El próximo martes, desde las 9:00 de la mañana, la sede del Colegio de Médicos de Lara será escenario del evento “Cuatro Damas Larenses que han hecho historia”, una jornada para rendir homenaje a mujeres ejemplares que han dejado y continúan dejando una huella imborrable en el desarrollo social, educativo y cultural del estado.
El evento reconocerá la labor incansable de Elena “Paquita” Ravasio, María Lourdes “Yuyita” Chiossone, Milagro Gómez de Blavia y María Magdalena Colmenares, cuatro ciudadanas cuya entrega ha sido pilar en sus respectivas comunidades y áreas de trabajo.
Mujeres que inspiran con hechos
Elena Ravasio «Paquita» ha sido un verdadero faro de esperanza para jóvenes y adultos, no solo por su compromiso con la educación, sino también por su capacidad casi milagrosa de proveer almuerzos diarios a personas sin recursos. “Lo de Paquita es un trabajo único en el país y en el mundo”, destacaron los organizadores.
María Lourdes Ríos de Chiossone «Yuyita», por su parte, ha canalizado durante años apoyo para personas con discapacidad, gestionando la entrega de sillas de ruedas, bastones y otros implementos. Además, ha trabajado activamente en la preservación del patrimonio histórico del estado Lara.
En el ámbito cultural, Milagro Gómez de Blavia dejó una huella imborrable al lograr, a través de Fundacultura, que el museo donde laboraba obtuviera autonomía propia, posicionándolo como un referente regional. Su gestión visionaria proyectó la institución a nuevos niveles.
Finalmente, María Magdalena de Colmenárez ha sido una promotora incansable del folclore larense, en especial del Tamunangue en el municipio Morán. Su labor ha sido clave para la preservación y difusión de esta expresión cultural que identifica a todo un pueblo.
Elena Ravasio «Paquita»
Un ángel llegó a Barquisimeto en 1969 de la mano de la Iglesia Católica, para desarrollar una maravillosa obra de amor, generosidad, solidaridad vida y de servicio al prójimo. Elena Ravasio, conocida como “Paquita”.
Desde Italia se trasladó a Venezuela para cumplir un mandato de Dios. Sencillamente puede llamarse voluntariado, pero en realidad es Dios quien te guía y ordena.
“ Paquita” nos recuerda a Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca, apóstol de la Divina Misericordia, quien en su diario recogió los mensajes recibidos de Jesús (1905-1938).” Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo, ni excusarte, ni justificarte”.
Durante diez años, Elena Ravasio ejerció funciones en hotelería y turismo, precisamente lo que estudio, en su natal Italia, pero Dios le tenía prepara una noble tarea a miles de kilómetros de su ciudad y país natal. Ejercer un apostolado junto con su hermano sacerdote Presbitero Andrés Ravasio.
Tuvo de residencia un humilde rancho en el barrio El Triunfo y atendió a una familia humilde, para luego unirse al padre Ángel Riva, director de Cáritas de Barquisimeto y en 1976, hacer realidad el nacimiento de la Ciudad de los Muchachos.
Con su espíritu de humildad, sencillez y caridad. Impulsadas por el amor de Cristo y sostenidas por una profunda vida de fe y oración, “ Paquita” ha trabajado intensamente y a sus 96 años, con fortaleza y vigor de plena juventud, sigue adelante con su maravilla obra, incansable su trabajo y sacrificio.
Hoy día la Ciudad de los Muchachos, muestra varias sedes para atender a niños, jóvenes y adultos, además la sede principal en la carrera 13 con calle 43 es el gran centro donde centenares de personas estudiantes, trabajadores, amas de casa acuden diariamente para recibir un importante aporte alimenticio, en una titánica labor donde los aportes de muchas personas se hacen presentes, para sostener ese programa especial que ha cobrado extraordinaria importancia en los actuales momentos.
Pero esa obra social de “Paquita” no se ha detenido allí, en ese nacimiento y crecimiento de la Ciudad de los Muchachos porque su huella está estampada en el Hogar de Niños Impedidos, ( El HONIM). Ese hogar para dar amor a quienes no tienen amor, ( como dijo el padre Riba en una oportunidad) fue fundado el 29 de agosto de 1982, en las instalaciones donde funcionó la Casa Hogar-Artesanal Sagrado Corazón de Jesús fundada por Monseñor Omar Ramos Cordero. Luego se produjo la apertura del Cottolengo en la zona de El Manzano.
