#OPINIÓN Instituciones a prueba #21Nov

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Todo indica que Joseph R. Biden es el nuevo Presidente de los Estados Unidos. También ya es más que predecible que veamos batallas legales y de opinión pública y una transición excepcionalmente tensa con posible incidencia negativa para la nación y lo que representa, por lo tanto una buena noticia para sus adversarios estratégicos.

Lo estrecho del margen en algunos estados decisivos y la atención desmesurada que esta vez la elección tuvo aquí y en todas partes, ha magnificado las dificultades para entender el proceso norteamericano en el cual los escrutinios siempre demoran y el resultado se conoce y acepta cuando los grandes medios hacen proyecciones irreversibles y comienza la transición con actos simbólicos de continuidad democrática que el actual Presidente, rebelde a los usos de la política e inconforme con el resultado, se resiste a practicar. Por ejemplo en 1960, Kennedy ganó a Nixon con una diferencia “alarmantemente estrecha” de apenas ciento dieciocho mil votos y en el Colegio Electoral una correlación muy parecida a la actual. Republicanos promovieron “acciones legales sobre el presunto fraude electoral” en once estados, pero esa misma noche a las 12:15, el feroz batallador que era Nixon declaró aceptando que la tendencia favorecía a Kennedy y Eisenhower facilitó una transición fluida.

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Lo importante es que la institucionalidad estadounidense, imperfecta pero con más de dos siglos de estabilidad y funcionalidad, sepa manejar la difícil situación creada y resolverla eficazmente.

La elección de Biden ya ha sido reconocida por el británico Boris Johnson, la alemana Merkel, el francés Makron, el canadiense Troudeau, el israelita Netanyahu, el colombiano Duque y por cierto, también el cubano Díaz Cannel. Cuando escribo, no lo han hecho Putin de Rusia, López Obrador de México, y, por cierto, tampoco el brasileño Bolsonaro. Mucho más tarde lo hizo el turco Erdogán y después Xi de China. Así que me parece que ha hecho bien Guaidó en felicitar al veterano estadista que tiene ante sí un cuadro tan exigente.

Una sociedad partida en dos y en alta proporción crispada será el principal problema para el liderazgo del nuevo mandatario, cuya intención es reconciliar “el alma de la nación”. Como si fuera poco, los grandes desafíos que deberá enfrentar la Administración Biden, como la pandemia, la economía, el cambio climático, el terrorismo, Corea del Norte e Irán, así como asignaturas siempre pendientes como el Medio Oriente, las relaciones con China y Rusia y la recomposición de la alianza occidental, el papel de la primera potencia en Afganistán, Irak o Siria e incómodos asuntos como Ucrania o las arbitrariedades de regímenes anti-occidentales como los de Lukashenko y Maduro. Es un panorama que hay que tener presente con realismo.

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La actitud de quien no acepta convertirse en mandatario saliente, sería materia de análisis en varias disciplinas científicas, no sólo la política. Por ahora, nos ofrece una buena muestra de los límites y excesos del populismo. Personalismo, cultivo de pasiones, menosprecio por reglas e instituciones, irrespeto al adversario. Motes como crooked “torcida o bribona” Hillary o sleeppy “soñoliento” Joe ¿No nos recuerdan demasiado a “frijolito”, “el filósofo del Zulia” o “el majunche”?

Ramón Guillermo Aveledo

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