Si no se construyen rutas realistas, lo único que quedará será resistir sin transformar. Celebrar fracasos como si fueran triunfos y eso no lleva a ninguna parte, esta es la recomendación que está haciendo el economista y presidente de Datanálisis, Luis Vicente León, a través de sus redes sociales a la oposición en un análisis que titula: “Venezuela y el desafío de construir caminos viables”.
Es comprensible que muchos dentro del liderazgo opositor sientan frustración, cansancio o incluso desorientación frente a un conflicto político largo, desigual y lleno de obstáculos. Las presiones han sido enormes y los espacios de acción muy limitados. Y, aun así, se ha resistido y se ha mantenido viva la idea de cambio, asegura.
Pero quizás hoy, más que nunca, se hace necesario un momento de pausa y reflexión. Porque, si bien muchas de las estrategias intentadas eran legítimas y nacieron del deseo sincero de transformar la realidad, también es cierto que no han generado los resultados políticos concretos que el país necesita. Ni las rutas más confrontacionales ni las más moderadas han logrado producir cambios estructurales. Y eso no las invalida. Pero sí plantea una pregunta ineludible: ¿tiene sentido seguir repitiéndolas sin adaptación?
Lo que preocupa no es el esfuerzo pasado, sino la resistencia a replantear el rumbo. En política, como en la vida, adaptarse no es claudicar. Muchas veces es la única vía para avanzar. Y si el objetivo sigue siendo una transición democrática, plural y viable, probablemente no habrá manera de evitar lo que siempre aparece al final del camino: la necesidad de negociar.
En ese contexto, es importante revisar también algunos discursos recientes. Mensajes que celebran deportaciones masivas de venezolanos bajo generalizaciones sin evidencia, o que respaldan sanciones petroleras que afectan a la economía productiva más que al poder político, no solo generan rechazo en amplios sectores, sino que también contradicen el objetivo de mejorar la vida de la gente. La crítica no es a la intención, sino al resultado.
Lo mismo ocurre con quienes decidieron participar en las recientes elecciones regionales y parlamentarias. Aunque sus resultados fueron limitados, dieron una batalla real, en condiciones difíciles y enfrentando no solo al aparato oficialista, sino también al rechazo de una parte de su propio sector. Esa acción, aunque simbólica, merece respeto. Porque intentar construir desde lo posible es distinto a celebrar la inacción, por muy justificada que se intente presentar.
Este no es un juicio. No es un ataque. Es una invitación sincera a repensar. Porque la desconexión no se combate desde la pureza, sino desde la eficacia. Porque la gente no está esperando épicas abstractas, sino soluciones concretas. Y porque si no se construyen rutas realistas, lo único que quedará será resistir sin transformar. Celebrar fracasos como si fueran triunfos y eso no lleva a ninguna parte.
Quizás aún hay tiempo para corregir, para abrirse a otras voces, para integrar visiones distintas y, sobre todo, para reconectar con una población que sí quiere cambio, pero también quiere vivir mejor. Y eso empieza por hacerse una pregunta sin dogmas (y no me refiero a alguien en particular sino a todos nosotros): ¿estamos haciendo lo necesario para lograrlo?