La llaga de Llaguno

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Existen muchos ángulos sombríos en las horas posteriores a esa trágica tarde, pero lo innegable e incontrovertible es la responsabilidad criminal de quienes convocaron a la ejecución del asesinato masivo. Quien hoy es un santón decrépito de oficialismo habló de convocar gavillas amedrentadoras, siendo testigo de ello un joven oficial que luego fue expulsado del Ejército por haber corroborado esta “proclama” del entonces Ministro de la Defensa; asimismo, un ex jefe policial, luego devenido en burgomaestre capitalino, arengaba a las patotas armadas incitándolas a disparar a mansalva. Pero son los testimonios gráficos que muestran a los pistoleros de Llaguno y a funcionarios de Miraflores haciendo uso de sus armas contra los inermes manifestantes, la muestra más fehaciente de todo el plan que se urdió para poner en escena una auténtica masacre. La cadena comunicacional era el telón distractor para que Venezuela no captase el crimen que se gestaba y el cual se consumaría definitivamente con la puesta en marcha del Plan Ávila, tal como lo solicitó quien hoy implora perdón divino. Afortunadamente, la positiva maniobra de seccionar la imagen y lo más importante, la desobediencia de algunos mandos de las Fuerzas Armadas en cuanto a implementar el prenombrado operativo, impidió que la tragedia llegase al clímax.
La verdad debe ser piedra angular en la expresión vital del gobernante y los gobernados deben exigirla y percibirla no como una rudimentaria declaración retórica, sino como una noción convergente de atributos que se manifieste en el comportamiento cotidiano y en la conducta trascendente. Ahora bien, ello no implica que esperemos perfecciones paradigmáticas dado que por obra y gracia de nuestra condición humana ella, la verdad, puede manifestarse en el ser bien como un sustrato permanente o bien como una forma esporádica, llegando también a mostrarse dentro del marco de una carencia absoluta. Esta aparente digresión viene al caso en razón a que muchos gobernantes, de distinto nivel ético e intelectual, inclusive en nuestro país, han debido enfrentar hechos cruciales en los cuales el uso de la fuerza se les mostró como una alternativa casi insoslayable, pero un imperativo llamado desde ese lugar íntimo de la verdad esencial los hizo sacrificar la hipótesis de la permanencia política y optaron por retroceder evitando baños de sangre. Desafortunadamente, en la aciaga historia que se escribió hace diez años, nos encontramos que aquella persona en la cual convergían los hechos siempre ha sido y será un baldado espiritual que solo alimenta sus acciones con el odio y el resentimiento, siendo estos monstruos de su yo interior los que impulsaron las acciones que cegaron la vida de diecinueve venezolanos. Las paradojas intrincadas del destino, esas que aluden la justicia existencial, lo colocan hoy en el trance de las angustias, pero lo irremediablemente cierto de esta hora es que el perdón nunca podrá ser administrado por quienes arrastramos nuestros propios lastres, ya que esa unción solo corresponde a la esfera Divina.

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@masravchavol

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