LA CARTA DE MONSEÑOR HERRERA

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Monseñor Eduardo Herrera Riera, es un hombre prudente, preparado y con experiencia pastoral muy grande, humilde, de hablar pausado y suave, respetuosísimo de todos los seres humanos y sus pareceres, incapaz de ofender a alguien. Sin embargo, me he dado cuenta que es un hombre de firmes convicciones religiosas y morales y un apasionado del destino de su Patria. Daría la vida por la Iglesia y por Venezuela, respetando siempre a quienes no opinen como él. En los últimos años hemos tenido un trato cercano, me ha llamado varias ocasiones para comentar algo de lo que he escrito y hace poco, enfermo como está, mientras recibía acá en Barquisimeto el tratamiento por su enfermedad, estuvo alojado en una casa cercana a la mía y nos vimos y conversamos varias veces.

Ese insigne pastor de almas, acaba de enviarle al Presidente de la República, una carta pública pidiéndole rectificación de su conducta en vista de la grave enfermedad que también afecta al Presidente. Esa carta ha causado un impacto nacional y es conmovedor su contenido. El obispo Herrera comienza manifestándole al Presidente la sinceridad de lo que va a decirle. Soy un hombre anciano y enfermo le dice el ilustre prelado a Chávez. Parezco “un esqueleto andante” para después confesarle que sabe que “mi muerte está cercana”. Monseñor Herrera teme que si Chávez no se arrepiente de “tanto mal que ha hecho” sea condenado al infierno. Sin duda que el obispo caroreño demuestra un celo especial por un alma en peligro de condenarse eternamente por su mal proceder. Ese es el verdadero pastor, el que arriesga todo por la salvación de las almas, no el que milita en un partido político e ideologiza utilizando su Iglesia y su fe. El verdadero sacerdote es aquel que conduce a sus fieles a Dios, incluso a base de exigencias y sacrificios. “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre”, con estas palabras del Evangelio, dichas también al Presidente por el Cardenal Urosa, monseñor Herrera le recuerda o le advierte a Chávez que no basta besar crucifijos ni invocar tanto a Dios, a veces sin mucha sinceridad, para salvarse. Es necesario cumplir la voluntad de Dios, comenzando por la caridad que es el amor a Dios y a los demás, obligándonos siempre al buen trato, al trato justo hasta con quienes no piensan como nosotros.
Luego el obispo emérito de Carora, le hace un recuento al Presidente de las múltiples violaciones de los derechos humanos ocurridas en su gobierno, incluyendo, por supuesto, las actuales. La juez Afiuni, los comisarios, las expropiaciones, los exiliados, además de las prédicas de odio y violencia que no han cesado de salir de la boca del Presidente, ni siquiera por su enfermedad. Esto me recuerda aquella dura afirmación dicha por Dimas, el buen ladrón, al mal ladrón: “Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio?” La muerte de monseñor Herrera puede estar cercana, como él mismo lo dice con valentía y admirable fe en Dios, pero la del Presidente pudiera estarlo también y ese tiempo previo a la muerte probable y presentida, lo concede Dios para pedir perdón y rectificar y ese ha sido el sentido de la carta de monseñor Herrera, procurar que el Presidente rectifique y pida perdón. Ojalá lo logre, monseñor Herrera ha cumplido admirablemente su deber. He visto, lamentablemente, unas declaraciones del Presidente y de sus seguidores, peores que muchas dichas con anterioridad. Insultos, palabras soeces y burlas, dichas en televisión en horario para niños, agresiones absolutamente fuera de toda decencia, todo esto dicho contra el candidato opositor CaprilesRadonsky, quien, por cierto, ha adoptado la actitud de no responderlas. Ha dicho Capriles que no responde a insultos y eso es correcto, pero preocupa el ambiente que el Presidente ha creado y que sus seguidores respaldan ciegamente. Eso es, precisamente, lo que monseñor Herrera quisiera que se rectificara. Gracias monseñor Herrera su por histórica carta. El pueblo venezolano siempre se la va a agradecer. Honor al insigne y valiente obispo caroreño.

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