Vivimos momentos de alta complejidad en un mundo caracterizado no solo por el debilitamiento del libre comercio y del multilateralismo, sino una conflictividad bélica y crisis de liderazgo a nivel planetario, sin precedentes en tiempos contemporáneos.
Durante el período entreguerras, en que ocurrió la Gran Depresión de EE.UU. y el resquebrajamiento económico y político de Alemania en la República de Weimar (1919-1933), EE.UU. recurrió al proteccionismo a través de la Ley Smooth-Hawley de 1930, la cual permitió aplicar aranceles a más de 20.000 productos, los más altos de la historia estadounidense. Sus efectos fueron considerados como un error de política económica, pues provocó retaliaciones de otros países, y con ello una contracción de las exportaciones de EE.UU. de US$ 5.200 millones a 1.600 millones en 1932, y una caída del comercio internacional del 33%, con impacto significativo en el PIB mundial. Más tarde, en 1934, tras el New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt, EE.UU. aprobó el Reciprocal Trade Agreement, con base en la cual el país negoció las reducciones arancelarias bajo el concepto de estricta reciprocidad bilateral. Se negociaron así 29 acuerdos, con una reducción promedio del 48% al 25% en cada acuerdo, teniendo como por ejemplo los acuerdos de reciprocidad comercial firmados por EE.UU. con Colombia y Venezuela, respectivamente, finalizados en la década de los 70.
Concluida la Segunda Guerra Mundial, mediante los acuerdos de Bretton Woods se crearon las principales instituciones: el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), y el Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (GATT), concebido este como un acuerdo provisional, ya que era aún temprano para impulsar una acelerada liberalización del comercio mundial. El GATT se concentró en la reducción del proteccionismo a través de ocho “rondas de negociación” celebradas entre 1947 y 1994, y en evitar la discriminación en el comercio mundial.
Finalmente, como resultado de la llamada Ronda Uruguay, en 1995 se firmó en Marrakech el acuerdo para la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), con sede en Ginebra, institución a la cual se atribuyó la definición de las reglas del juego para el comercio mundial, además de incorporar dos grandes temas adicionales al del comercio de bienes: el comercio de servicios y la propiedad intelectual, así como el establecimiento de un mecanismo más eficaz del que disponía el GATT para la solución de las diferencias entre los países miembros.
El GATT nació con 23 países en 1947, y la OMC reúne hoy a 164 naciones, que representan más del 98% del comercio mundial. A pesar de las dificultades para cumplir los objetivos de la Ronda de Doha para la liberalización del comercio de productos agrícolas y la reducción de subsidios o subvenciones al comercio agropecuario, se mantuvieron dos reglas fundamentales: trato igual para todos (trato de la nación más favorecida), y trato nacional, es decir, igual trato para nacionales y extranjeros. Se avanzó también en acuerdos para la liberalización del comercio de servicios, así como en el tema de la propiedad intelectual, para la protección del conocimiento. De igual manera, operó el mecanismo para la solución de controversias a través de grupos especiales (arbitraje), y así garantizar el cumplimiento de las reglas y otorgar seguridad jurídica al comercio internacional. Solo a partir del veto de EE.UU. para la integración del órgano de apelaciones en la década pasada entró en crisis el sistema, obligando a los países miembros a encontrar medios alternativos al existente.
Con la reducción progresiva de aranceles, el comercio mundial experimentó un crecimiento sostenido desde los años 50, confirmando que, a menores barreras, mayor es la expansión del comercio. Según datos de la OMC, el valor del comercio global era en 1950 de US$ 58.000 millones, y superó los US$ 24 billones (millones de millones) en el año 2023, representativos del 60% del PIB mundial. El promedio de aranceles de las economías desarrolladas se redujo de niveles mayores al 20% en los años 50, a entre 2 y 3%, ello hasta el inicio de la guerra comercial en el primer gobierno de Donald Trump. Así, la liberalización del comercio mundial propiciada por el GATT-OMC, aunque incompleta, ha sido el motor principal del crecimiento del comercio global, beneficiando a los sectores industrial, de servicios y a la digitalización del comercio. El sistema multilateral de comercio es pues fundamental para la existencia de reglas claras, previsibles, y que las controversias puedan ser resueltas de manera confiable, evitando incumplimientos o arbitrariedades. Existe además en la OMC un mecanismo de consolidación de aranceles, con listas integradas por numerosos productos, sobre los cuales los países se comprometen a “consolidar” o fijar techos arancelarios, dentro de los cuales pueden mover sus tarifas con libertad, pero no pueden excederlos sin previa negociación.
El manejo actual de la política comercial de EE.UU. quebranta los acuerdos existentes, y amenaza la existencia misma de la OMC. Paradójicamente, China es ahora el país defensor del libre comercio y del multilateralismo, en tanto que los países que fueron la cuna del liberalismo (EE.UU. y el Reino Unido con el Brexit) incurren en una contradicción con los principios doctrinarios en materia de política económica. Los resultados de la oleada proteccionista de EE.UU. están por verse, pero es claro que se afectan sustancialmente las cadenas globales de valor que se habían construido en torno a la globalización de mercados y a la globalización de la producción. Y se afectará la evolución del comercio mundial, y se encarecerán muchos bienes que se transan en el mundo, agregando algunos puntos a la inflación a nivel global.
El argumento del alto déficit comercial de EE.UU., que es real, no toma en cuenta que las cuentas de un país con el exterior (balanza de pagos), no solo comprenden la balanza comercial (exportaciones menos importaciones), sino la balanza de servicios, que es favorable a EE.UU., y la balanza de capitales, en lo cual EE.UU. recibe billonarios ingresos a través de sus mercados bursátiles, tanto de empresas como de particulares de todo el planeta, que confían en la solidez económica de ese país. Además, ingresan las utilidades de miles de empresas multinacionales estadounidenses que operan en el mundo. Solo así puede establecerse cuál es el saldo real de las cuentas externas de EE.UU.
El manejo discrecional de los aranceles, con motivaciones casi siempre políticas, no solo conduce a un mundo sin reglas o normas, que perjudica a todos, incluyendo a EE.UU., sino a una visión supremacista de ese país, inspirada en el lema del “America First”. El resultado puede ser un mayor aislamiento de EE.UU. que, aunado al retiro de ese país de numerosos organismos internacionales, favorece a China. Adicionalmente, la implantación en no pocos casos de barreras arancelarias infranqueables, distantes de los bajos promedios que prevalecían en el pasado, puede derivar en ineficiencias productivas en EE.UU., y en mayor inflación amparada en el “colchón” arancelario.
En este mundo revuelto, con varios frentes bélicos internacionales abiertos, es de esperar que las cargas se enderecen en el camino, que prevalezca una mayor prudencia, y que las medidas de EE.UU. no impulsen el efecto contrario, de estimular a los países afectados a aproximarse más a China, o que se generen indeseables reacciones políticas antinorteamericanas. Así lo estamos viendo con las conversaciones entre la Unión Europea y China, y los nuevos alineamientos en la geopolítica mundial, amén del papel relevante que ya juega China en el mundo en desarrollo: Asia, África y América Latina.
Pedro F. Carmona Estanga