La justicia divina se llama caridad, dar sin recibir, hay que dar por justicia mucho de lo que se da por caridad.
Recordamos en Elena Ravasio un mensaje de Santa Rosa de Lima: “ cuándo servimos a pobres y enfermos, servimos a Jesús”.
María Lourdes Ríos de Chiossone «Yuyita»
Su solo nombre, sonoro y bien pertrechado: María de Lourdes Ríos Carmona de Chiossone, anuncia, por medidas iguales, el carácter señero de su linaje y, por fuerza de los elementos que contribuyen a definir, o predisponer, probablemente, al ser humano, también la ordenación definitiva de su destino. (Eso, claro está, en el entendido de que el tiránico destino penda sobre nuestras cabezas, y disponga).
Es que ya al nacer, en Caracas, un 29 de mayo, había quedado ligada por vía de la sangre, en la línea de sus ascendientes, con una tradición periodística que alcanzaría a ser centenaria, la de El Impulso; y por la de su descendencia, corta, escogida, con Juana Inés, una médica, la profesión más cercana al dolor, a los dolores que nacen con la vida y a los dolores que sobreviven a la muerte; y con su otro hijo, aviador civil a quien el pavoroso terrorismo que día tras día ensangrienta y asuela innúmeros pueblos, ajeno no obstante, Pablo Ernesto, a toda brutal bandería, alojado por rutina de su oficio en algún hotel de Afganistán, esa fanática irracionalidad cuyos agentes no pocas veces mutilan y asesinan mientras invocan a su dios, lo privó de volver a elevarse a los cielos extraños a los que lo había aventado la opresora naturaleza del techo bajo que aquí tarda en disiparse, la demorada gris tempestad de su patria.
Y aquella delgadita, jovial y expresiva caraqueña, que escogió ser barquisimetana entre las primeras, y a una misma buena vez más caroreña que la tostada que engalanan el pata e’ grillo y el lomo prensao, esa fina y culta dama llegada de la capital, que hacía brillar destrezas ante el piano y hablaba un puñado de idiomas, el francés, fluido, entre ellos, y algo del enfático alemán, había tenido además la ocurrencia de venir al mundo justo al día siguiente del onomástico del epónimo, y al escoger compañero de vida se prendó del que sería no solo su única y serena pasión amorosa, el acatado juez superior penal Dr. Pablo Chiossone, enlazados ambos, como en la perpetua imagen de Paolo y Francesca que nos concediera el Dante, por un amor que logra trascender más allá de los finitos salvajes azoramientos de este mundo.
Al ser consultada para este intento de semblanza, inacabada, sin duda, Yuyita, que así dieron por bautizarla, en los esmeros del cariño, la barquisimetaneidad y la caroreñidad, no se sabe cuál primero, o quizá juntamente, no tardó en decirnos que asegurarse por compañero a Pablo, su Pablo, hoy tributario de la tierra, figura entre los laureles más importantes de su existencia toda. Galante, protector, él la alentó intensamente en sus estudios, en sus desvelos sociales como los del Banco de Sillas de Ruedas (Bandesir), en su atenta penetración del acervo histórico de la ciudad, no faltó a uno solo de sus conciertos, incluso estuvo a su lado, escudándola, a la hora de sus ajetreos políticos, pese a que el juez se mostraba confeso refractario de todo cuanto oliera a ese infesto mundo tan teñido de dobleces.
De manera que su cosmos personal, habitado por los armónicos martilleos del piano, la vocación sanadora de Juana Inés y la aventura celeste del aviador martirizado, se vio rematado, desde un principio, por la convivencia con la toga administradora de justicia.
