#OPINIÓN Gaveta azul: Del Orinoco a Tokio-Yokohama #11Jul

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Cargados hasta el tope con aluminio zarpamos de Puerto Ordaz con destino  al Japón, una travesía  cuya primera etapa nos llevaría a Colón, entrada al Canal de Panamá y  al cruzar esa maravilla de ingeniería  y arribar a Balboa quedaríamos frente al Pacífico y 21 días después llegar a destino en tierra Samurai. 

Cuando una España medieval quedó convertida por obra y gracia  de su afortunado encuentro con el virgen mundo americano, en el más vasto y rico  dominio sobre la tierra,  nació el sueño y la atención de la corona española por construir un paso al Pacífico y así Carlos V ordenó en el año de 1524 los  primeros estudios topográficos con la intención de emprender la tarea. Cruzar entonces el istmo, obligaba a enfrentar el intrincado nudo vegetal de Darién, una compacta selva tropical enmarañada, impenetrable en algunos sectores, con alimañas de  cualquier tipo, color y tamaño, que elevan el peso descomunal de un  infierno verde colmado  de cuanta malsana dificultad  sea  imaginable. 

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A espaldas de aquellos marinos, titanes que tripulaban las naves, eran desmanteladas y toneladas de madera, cuerdas, lonas,  cabos, alambres, roldanas, clavos, hierros, barnices, cola de pescado, mosquetes y decenas  de los más diversos enseres e insumos eran trasladados por bestias y hombres  al  otro lado y rearmados de nuevo para cumplir su misión. 

Posteriormente la misma titánica tarea.  Desmantelar primero, y de nuevo cruzar el ardiente silencio de la selva quebrado  a trazos por  susurros del viento, graznidos, algún rugido cercano o el siseante escurrirse de un mortífero veneno serpenteante, más el sufrir enloquecedor de la fiebre y el triturar de los huesos, partidos, estirados, herido de muerte por  el puñal malárico que desmigaja las últimas energías. Algunos caen pero otros se suman al esfuerzo de continuar y después de llegar al cauce del Chagres, armar, clavar, tirar, cortar, desbastar, remendar, parchar, unir, calafatear y convertir las toneladas  de  acarreo  en naves que cargando el oro, la plata y otros tesoros expoliados, bien guardados en sólidos arcones reforzados, navegarán por el rio en cuyas riberas  rearmaron los galeones para cruzar el Mar Caribe y desafiar el reino de Poseidón en el océano  de los Atlantes. 

    Aquellos  esfuerzos colosales  ya  no son necesarios, aunque transcurrieron más de tres siglos y medio para iniciar la construcción de un canal a través del istmo. Fue en 1880, cuando primero los franceses que habían construido el Canal de Suez bajo la dirección de Fernando de Lesseps, dedicaron veinte duros años al ciclópeo empeño y fracasaron abatidos entre otras penurias y obstáculos por las mortíferas fiebres tropicales. 

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    Después, americanos norteños de los Estados Unidos, coronaron exitosos la empresa.     En primer lugar vencieron la malaria y la fiebre amarilla, para doblegar después la temida selva en  titánicas tareas y lograr con una de las maravillas de la ingeniería moderna, convertir la odisea de siglos pasados para ir del Atlántico al Pacífico o viceversa, en una  hermosa y magnífica experiencia que todo marino anhela  vivir por lo menos una vez: Cruzar el Canal de Panamá.

Oficialmente  el Canal quedó inaugurado el 15 de agosto de 1914, un poco antes de la primera Guerra Mundial, con la travesía  del  vapor “SS Ancón” que cruzó los casi 84 km de la  vía acuática entre Balboa en el Océano  Pacífico y Colón, en el Atlántico, abriendo una etapa  de especial importancia en el comercio marítimo.1)

Me encuentro en la parte alta de las esclusas de Gatún a la entrada del Lago  del mismo nombre formado con aguas represadas del Chagres, donde es evidente la enorme diferencia  de nivel de los más grandes océanos del planeta. La estructura básica del Canal  son seis (6) )inmensas  esclusas dobles de 1000 pies de longitud (3048 mts.) en las que  te ascienden o bajan y ves encima de tu cabeza, o muy por debajo –sea que vienes o vas–  un monstruo de cuarenta, cincuenta mil toneladas o incluso de mayor porte, donde es probable que otros  marinos primerizos del canal vivan iguales sensaciones observando  tu nave. Te encuentras ahora  en pleno territorio del istmo, pasando el lago se cubren unas 40 millas de la inmensa vía de agua y se entra al  corte de la culebra, el eje de la cordillera central donde se cavó en  roca viva la gran zanja del canal, hoy llamado el Corte Gaillard en honor al coronel David DuBose Gaillard, ingeniero  cuya  dirección y supervisión  dio vida a la  construcción de la importante  sección. No cesa el asombro al contemplar la grandiosa majestad de esta maravilla moderna, el esfuerzo que lo hizo posible, las muertes y víctimas cobradas, más su contribución al desarrollo del comercio marítimo internacional y a la historia de la navegación.  

Vale citar que mi experiencia  del canal ocurrió aún bajo la soberanía de los Estados Unidos sobre la famosa vía de agua, cuya administración y  operación  gerenciaron  hasta  el  año 2000 cuando  los panameños readquirieron su total soberanía territorial. Voces agoreras pronosticaron que  la obra perdería calidad operativa y sus instalaciones  sufrirían problemas diversos con graves consecuencias para el tráfico marítimo. Pero los canaleños no solo han administrado y manejado el canal con igual o mejor eficiencia aún que sus antiguos operadores, sino que ampliaron el canal en todas sus partes. El Corte Gaillard lleva  nuevas cotas de anchura y profundidad  y las esclusas alcanzaron nuevas dimensiones  para  permitir el paso  a  buques  mayores,  fluctuante  entre unas  60 a 64 mil toneladas de registro. 

Esta  ampliación fue terminada a finales del 2.015 y el paso por el Canal sigue marcando muy hondo la impronta emocional de la singular travesía.

Pedro J. Lozada

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