartolomé: La vida es una sola

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A sus 90 años Alicia Alamo Bartolomé conserva intacta su lucidez mental e intelectual. Ello deja de sorprender luego de ser recibido en una sala llena de retratos familiares y recuerdos de viajes,  por la presencia imponente de una dama, elegante, bonita y cultivada, que de alguna manera recuerda el tono de feminidad criolla de alto perfil de una Ifigenia de Teresa de la Parra, o una Trepadora de Rómulo Gallegos.

Arquitecto, periodista, actriz, dramaturga, columnista y ahora profesora. Fue la segunda mujer arquitecto graduada en Venezuela, pero primera en ejercer; es decana fundadora de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila; sus obras han sido montadas por múltiples directores e interpretadas por actores consagrados, y hoy imparte una cátedra de Teatro. Heredó la columna de su padre, Del Guaire al Turbio, que publica EL IMPULSO, y desde hace más de una década expresa su opinión en las páginas del diario larense, “la tierra de mis ancestros”.

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En lo personal, nunca se casó y tampoco tuvo hijos, pero ello no impidió que fuera feliz. Dice que no es feminista pero abrazó la independencia y nada la detuvo. Con una cédula de seis dígitos y una memoria prodigiosa, la señora Alicia tiene mucho de qué hablar, y lo hace sin pudor.

La vida

¿Cómo celebró su último cumpleaños, que fue hace poco por cierto?

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Con un concierto del Trío Decimonónico, dirigido por mi amigo Bartolomé Díaz Sahagún. Mi casa se llenó de amigos y familiares que todavía están hablando de esa velada. La pase muy bien.

90 años. ¿Cuántas vidas se viven en ese lapso?

Muchas experiencias, pero la vida es una sola, la única que tenemos.

¿Cuánto ha podido ver en ese tiempo?

Muchas cosas interesantes. Yo conocí al general Gómez; vi cantar a Carlos Gardel; cuando comencé    a tener conciencia de mí misma, ya existían los aviones pero aún era una novedad que luego se volvió cotidiana. Viví la llegada de la Radio a Venezuela siendo muy niña, y la Televisión llegó cuando tenía 27 años, en 1953.

¿Cómo era la vida cuando no existía televisión, ni internet, ni celulares? ¿En qué ocupaba su mente la gente entonces?

Existía la vida familiar, algo que se ha perdido hoy. Se almorzaba y se cenaba juntos, y después de eso venía una conversación que para mí era una gran escuela y una fuente de cultura general: la sobremesa familiar, donde los padres hablaban y los niños oíamos. Hablaban de literatura, de arte, de política; de manera que yo viví, por ejemplo, la abdicación del rey Eduardo VIII por el amor de Wallis Simpson, y así conocí a Shakespeare y todas las óperas a las que asistía mi mamá.

La profesión

¿Cuántas carreras hizo?

Carreras universitarias tengo dos. Yo soy arquitecto y periodista graduada de la Universidad Central de Venezuela, cuando uno no egresaba como comunicador social sino como Licenciado en Periodismo. Después me dediqué al teatro como actriz, y de allí salió mi carrera de dramaturgo.

¿A qué se debieron estas transiciones? ¿Una fue consecuencia de la otra?

La vida te va llevando. Yo había hecho teatro siendo niña, pero luego crecí e hice mis estudios formales en Arquitectura. Me gradué en 1951, trabajé en la Dirección de Urbanismo del Ministerio de Obras Públicas, y fui la primera arquitecto de la Fundación de la Vivienda Popular, creada por Eugenio Mendoza para construir casas económicas de interés social; allí fui responsable del diseño de algunas urbanizaciones, como La Fundación en Valencia, entre otras.

¿Se considera usted una pionera, como su pieza teatral?

En muchos aspectos sí, porque fuimos las primeras mujeres que estudiamos Arquitectura en Venezuela, pero somos pioneros hasta como arquitectos, porque antes no existía esa carrera en el país. En esas dos primeras promociones de la Universidad Central de Venezuela se graduaron figuras muy importantes como Jorge Romero, diseñador de El Helicoide.

¿Y cómo se pasa de ser arquitecto a periodista?

Por una razón muy extraña. Yo hice un razonamiento. En esa época todas las personas que se dedicaban al periodismo eran marxistas, así que pensé que el comunismo podría terminar dominando la dirección de los periódicos, y me puse a estudiar por eso. ¡Y resulta que me gustó el periodismo! No ejercí la profesión como reportera, pero escribí artículos para varias publicaciones; fui columnista en El Nacional y luego en El Impulso, donde todavía escribo.

¿Cuándo comenzó a poner en práctica su amor por el teatro?

Comencé a actuar con un grupo amateur en el Teatro Bolsillo de la Alianza Francesa, gracias a una invitación de mi cuñado. Alrededor de 37 años tenía entonces. Luego, cuando en 1967 vino Natalia Silva,  actriz venezolana a quien conocía por lazos familiares, me llamo y me dijo que iba a montar la obra La Tercera Palabra de Alejandro Casona, y me pidió que participara. Ahí podría decirse que debute en el teatro profesional, porque me pagaban alrededor de 800 bolívares mensuales, recuerdo.

Mientras representaba esa obra en el Teatro Nacional, durante la celebración de la Semana de la Patria en el 67, me agarró en escena el terremoto de Caracas. Eran las 8:05 y terminábamos el tercer acto de la primera función de la noche, y me quede en el escenario mirando al público hasta que pasó el temblor. Sabía que el teatro, construido por Cipriano Castro luego del terremoto de 1900, no caería, así que cuando vi que la gente estaba saliendo ordenadamente salí aún vestida de época pero con mi cartera en la mano.  Luego supe que había sido un terremoto por el daño a las estructuras aledañas.

