“Atrapado en la red de la memoria,
…el pasado nunca nos deja ir del todo.»
Kazuo Ishiguro (Nobel 2017).
«A veces, el amor nos deja atrapados…
…en un instante que nunca termina.»
Mario Vargas Llosa (Nobel 2010).
«A veces, la memoria nos deja atrapados…
…en un tiempo que ya no existe.»
Olga Tokarczuk (Nobel 2018).
“Nos creemos libres, pero estamos atrapados…
…en las palabras que nos definen.”
Jean-Paul Sartre (Nobel 1964, lo rechazó).
«El hombre está atrapado en su propia historia…
…y no puede salir de ella.»
William Faulkner (Nobel 1949).
«El escritor está atrapado entre la necesidad de contar la verdad…
…y el deseo de embellecerla.»
Toni Morrison (Nobel 1993).
- 12:00 m.
Es medianoche y el televisor me espía. De vez en cuando echo un ojo, pero es como ver un muro de celofán en la visera del aparato. Y la pantalla es mera chispa, mucha bomba y poco chicle. Esa rejilla ecuménica con la que cualquier mortal es un ejemplo curioso, en el hemiciclo paradójico de la subsistencia.
Casi siempre a esa hora, se ha ido la otra nada, la bien llamada enemiga con derecho, y no ha sido posible desempatar cuál de las nadas, vacía más. Una, porque no ve el contraste entre modales y mala educación. Y la otra, porque a la nada propiamente dicha, le incumbe un carajo, un bledo, (nos guste o no), ninguno de los seres humanos, (inhumanos o no).
No hace falta ser un inspirado para entender que existir, en sí, es un brete que uno por obstinado lo convierte en un etcétera de libertad e infortunio al unísono, tanto, que lo real y lo irreal, se barajan, dejándonos La vida en una tómbola, tom, tom, tómbola, frase de la balada Tómbola, interpretada por Marisol (Josefa Flores González) actriz y cantante, que alcanzó popularidad en los años 60, como ícono del cine y la música española. Tal vez, por eso hay quienes piensan que la vida es una tómbola, porque como contrasentido, son caras distintas de la misma moneda.
- 2:00 am
Desde el filo del sueño, el curador conecta con el medio. A nadie estos días, le agrada departir con el entorno porque puede que, sin aviso ni protesto, el entorno nos tome con el iPhone mal parado. Ir contracorriente es nocivo para la salud del que circula sin teléfono oculto. De noche, la ilación del aprieto es más cruda, al igual que el afán y la desorientación.
No sé cómo me sobra la hora por todos lados y tengo el reloj que siempre da las 2 a.m. Llama la atención, pues creo que en cualquier minuto cambiará. Justo e impasible, da la misma hora, pues la eternidad en las manijas fijas es el único credo en el fruto del silencio.
También a esa hora los recuerdos más sentidos surgen sin razón aparente o tal vez con una razón oculta en el túnel del remordimiento. Es de esas cosas que todos tenemos, pero que pocos admiten bajó la excusa de <<primero muerto, que bañado en sangre>>.
- 3:40 m.
A esta hora los sueños son tan raros, ocultos y oscuros como un abismo. También, son ilustraciones, conciencias sugestivas del motivo humano y supra humano donde quiera que ello esté. En el trance, vaya usted a saber, recordé el relato de un amigo, de las historias geniales en las que vivió liado el joven epicentro del cuento, con ese estilo irónico, afilado, incisivo, cáustico, que lo portaba como una Glock bajo el brazo de la sátira, disparada por la lengua puntiaguda y sagaz del locutor.
Contó que, cuando aún vivían en la Urb. La Florida en Caracas, cerca del borde sur del Colegio La Salle, (en donde el escolar cursaba el tercer año), hasta que su padre, militar retirado del período Pere-jimenista, lo envió a una Academia Militar fuera del país, a fundar en éste el modo marcial, plan que a los pocos años, naufragó. Pero esa, era otra historia…
Al fin que el alumno de colosal imaginación y melómano furioso de los años 60, con el rock and Roll de los Stones, Doors, Beatles, Cream, Traffic, Cocker, entre otros, se gozaba usar la misma ruta para llegar a su Casa en Las Palmas que se obtenía por veredas inclinadas desde el colegio de la Salle la Colina, cercano con las oficinas del canal televisivo Venevisión.