Se entrelazaban, en profunda y conmovedora comunión, con los sentimientos que más acabadamente condimentan la trama agónica y sin embargo dorada de la vida: el arte, el amor, los tratos sin libreto con el dolor, la persecución del hecho venal, el zarpazo trágico, sin que de esa compleja simbiosis, tan delatadora, alternativamente, de lo glorioso y lo sombrío en que se ha debatido desde siempre el género humano, dejara de aflorar el ansia de crear, sentir profundamente, cultivar el arte como forma y enseña de libertad, practicar el hecho solidario, cívico, sin aguardar la profusión de aplauso alguno. Sobreponerse, en una palabra, a la herencia de expiación que nos hace vulnerables.
“La mujer es la musa, pero también puede ser el artista”, deliberó alguna vez Georgia O’Keefe. Y ¿acaso puede haber más elevado acto artístico que moldear o afinar la vida misma como aliento y género en ejecución íntima, así inviolable, de un propósito que justifique el haber asistido en nuestro ciclo terrenal a espectáculo tan efímero, a esta función que no podrá ser repetida y suele dispensar boletos y asientos arbitrarios? La vida como acto artístico consciente, pleno, elevado, comprometido, ¿no residirá allí, acaso, la clave para detener la mecanizante deshumanización de la humanidad? Lo entiende, solo podría entenderlo, quien, como Yuyita de Chiossone, y el resto de mujeres hoy reconocidas, al procurar piensa más en prodigar después, que en atesorar para sí.
Lo dice su licenciatura, por la UNA, en la mención Dificultades de Aprendizaje. Lo confirma la avidez de comprender, que la llevó a cursar Historia Contemporánea en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Sus diez avanzados años de estudios de música bajo la égida de los Maestros Juan Bautista Plaza y Vicente Emilio Sojo, y los de ballet clásico, la formaron para la docencia, para la siembra de talentos. Profesora ejecutante de piano, se lee en uno de sus pergaminos.
Y cuando fue llamada al ejercicio público, como secretaria general de Gobierno, en Lara, el único escándalo que pudo propiciar fue el de concebir una de esas obras que no dejan votos ni suscitan arrebatos populistas: convocó a concurso, suceso inédito en el país, para la construcción de la actual sede del Conservatorio de Música, único, además, dotado de condiciones acústicas específicas. Una obra que, duele registrarlo, mantiene inconclusa la sorda insensibilidad oficial. Suerte de país portátil, diría Adriano, ferial Estado del disimulo, según Cabrujas.
Por eso, es preferible colocar en segundo plano las distinciones llegadas siempre por añadidura, las condecoraciones y placas honoríficas, los discursos de orden, la participación en jurados nacionales e internacionales, aun los aplausos granjeados en sus recitales como solista invitada por las principales orquestas sinfónicas, en universidades, casas de la cultura, teatros y academias de Venezuela, Europa y buena parte de Sudamérica.
En Leeds, Inglaterra, la tendríamos como única venezolana inscrita, previa audición, para el III Concurso Internacional de Piano. Insistimos, pongamos de relieve, más bien, el servicio en la Dirección de Educación del estado. En la conducción de la actividad cultural de la Asamblea Legislativa. En el Consejo Nacional de la Danza, a donde la condujo el Maestro Abreu.
En la Academia Interamericana de Violín. En el secretariado del Ateneo de Barquisimeto. En su condición de miembro del Consejo Consultivo de la Ciudad de Barquisimeto y directora general de la Fundación Amigos del Casco Histórico. En la Asociación Larense Manos Amigas (ALMA). En la presidencia, desde 1984 hasta el sol de hoy, del Banco de Sillas de Ruedas, en Lara, de la mano de Blanquita de Pérez.
En Bandesir, por cierto, ha producido, en medio de indecibles estrecheces, un recital de 5.800 atenciones a personas con limitaciones motoras, urgidas de aparatos clínicos. ¿No merece, ¡allez-y, madame!, una ovación de pie?
Asistimos a un mundo cada vez más irreal e inasible, controlado en forma creciente por el algoritmo, la robótica y la inteligencia artificial. El hombre, como en las simbologías del cuento de Borges, unas veces sueña con crear otro hombre, y acaba por descubrir que él mismo es soñado por alguien más. Pero, en medio de un tinglado de ficción o realidad —ya no se alcanza a saber con certeza—, hemos de avanzar, advertidos de que la máquina, incapaz, ahora, de plagiar nuestra capacidad de amar profundamente, al parecer tampoco luce cercano el día en que reproduzca esta chispa nuestra, tan humana, susceptible de emitir tristezas, miedos, alegrías.
