Celular: asesino de la buena educación

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En primer lugar debo aclarar que soy, como casi todo el mundo, un convencido de la maravilla tecnológica que representa el teléfono celular para resolvernos miles de problemas diarios:

emergencias, accidentes, noticias importantes etc., pero, y aquí viene el pero de siempre, resulta que si usted va de visita donde cualquier amigo, o ellos vienen a su casa, en el 99% de los casos se los encuentra con un celular en la mano conversando con alguien, que sería lo mas normal porque, al fin y al cabo, para eso fueron inventados, pero la realidad, mucho más probable, es que están enviando un “mensajito”, o practicando un “jueguito” de entretenimiento, que parece los aísla del mundo de una forma increíble, o leyendo las notas del “tuiter” de algún personaje destacado, básicamente en la política.

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Hasta aquí la cosa parece normal pero la tragedia empieza prácticamente de inmediato. Porque, después de los clásicos saludos, toman asiento y cada uno agarra su perolito, y ante cualquier comentario que usted pretenda hacer para mantener la lógica conversación de estos casos, ni levantan la cara del celular, solamente gruñen una especie de “umjú” casi inaudible, usted permanece callado esperando si hay alguna contestación o comentario…..nada, opta por tragarse su disgusto y no explotar como le provocaría. Al fin, luego de casi un cuarto de hora, la persona levanta la cabeza y con un acento de presunto interés, pregunta ¿Y entonces?… Provoca contestarle: ¿Cómo entonces?… Hermano a mi ya se me olvidó lo que te dije, y correr con las consecuencias de perder una amistad a lo mejor muy apreciada.

Yo quisiera entender, para no estar demasiado lejos de las prácticas modernas, que no lo hacen de mala fe, es ya una costumbre, una obligación de la civilización actual, pero ¿Cómo no se dan cuenta que la indiferencia que están dando a entender con su falta de atención a un amigo o familiar es casi insultante? Que esa persona se siente ofendida, humillada, despreciada por decir lo menos. Esta debe ser, además del temor de salir a la calle por la inseguridad, una de las razones por las cuales las visitas a nuestras amistades, antes tan comunes y agradables, se han ido extinguiendo ¿Para qué voy a visitarlos si no se puede ni siquiera conversar? ¿Cierto?

Estoy consciente que esta especie de pelea la tengo perdida antes de empezar, tendría que “noquear” para empatar, como se dice de esas peleas de boxeo demasiado disparejas, son demasiados contra muy pocos, además de que muchos de ellos están en nuestras propias familias y, casi seguro, me van a reclamar o reprochar, pero quiero considerarlo un desahogo, como el inútil grito de angustia de quién trata de luchar contra lo irreparable.

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