Editorial: Nuevo llamado

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Las líneas de este último Editorial, antes de las elecciones regionales del domingo 15 de octubre, las hemos querido dedicar a formular un nuevo llamado a la conciencia política, y ciudadana, especialmente de los larenses, respecto a la importancia de no desaprovechar la ocasión de emitir una opinión.
Sólo eso, opinar, fijar posición sobre la patética marcha de la nación, bastaría para justificar que sea desterrada, con la fuerza y la hidalguía mostrada hasta ayer nomás frente a las tanquetas militares y los gases, la manifiesta intención abstencionista que recogen las encuestas y se palpa ahora en la frialdad de la calle.
Ciertamente, el ambiente electoral está ausente. En lugar de esa “fiesta democrática” de la cual suele hablar, con inocultable cinismo, la presidenta del CNE, Tibisay Lucena, persisten, en el espíritu del venezolano, ostensibles señales de dolor, de desorientación, de indignación contenida. Es comprensible, anótese enseguida.
Según los estudios que se han hecho, la desolación entre las huestes de la oposición es más marcada precisamente en los estados donde las protestas desatadas desde el mes de abril fueron más intensas, Lara entre ellos. Eso podría llevar a inferir, entonces, que una de las causas principales de la frustración social deriva, justamente, de la sensación, o convencimiento, de que de nada valieron la sangre derramada, la angustia padecida, la heroica exposición en barrios populares y urbanizaciones de la clase media, a los crueles ramalazos asestados a cualquier hora por los órganos represivos del Gobierno.
La idea de que ese invalorable sacrificio ha sido en vano, es una semilla, disociadora y desmoralizante, sembrada en la psiquis de una sociedad indefensa, desde los laboratorios del oficialismo, con perversidad, movida por los más miserables propósitos. Surtió efecto, tanto, que de la memoria colectiva han sido borradas, ojalá temporalmente, las imágenes de desnudez de un poder aislado por el mundo civilizado, señalado ya de crímenes de lesa humanidad y sometido a sanciones de las cuales difícilmente podrá escapar ileso.
Nadie dijo que era una tarea fácil desmontar una tiranía, ni mantener los espacios recuperados. Son muchos, y harto complejos, los intereses que están en juego, como para esperar, sentados, ausentes, que la cúpula que nos oprime con semejante saña entre en razón, de pronto, y se someta mansamente a la legalidad. Esa ficción quizá nunca la presenciaremos. Hasta el último instante tratarán de alargar sus privilegios, que en definitiva no son más que la fuente de su impunidad.
Si votar no resuelve nada, ¿qué efectos tendrá la abstención, que no sea entregar gratuitamente, en bandeja de plata, las gobernaciones, que voto a voto el sector oficialista tiene perdidas, y concederles así la fuerza de mayorías que no poseen? ¿Se imaginan el escándalo que harán, en cadena de radio y televisión, sobre las banderas pisadas de la dignidad de todos?
Votar es la más legítima de las protestas, y adquiere mayor valor, precisamente, en la desventaja, de cara al abuso, ante la parcialidad del árbitro. Abstenerse, en cambio, resulta el más ilusorio, y estéril, escape de una decepción. La hora llama, por tanto, a sacudirnos de las trampas de esta desesperanza aprendida.
Sean cuales fueren las razones que se tengan para estar molestos, es preciso entender que, si no votamos, la misma noche del 15 de octubre la tristeza se verá agravada con el efecto aniquilador que en todos dejará el haber dejado de luchar.
Expresarnos, aunque no se nos oiga en el instante, es más útil que callar ante el temor de que nuestra verdad pueda no triunfar. “¿Suicidarse para evitar que nos pise un carro?”, se ha preguntado Américo Martín.

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