Y se sabe bien, o al menos eso se presume, que no es precisamente el amor sino el llamado equilibrio del terror, el miedo mutuo, lo que disuade a las potencias nucleares de la amenaza latente de un exterminio global.
Que el amor y miedo sean nuestros refugios en el momento postrero, no sirve, precisamente, como timbre de orgullo para la estirpe humana. Es el inmenso desafío que encara en esta hora todo quien ostente algún poder de influencia en la opinión pública: los políticos, los intelectuales, los guías religiosos, los gremios, los insomnes teclistas de las redes sociales, los artistas. Habrá señales. Llegaremos a saber que vamos por buen camino cuando desde el poder se destierre el absurdo de pretender imponer la normalidad por decreto.
Cuando el ejercicio de la función pública y el bien común encuentren alguna fórmula de entendimiento. Cuando los monumentos estén más prestos a exaltar el pensamiento y la civilidad, que el arma y el sojuzgamiento. Cuando al maestro, el júbilo popular le consienta los galones del héroe. Cuando no haya más épica que la poesía. Cuando la convivencia social sea norma que no necesite haber sido escrita. Cuando presenciemos, sin asombro, filas de gentes, sobre todo niños, agolpadas frente a las librerías y los teatros.
Cuando la estética se abra paso entre tanto culto a la mediocridad. Cuando dentro del lenguaje de los símbolos, que mucho cuentan, en Caracas al Museo de Arte Contemporáneo se le restituya el nombre de Sofía Imbert; y aquí, entre nosotros, el parque zoológico y botánico de Bararida vuelva a llamarse Miguel Romero Antoni.
Dejemos por escrito que no deberá pasar mucho tiempo para que a la entrada del salón de clases del Conservatorio de Música, ya completado el edificio en todos sus ambientes y pletórico de armonías, un rótulo haga relucir el nombre de quien lo soñó, habiendo sido quizá soñada ella misma, como en el aludido cuento de Borges: nuestra gentil, espiritual y bienamada Yuyita de Chiossone.
María Magdalena de Colmenárez
La Negrita, alma tocuyana de San Antonio
María Magdalena Colmenares Lozada, nacida el 22 de octubre de 1951 en El Tocuyo, es la encarnación del Tamunangue, la danza larense que, bajo la bendición de San Antonio, teje raíces indígenas, africanas y españolas.
Más que una cultora, ella es el sincretismo vivo, una expresión del mestizaje venezolano, descendiente de Diego de Losada, fundador de Caracas, y portadora del orgullo de su negritud. Conocida como “la Negra” o “la Negrita,” su vida es un golpe tocuyano que resuena en el corazón de Lara, un testimonio de trabajo creador, humildad y compromiso ciudadano.
Su familia, los Colmenares, es un pilar de valores—honrar la palabra empeñada, la familia y las tradiciones—que construyen la Venezuela soñada.
Criada en una familia tocuyana de posición acomodada, entre Crispiniano Colmenares Peraza y Dulce María Lozada Perdomo, María Magdalena se distinguió por su trato cordial, directo, espontáneo y sencillo, ganándose desde pequeña el cariño de todos.
Los Colmenares, entonces agricultores e industriales de la caña de azúcar, y hoy también ganaderos, le enseñaron a amar la tierra y a ver el trabajo como creador de riqueza. Su infancia estuvo marcada por la devoción a San Antonio, patrón de El Tamunangue, y a la Virgen de La Valvanera, cuya capilla vecina a los cañaverales familiares era su refugio espiritual.
Si bien su color de piel ha sido siempre parte de su encanto, su abuela paterna, Doña Magdalena Peraza de Colmenares, una mujer muy blanca, se empeñó en aclarar la piel de su nieta con baños de avena y crema de Concha de Nácar. María Magdalena, con rebeldía infantil, cada fin de semana cerraba los ojos en casa de su abuela hasta volver a casa, sellando su orgullo por su piel morena.
A los siete años, dio su primera presentación formal fuera de El Tocuyo, bailando Tamunangue en la inauguración de la Concha Acústica de Barquisimeto, dirigida por Valentín Pérez. A los 14, su carisma conquistó Barquisimeto.
