La Declaración Universal de Derechos Humanos distingue “hombres y ciudadanos”, porque existen claras diferencias: un hombre es todo ser humano que por el solo hecho de existir se le debe resguardar la vida, la alimentación, la familia, la salud, entre otros derechos similares. Un ciudadano es ese mismo hombre inserto en sociedad, en el pacto social que llamamos Estado, así los derechos universales además son el derecho de votar/ ser elegido, libertades económicas, de prensa, de opinión, de expresión, así como deberes inherentes a la convivencia, de honrar/defender la patria, la Constitución.
A José Gerardo Mendoza Durán, dedico.
Un niño se constituyó en senderos que vencieron el tremedal. Para lograr coronar con éxito la empresa de su vida. Fieros cujíes se atravesaron en su paso de alpargata y soledad. La tierra agrietada por la feroz resequedad, escuchó sus sueños confundirse en el canto del turpial. Sus ojos se fueron llenando de horizontes desconocidos, mientras su tierra quedaba en la vera del camino. El olor al fogón todavía estaba impregnado en su piel afiebrada de nuevas experiencias, que iluminaran sus deseos de trascender en el umbral del tiempo.
Mucho se habla en estos días de la necesidad de revalidar los partidos políticos a fin de tener instrumentos democráticos para la lucha orientada a restituir los derechos constitucionales mutilados por el chavismo. Eso es absolutamente pertinente en relación a la mora histórica que todas las organizaciones partidistas tienen con la sociedad venezolana, en el entendido de que fueron precisamente los partidos del viejo estatus quienes perdieron progresivamente la sintonía popular para enclaustrarse en cogollos corrompidos e impermeables que cultivaron los desencuentros de clases sociales y sectores productivos que a la postre derivaron en esta tragedia histórica que nos ha costado la ruina nacional y más de 300 mil muertes inocentes a manos del hampa desbordada como brazo armado del poder revolucionario para sitiar al país y dominarlo…