La existencia de presos políticos es uno de los signos característicos de las tiranías, sea cual fuere su signo; y el uso sistemático de la tortura tanto sicológica como física, la ausencia de justicia o su perversión, que son en definitiva lo mismo, así como el desprecio a la dignidad humana y al derecho intrínseco a toda persona de pensar y obrar conforme a su conciencia, representan, en suma, el más cruel y endemoniado sello de un régimen que, con el acopio de todas las fuerzas de la sociedad, debe ser no solo derrotado sino extirpado de raíz. Por ir contra la razón, por glorificar la fuerza y el crimen, por corromper los valores más sagrados de una nación cualquiera y por entorpecer nuestra natural y benigna búsqueda de la paz y la felicidad.
Ahora salen a la luz las atrocidades de Bashar Háfez al-Ásad en Siria, derrocado después de oprimir durante un cuarto de siglo a su pueblo. Llegará también el momento, ojalá cercano, en que se grite, para la memoria y la abominación pública, cuanto ha ocurrido y sigue ocurriendo en Venezuela, incluso con menores de edad como víctimas, jóvenes abusados en forma que hasta decirlo ofende, educadores tratados como seres despreciables, periodistas y youtubers acusados de terrorismo, abogados y defensores de los derechos humanos sacados de la digna labor a la cual se deben, personas de la tercera edad que conservan el valor de no arrodillar sus viejos huesos, refugiados acosados en sedes diplomáticas, líderes, activistas y partidos políticos judicializados, allanados o proscritos por disentir, personeros de la sociedad civil escogidos con pinza para la extorsión y hasta testigos de mesa perseguidos por participar, conforme a la ley, en las elecciones del 28 de julio, que dieron perdedor, con actas a la vista y por aplastante diferencia, al candidato oficialista a la reelección.
No perdamos la fe. El sol sale para todos. Nuestro día de júbilo llegará, sin falta. Y, Dios mediante, quizá está más cerca de lo que imaginamos.
JAO