En 1966, como primera Reina del I Festival Folklórico de Lara, compitió con Rosario Anzola, representante de la capital, en una contienda de talento que cautivó al público. María Magdalena, con sus golpes tocuyanos, y Rosario, con sus valses, forjaron una amistad inseparable, aunque Rosario, hoy escritora y compositora de renombre, no pueda estar en este homenaje.
Con humildad, María Magdalena insiste que no ganó ella, sino el Tamunangue, un reflejo de su modestia y sencillez. Su presencia era una institución viva: en Barquisimeto, El Tocuyo y los pueblos larenses, cada rincón la reconocía con un cariño que aún vibra.
Como Reina del Azúcar de Venezuela (1967-68), llevó el Tamunangue a Cali, Colombia, junto a su padre, siguiendo la huella de su abuelo, pionero en Caracas. Su vocación ciudadana, nacida en aquellos días de estrellato, la llevó a estudiar sociología en la UCAB, movida por el amor a lo popular, y a especializarse en Gerencia de Programas Sociales en el IESA. Como Directora de Bienestar Estudiantil en la UCLA, organizó el Seminario sobre la Tradición Oral del Tamunangue (1980) y apoyó a “Los Negros de San Antonio,” un grupo de obreros que llevó la danza a Europa.
Como Directora Sectorial de Familia en el Ministerio de la Familia y responsable de la oficina del Banco Mundial en Venezuela (1999-2009), dejó una huella imborrable. Colaboradora incansable con CESAP, CISOR, CECOSESOLA y el Consejo Consultivo de Iribarren, nunca dice “no” a una causa cultural, social o personal, encarnando la solidaridad de su familia.
En 1979, María Magdalena llevó el Tamunangue a Europa con “Los Negros de San Antonio.” Siguiendo la ruta hacia el viejo continente que Ramóncito París había iniciado en la década de los cincuenta. Este viaje fue un auténtico desafío antropológico.
Puso al límite la plasticidad cultural del grupo quienes experimentaron las vivencias de un invierno nevado con un frio fuera de sus experiencias y los desafíos de un idioma, costumbres y gastronomía que les eran extrañas.
Pero cuando tocaban en sus presentaciones el público les daba el calor de sus aplausos y muchas veces de pie les rindieron honores. Así estuvieron en el Festival de Artes tradicionales de Rennes, Francia, y en otras 19 ciudades francesas, dos en Bélgica, Holanda y España; su pasión cautivó audiencias.
Un hecho simpático al final, pero angustioso al principio, fue duarnte un paseo ataviados con el atuendo típico del golpero tocuyano por las por las callejuelas del Barrio Latino en París. Tocaban la música tocuyana y mientras unos aplaudían y se unian al grupo, otros los llamaban “gitanos’. Vino la policía y cargó con el grupos de vestimenta extraña hasta la comisaria.
Después de las disculpas de rigor al constatar que el grupo era un invitado oficial del gobierno francés, la situación dio un vuelco épico, pues ellos dijeron que solo regresarían a su lugar de alojamiento después de que tocaran la música. Fue asi como en Paris la música tocuyana retumbó en un puesto policial parisino donde las funcionarias bailaron “negro” y una escolta de policías motorizados los llevó a su hotel a dormir. Sin duda nuestra música no solo cruza barreras culturales, contagia de emoción a quien lo escucha.
Madre de Daniela y María Alejandra, ha transmitido el Tamunangue a sus hijas, asegurando su legado. Ellas aprendieron a bailar y caminar a un mismo tiempo. En Caracas, con El Guaraleo, y en Lara, en promesas a San Antonio, teje redes de alegría. A sus 73 años, jubilada y jubilosa, sigue activa en FUNDASAB y el Consejo Ciudadano de Barquisimeto. Los Colmenares, con su dedicación al trabajo y valores ciudadanos, son un faro para Venezuela. María Magdalena no solo baila el Tamunangue; lo es: un patrimonio vivo que, con San Antonio como guía, inspira con su humildad y canto a una nación que renace.