- 3:55 am.
Luego de irme al baño (a mi edad, un acto mecánico), volví a la cama y aunque no lo podía creer, continué delirando en el asunto del párvulo y el perro gruñón. Una peculiaridad del relato fue la calleja, atajos, pasajes, pasos, plazas, veredas, recodos y la típica zona verde provista de una espesura frondosa al pie del Cerro El Ávila y como antecámara a la Cota Mil.
En ese cacho inventado de mi memoria apareció el Joven saliendo de la Escuela de la colina a través de la verja trasera del campo de béisbol, supongo a eso de las 2 de la tarde, y tal vez jubilado de las últimas horas de clases. Una malla ciclón, doblada a propósito, servía de abertura de salida directa que, para ciertos estudiantes, reducía la distancia y ahorraban tiempo a los que vivían en la zona Las Palmas de la Urb. La Florida, ruta que descendía como un tobogán de hormigón hasta la Avenida Andrés Bello, pasando por el San José de Tarbes.
El interlocutor se iba transformando mientras echaba el cuento recordando el modo absorto del astuto chico que, a diario, vigente, transitaba un derrotero que se convirtió en una porfía, hasta que un día, todo cambió. Aquel día, estaba nublado, porque en las enaguas del cerro, el relente crecía en ciertas horas y épocas del año, con ultimátum de lluvia.
Aceleró el paso, mientras la zona de La Florida, (cercana a la Cota Mil y al Colegio La Salle La Colina) alojaba una rica fauna y flora premontana, típica del piedemonte caraqueño. Observaba la natura la que calculó en valor tangible. Su genio era abstracto pero perceptible en la forma de notar fuera lo que organizaba por dentro en algoritmos crematísticos y, sobre todo, traducirlos (en un futuro posible), en rentables proyectos ecoturísticos cinco estrellas.
En aceras y parques, observó zamuritos, ardillas, mariposas, el cristofué y el turpial. La flora incluía bucares, jabillos, helechos y arbustos nativos adecuados al clima templado de la zona. La diversidad urbana reconectaba con el ecosistema del Parque Nacional El Ávila socorriendo corredores naturales. Su preservación es vital para velar el equilibrio ecológico y la identidad ambiental de la región, supo instintivo, el futuro experto de la nación.
- 4:25 am.
Uno puede cualquier cosa, pero lo que no puede, es saber de lo qué es capaz, hasta que lo intenta. Eso estaba leyendo el incauto en un ensayo de R. Waldo Emerson la primera vez que el sabueso le pegó un susto que casi le da un infarto. Luego bromeaba diciendo que desde entonces le quedó del sobresalto canino, una cardiopatía, y un tic nervioso en el ojo.
Antes de eso, el camino hacia su casa había sido impoluto, casi un cuento de hadas, con recinto rayano en un edén en la tierra. El galgo, con serios ítems de conducta, nervioso, rezongaba colérico (desde su sombra, hasta su cola), tras la verja que lo contenía, y a la que mordía con saña y sus colmillos salidos, en señal de advertencia. ¡No estoy jugando carrito! parecía revelar el bocado apurado del can, sobre los polígonos de la verja, que lo separaba juiciosamente de los transeúntes asustados, y en especial ahora con su enemigo cotidiano. Al joven, el susto le duró poco, con el tiempo se convirtió en rabia compartida. A esa altura se odiaban y gruñían entre sí, como perros en pelea callejera. El joven había hecho sus crueldades tirándole piedras y cuanta vaina podía arrojarle desde una distancia segura. Varias veces con una pedrada en el hocico el can aulló del dolor mientras el joven rezongaba del deleite. Ya el perro y el joven compartían ese rencor visceral contra el oponente.
Marcantonio Faillace Carreño