#COLUMNA El rincón de los miércoles #2Jun

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Siempre que hablamos en estas minicrónicas sobre las ciudades, tenemos la obligación de mencionar lo lugares donde nacimos y crecimos. Esa buena costumbre nos permite entonces evaluar las fortalezas y debilidades que tienen que ver con la calidad de vida de sus habitantes. En ese sentido, quienes administran están en el deber insoslayable de rendir cuentas a los ciudadanos, y estos, a su vez, a ser responsables de lo bueno, lo malo y lo feo del lugar que ocupan en la sociedad civil Es fácil, desde luego, participar activamente en los procesos de crecimiento y desarrollo de las ciudades. Ser un buen ciudadano es el mejor título del cual podemos enorgullecernos y servir de ejemplo al resto de quienes nos anteceden o nos preceden en la ruta.

II

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No siempre las grandes capitales y los pequeños pueblos tienen la suerte de encontrarse a esos hombres y mujeres que fomentan las buenas costumbres ciudadanas, especialmente en nuestro continente donde reina la anarquía y las pésimas maneras de ejercer la convivencia entre los seres humanos. Menos aún entre los gobernantes a los que corresponden guiar a sus administrados, que se han convertido en oficiantes de la política y poco enterados de lo que sucede a su alrededor. Los municipios de las regiones ya no son los de antes, cuando un presidente municipal y sus concejales estaban dispuestos a trabajar por el bienestar común al considerar un honor esos cargos de los cuales eran sus titulares. No hay que ir tan lejos para observar el desastre en que se han convertido las urbes nacionales. Ya Caracas, la que fuera una vez la Sultana del Ávila, cuna del Libertador, es una ciudad apagada, sin ningún atractivo para el visitante, peligrosa al máximo, rodeada de horribles barrios donde impera la miseria y la vida no vale nada.

III

Parece una fantasía cuando alguien calificaba a este país como uno de los más ricos del mundo, con un promisor futuro. Puerta abierta para quienes apetecían sus enormes recursos y compartían alegrías con los recién llegados.

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IV

La democracia, el mayor atractivo del país para mostrar al mundo, inició en 40 años una cuesta abajo indetenible. Las ciudades fueron las primeras víctimas del desastre que se anunciaba. Los buenos vecinos desaparecieron o se integraron al imperio del desastre. En ese sentido las alarmas se  activan en el caso peruano cuando su población ha sido convocada el próximo domingo a elegir el nuevo Presidente entre una demócrata y un militante comunista llamado Pedro Castillo que pretende llevar al país por caminos escabrosos que conducen a dictaduras suficientemente conocidas en América Latina. Castillo, un sujeto de poca monta intelectual y política, representa sin ninguna duda, a ideologías enfrentadas a la democracia, como el mismo lo promete en sus discursos, en los cuales no deja ninguna duda de sus  propósitos, semejantes a los proclamados por la gentuza de la izquierda radical que apoya a Sendero Luminoso, el grupo que siembra el terror en Perú.

Luis Rodríguez Moreno

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