Milagro Gómez de Blavia
En realidad, confieso que no recuerdo exactamente cuando conocí a Milagros Gómez. Para mí recuento personal ha estado allí toda mi vida y sospecho – como un vehemente deseo- que lo seguirá estando por mucho más tiempo. Lúcida, inteligente, oportuna, reflexiva, curiosa, solidaria, y me siento obligado a inventar nuevos adjetivos para describir la trayectoria de quien es un referente nacional de la inequívoca condición de glocalidad.
Me refiero a esos modos, inimitables, por cierto, que hacen posible que un Barquisimetano luzca los atributos de un ciudadano universal, sin necesidad de abandonar su tierra. Milagros es eso, y mucho más. Solo tiene que proponérselo y en un tris está demostrando, que es posible alcanzarlo sin mayor esfuerzo, y sin perder nuestros méritos y atributos regionales. Lo certifican sus 1.418 seguidores en Instagram y los 2.000 que se agrupan en su muro de Facebook.
Tengo atisbos lejanos y difusos sobre su singular reinado de la feria de Barquisimeto hace unas cuantas lunas por allá en 1967. Para mi tranquilidad, no mido la extensión de nuestra amistad por los años que han transcurrido desde nuestro primer encuentro, sino más bien por la cantidad y calidad de aventuras ciudadanas que hemos compartido.
Me seduce, como a muchos, esa particular forma suya de asumir la amistad, como si se tratara un acto de fe compartida, algo que a su vez se vincula estrechamente con el propósito de servir. Y, sobre todo, servir a la ciudad y a su gente. Confieso que en esa primera ocasión – ese impreciso encuentro perdido en la memoria- nos cautivó su belleza, pero su talento nos abrió otras opciones más gratificantes: Hacer cosas útiles y trascendentes para no perecer en los insondables abismos de la insolidaridad.
No hay manera posible de evitar y eludir ese mágico circuito que emana de sus especiales llamados y de sus rituales convocatorias. Confieso, que imposible resistirse a un nuevo llamado de “La Gómez” como se acostumbra a nombrarla en la intimidad del compromiso y el calor de la amistad. Es una acción que se presume y se da por cierta, porque si lo dictan las circunstancias, y ciertamente así sucede.
Al conocerse la convocatoria formal ante un nuevo episodio ciudadano, de súbito están presentes los animosos voluntarios de siempre y las nuevas conquistas que su llamado alcanza. El suyo es un hábito puntual, mucho mejor cultivado por ella; que se nos ofrece amplio y generoso al compartir por igual sus alegrías, sus triunfos, sus logros personales, que van desde sus afables hijos, hasta sus singulares nietos.
Y por supuesto, Pancho Blavia – su incondicional compañero- quien corre segurísimo en ese listado del obligante protocolo afectivo. Yo la advierto en cada ocasión que se me permite, toda vez que le reitero a la Gómez que lo heredado no se hurta, y lo suyo es por mucho, una certeza que se hermana con lo exitoso, lo loable, lo necesario y lo pertinente. Su descendencia, así lo confirma.
Los suyos caminan con paso firme y decidido en los más diversos escenarios foráneos. Esos jóvenes son asertivos, talentosos, exitosos, un rasgo que por lo visto define a la estirpe de la cual ella luce como notable fundadora. Los Blavia Gómez y los que siguen la cadena sucesoria, dan para otra historia igual de fascinante.
Con su convocante ejemplo, hemos crecido juntos e integrados en la visión de una ciudad que nos permita hacer posible esa ambición, que hace simbiosis con los méritos de la tradición que nos viste, con los recursos de la modernidad, la ciencia, la tecnología, mas el peso de lo cultural-local, como el más preciado acto humano. Una tarea nada sencilla, por cierto. Ella mira el futuro con una pasmosa facilidad y posee el don de contagiar un entusiasmo que salta presuroso en términos cuánticos.
Milagros nos dotó de un maravilloso Museo que nos hizo pensar en grande acerca de nuestra identidad como ciudad y como ese reservorio cultural que somos por nuestra historia, así como por nuestra condición de ciudad región. Con su auxilio miramos en grande la potencialidad de la cuadricula urbana heredada de España, desde las alturas del Centro Jacinto Lara, y posteriormente asumimos el reto ciudadano con el llamado constituyente, y a posteriori, con su elección como concejal al Cabildo de la Ciudad.
