#OPINIÓN Crónicas y relatos de la migración: Venezuela en Santiago Centro #10Jul

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Los Sacramentinos es un templo católico ubicado en la comuna de Santiago, en la esquina de Arturo Prat y Santa Isabel. Su diseño, de estilo neobizantino, está inspirado en la Basílica del Sagrado Corazón, en París. El migrante lo visitó por primera vez y le pareció demasiado grande su interior y muy frío para su cuerpo, hambriento de calor al final del otoño en Chile.

Le habían dicho que desde hacía un año las misas del domingo se llenaban de venezolanos residentes en los apartamentos que han alquilado en el centro de Santiago, a precios accesibles en edificios modernos y cercanos a sus sitios de trabajo. 

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La iglesia estaba llena para la misa de las 7:30 p.m., gente joven, cabezas negras, pieles mestizas, niños muy pequeños, caras serias pero amables. Las conversaciones vecinas antes de la misa incluían algunas “vainas” y varios “coños”, el acento muy diferente al chileno, sin duda venezolano.

La misa comenzó con demora, extraña a la cultura de puntualidad en el país sureño. Los acordes de la guitarra y las voces del coro irrumpieron en la ansiedad de la espera; alegre la melodía, alto el tono, afinada la solista —quizás barquisimetana, mirandina tal vez— cantando Juntos como hermanos. Las lecturas a cargo de diáfanos lectores, todos venezolanos. El evangelio comentado con propiedad por el sacerdote, entre los contados chilenos. Al momento de la consagración el coro entona Muévete en mí; más tarde, el Padre Nuestro es cantado de manos tomadas, seguido del Cordero de Dios… La acústica de los Sacramentinos es única, suena muy bien la guitarra, rasgada con rapidez y destreza para emular los sonidos del cuatro. Para cerrar: Dame un nuevo corazón, Señor. Todos oran y cantan a viva voz. El cura está orgulloso de la nueva feligresía que llena su iglesia los domingos, como nunca antes.

La misa ha terminado, pero el padre pide cinco minutos de oración, prepara el  Santísimo y lo toma con sus manos envueltas en una bandera de Venezuela que hace latir más fuerte el corazón, baja del altar y camina con el Santísimo expuesto a lo largo del pasillo central; mientras lo hace, todos cantan Vive Jesús el Señor, las voces se cortan, hay muchos jóvenes con lágrimas en los ojos, parejas que añoran a la familia que no han visto desde que se vinieron a Chile en busca de oportunidades para sus talentos, hay dolor en sus corazones. Continúa el canto, Sana Jesús el Señor… Los muchachos han venido a tomar nuevas fuerzas, hay esperanza en su emprendimiento, ilusión en su insistencia por encontrar empleo, por sobrevivir lejos de casa… Reina Jesús el Señor, hay que cantar muy fuerte para cortar el llanto. 

«Salimos todos fortalecidos para continuar la lucha y regresar un día al país de origen a producir los cambios: con el orden y el apego a las leyes aprendidos de los chilenos, con el respeto y el amor al trabajo humilde que dignifica; con la experiencia ganada, el esfuerzo y la perseverancia que nos abrirán caminos», reflexiona esperanzado el migrante. «Me ha gustado esta Venezuela, la que estuvo hoy en la iglesia de los Sacramentinos», le entusiasma su fe al caminar de regreso a casa en Santiago centro.

Carlos J. Suárez Isea

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