¿Cuándo y cómo se inició en la dramaturgia?

Entre 1979 y 1981 yo fui directora de cultura de la Gobernación del Distrito Federal y presidenta del Comité Ejecutivo de Fundarte, y estando en esa posición me nombraron jurado del Premio Conac de Dramaturgia Santiago Magariños, junto con América Alonzo. Concursaron 27 obras, y yo, que las leí todas, me di cuenta de que había unas muy malas, y pensé que podría escribir algo mejor. Aunque por supuesto otras eran excelentes, como la de Ugo Ulive que ganó.

Luego de escribir mi primera pieza, América y yo, que no llegó a montarse, se me ocurrió crear una obra sobre San Juan de la Cruz, y lo hice pensando en Omar Gonzalo, hoy actor consagrado que era mi amigo. La llamé “Juan de la noche” y decidí enviarla al concurso de la Asociación Venezolana de Profesionales del Teatro, que gané. Mi seudónimo era In Memorian, y como la entrega coincidió con la muerte de Miguel Otero Silva, pareció que le había dedicado la obra.

Esa pieza se montó por primera vez en el 87, dirigida por Ugo Ulive y protagonizada por Omar Gonzalo. En el 92 tuvo un segundo montaje donde debutó como actor Luigi Sciamanna.

La mujer

En su obra Pioneras, que se basa en una historia real que transcurre en 1935, usted se refiere al rol de la mujer en la sociedad venezolana y sus luchas por alcanzar un plano de igualdad. ¿Usted considera que la mujer venezolana ha conquistado todas las cumbres, o ha cambiado un corsé por otro?

El corsé que se ha puesto actualmente es el de madre y profesional a la vez, y eso es muy fuerte. Pero yo pienso que la mujer venezolana sí ha conquistado muchas cosas, incluso más y más rápido que otros países. Yo, por mi parte, sinceramente a lo largo de mi vida nunca sentí la discriminación por sexo.

¿Por qué cree usted que en Venezuela se adelantó ese proceso de emancipación femenina?

Porque había mujeres como Ada Pérez Guevara y las mujeres que formaron la Asociación Venezolana de Mujeres quienes fueron las artífices del voto universal y secreto de 1946. Fueron verdaderas pioneras de gran valor, y me da dolor que nadie se acuerde de ellas.

¿No cree que en lugar de un acto de discriminación, se trate más bien de esa característica memoria de corto plazo que tiene el venezolano?

Si. Venezuela es un país sin memoria. ¿Tú crees que es posible que la televisión venezolana haya borrado las cintas de los programas “Las cosas más sencillas” de Aquiles Nazoa, para grabar algo más encima? ¿Crees posible que aquí se tumbaron obras de arquitectura que no debieron desaparecer nunca, como el Colegio Chávez, por donde hoy pasa la avenida Urdaneta? A lo mejor no eran una joya arquitectónica, pero representan una época.

¿Y esa amnesia colectiva de qué manera afecta o determina lo que esta ocurriendo hoy día en el país?

Es una pregunta muy difícil. Quizás nos ha importado poco o no nos dimos cuenta de lo que nos iba a pasar. Pero eso porque somos muy frívolos, porque estábamos más que avisados por los cubanos. Tenemos una manera muy viva la pepa de vivir,  vivimos el momento y no defendemos lo nuestro. Aquí no hay arraigo.

¿Esa frivolidad es algo nuevo o esta en nuestro ADN?

Yo creo que esta en nuestro ADN. Fíjate tú lo que pasó con el petróleo, su explotación comenzó en el siglo XX, y toda esa gente que tenía haciendas dejó todo y se fue a vivir del petróleo, y los pocos que quedaron esta gente (este gobierno) se los quitó. Pero la gente no tenía el orgullo del terruño, el venezolano no lo tiene.

Creo que debe haber alguna raíz histórico-social, no sé si serían las guerras de la federación que arrasaron con todo. Sin embargo también hay que señalar que hay cosas que han mejorado, como por ejemplo el reconocimiento a nuestras raíces artísticas y sus exponentes que hoy hacen estas generaciones.

El país

Usted es dramaturga. ¿Cómo se figura a Venezuela: como una tragedia, como un drama o tal vez como una comedia?

Como una tragicomedia. Pienso que no es solamente Venezuela sino Hispanoamérica

¿Cuáles son rasgos cómicos que encuentra en la historia de Venezuela?

Para mí estos 17 años han sido de una comicidad increíble, porque un presidente de la República que dice que habló con un pajarito esta chiflado. Ningún presidente de la República le ha quitado tanta majestad a esa figura como el que tenemos hoy.

Usted que ha vivido tres dictaduras y dos postdictaduras, a la luz de su experiencia, ¿cómo ve hoy a Venezuela y su gente?

Con mucho optimismo. Vienen tiempos difíciles pero de esta salimos. Lo que el pueblo hizo el 6 de diciembre fue una demostración de que con el paso de la democracia, los únicos 40 años que hemos tenido, aquí se aprendió algo.

Todavía somos muy inmaduros para votar porque somos un país muy nuevo. Votamos por simpatía, por individuos, y no por las ideas, sin embargo aunque la democracia sea un sistema imperfecto, es la única forma de que un país avance.

¿Cómo salimos de esta crisis social, cultural y cívica que se evidencia en el país?

Una sociedad esta compuesta de individuos, y cada quien tiene una misión personal que cumplir, de manera que si me toca barrer las calles tengo que hacerlo bien. Si nosotros nos transformamos a nosotros mismos y nos convencemos de que somos un eslabón en el engranaje de la sociedad, como lo es la tuerca de un submarino, empezaremos a ser un país.

Tenemos que impartir educación cívica, que no es más que convivencia entre ciudadanos.

 

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