La lista de aventuras ciudadanas que hemos compartido puede ser infinita, y no los fatigaré con su numeración, pero si les puedo asegurar que in pectore albergamos una buena cantidad de proyectos contagiados de una muy sana utopía posible. Con ella siempre habrá más, como bien ahora nos convoca la consolidación del Consejo Consultivo de la Ciudad, o como antes lo hizo desde la Fundación Espacios por la Vida.
No satisfecha con su experticia como museólogo formado en Paris, abogado o gerente público, La Gómez se hizo periodista. Ella mutara siempre a la condición que las circunstancias demanden. A su lado hay tareas pendientes como proveer nuevamente a la ciudad de diarios, revistas, noticieros, medios de comunicación que hagan posible la construcción del espacio público donde el ciudadano respire con autonomía los aires de la libertad que nos confiere lo plural y lo diverso.
Bibliotecas digitales, museos, sitios de intercambio de ideas, culto notable por nuestras mas puras tradiciones y acceso directo a las ventajas de la ciencia, la tecnología, la IA y la capacidad creadora de la humanidad. En cada idea y en cada proyecto ella se presenta y asume como el mas incondicional colaborador, pero su talento y calidad humana, la ubica en la vanguardia de su conducción.
Ese es su mayor mérito, la lucidez para convocar y actuar en consecuencia. Ella debe saberlo muy bien, pero yo por necio, lo repito para ustedes. Milagros es una seguidora natural de Epicuro y para los Epicúreos la amistad ocupa un lugar central en su vida, tanto como uno de los pilares fundamentales para alcanzar la felicidad y una vida plena.
En algunos contextos, se referían a Epicuro como sóter («salvador»), y sus seguidores podían ser asociados con este término debido a su devoción a él como guía espiritual. Epicuro consideraba la amistad no solo como un medio, sino como un fin en sí misma, destacando su valor tanto práctico como altruista. Milagros no tan solo lo estima asi, sino que lo demuestra en cada iniciativa que lleva a cabo.
Pero como ella nunca se queda con una sola acción miro más adelante y tomó prestado de Platón nuevos elementos para enriquecer su hoja de ruta. Con Platón este concepto evoluciona y adquiere un sentido social y político. En República 496c 8 y en Ep. VII, 325d razona su retraimiento de la actividad política por la carencia total de amigos y camaradas seguros que le pudieran ayudar a renovar la ciudad-estado.
El significado de la amistad y los amigos para Platón es, que, como un grupo reducido, pero sano, de hombres forman una comunidad espiritual y ética que puede ser capaz de renovar la sociedad enferma. En eso anda Milagros desde hace ya bastante.
Aristóteles, citado en su Ética Nicomáquea nos habla de tres clases de amistad: la primera basada en la utilidad, para obtener ventajas o beneficios; la segunda fundada en el placer, para conseguir cosas agradables, es decir, la obtención de algún placer, y la tercera apoyada en la virtud, para buscar el bien. Esta tercera clase es la verdadera amistad para Aristóteles -y para Milagros- la que busca el bien del amigo por él mismo.
La amistad es el deseo del bien en otra persona por sí misma; nos atrae el bien que descubrimos en otro ser no como instrumento útil o como fuente de placer, sino por la persona misma. La amistad de este tipo no se puede encontrar en grupos de muchas personas, sino en un círculo reducido, pues es imposible ser amigo de muchos por la excelencia y por ellos mismos.
En nuestro acuerdo mutuo, “un contrato de adhesión afectivo”, contaminado de juridicidad inequívoca, quedó establecido que ese propósito era abiertamente compartido por las partes. Renovar la ciudad con los mejores elementos con los cuales nos dotó la modernidad, y asi quedó sellado con la inextinguible cláusula, de que esa amistad sería eterna e imprescriptible.
Con ella bien vale la pena hacerlo. La ciudad posee en la enérgica y decidida actitud de Milagros Gómez de Blavia, su mejor aliada, su más segura defensora, su hija más notable. Les confieso y les comparto mi incondicional afecto por esa amiga eterna, a quien todos los homenajes posibles, no podrán en justicia retribuir su entrega y amor por Barquisimeto.