#OPINIÓN Crónicas y relatos de la migración: Monkey Bars #7Ago

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Un niño siempre quiere treparse a los árboles y subirse a los techos de las casas, mecerse en el columpio, girar en la rueda o montarse en el sube y baja. Todas esas cosas las hizo el abuelo cuando era pequeño. «Anda y móntate otra vez, verás que se siente bien», se animó decidido. Hace un año se meció en los columpios de Central Park, en Nueva York, donde las hijas le tomaron fotos y grabaron videos para dejar constancia de su audacia. 

Esta vez, sin testigos, repitió la rutina en un solitario parque de un colegio vecino a la casa de su nieta en Stamford, Connecticut. De nuevo tenía razón aquella voz: «me sentí tan bien a los sesenta y seis como a los sesenta y cinco», concluyó el abuelo en casa de su familia que ha emigrado a Estados Unidos.

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Los norteamericanos son prácticos y atinados a la hora de poner nombres a las cosas, en especial a las acciones, utilizando el lenguaje de la manera más eficaz, con el mínimo posible de palabras en su idioma. Con solo dos términos logran definir la aventura y la fantasía de colgarse de las barras horizontales en los parques infantiles, con las manos o con las piernas, avanzar de una barra a otra colocadas en forma de escalera sin tocar el suelo; simple y preciso: MONKEY BARS o barras para monos, si nos empeñamos en traducir.

Y cada vocablo en inglés —como en cualquier idioma— se aprende según las circunstancias. «Tantos años estudiando e intentando hablar bien ese idioma y tuve que esperar a que una nieta de cinco años se viniera a vivir a Estados Unidos para escuchar y experimentar lo que más me fascinaba hacer», reflexionó el abuelo. Y siguió recordando: «un poco más grande, como a los diez, me guindaba de la barra con las piernas, me mecía hasta que mi cabeza y mi pecho alcanzaban la horizontal, soltaba las piernas de la barra y caía derechito al piso en posición vertical. Era lo máximo, mi mejor actuación de monkey bars; como mi nieta me muestra ahora».

Una nieta es como el mejor desempeño en la vida para un abuelo. Un nieto debe ser como el mejor guante de béisbol a regalar. Una nieta es la risa de ganar jugando a las cartas. Un nieto sería como el anzuelo y la carnada, juntos, mordidos por el pez. Una nieta son los cuentos de toda la vida; y un nieto, la historia de ser niño otra vez.

Carlos J. Suárez Isea

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