#Opinión: ¿Cuáles juventudes políticas? Por: Luis Barragán

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Ingresamos a la juventud socialcristiana a mediados de los setenta, siendo muchas las peripecias acumuladas en un largo y difícil itinerario. Nunca fuimos devotos de la tesis generacional, aunque –como promoción– obviamente vivimos tiempos distintos a los actuales. No obstante, hubo una juventud y unas juventudes políticamente organizadas y estables que, no pocas veces contrapuestas a las directrices partidistas, dejaron un testimonio que ojalá los muchachos de ahora fuesen capaces de conocer y superar.
De acuerdo a nuestra modesta experiencia, fue importante construir una trayectoria juvenil que comprobara y avalara toda vocación y promoción dirigencial. Incluso, en los comicios internos que, acentuémoslo, regularmente celebraba la JRC, una circunstancial derrota no significaba la liquidación política inmediata, sino que se entendía como parte de una lucha mínima y democráticamente reglada que exponía otras oportunidades.
Cada convención juvenil desembocaba en una secretaría general y un directorio, como instancias máximas de conducción. La colegiación de las decisiones guardaba correspondencia con la de los otros organismos funcionales (trabajadores, profesionales, mujeres y agrarios), añadido el comité nacional, por lo que – reglamentariamente – sesionaba semanalmente el directorio que se hacía representar con voz y voto en el elenco ejecutivo del partido a nivel nacional, regional, municipal y parroquial.
El directorio juvenil ponderaba y nombraba al secretariado administrativo, asegurando un desarrollo institucional – por ejemplo – en el campo estudiantil con el empuje de la Democracia Cristiana Universitaria (DCU), la que gozaba de autonomía funcional. Ésta, a su vez, resultaba de los plenos reglamentariamente realizados en cada centro de enseñanza, facultad y escuela, con su dirección política y administrativa.
Baremo indispensable y básico, cabe preguntarse si existen ahora las juventudes políticas en Venezuela, legitimadas democráticamente, aunque la respuesta jamás la podrán dar las oficialistas, adedadas burocráticamente en el marco de las generosidades presidenciales. Juventudes que sepan de un largo historial, convencidas éticamente, comprometidas ideológicamente, susceptibles de solventar las diferencias agonalmente, dispuestas a una contestación innovadora, despiertas al aprendizaje mutuo, multiplicadas por una vivencia institucional, calibradoras de vocaciones.
Nunca el pasado será mejor cuando sobra porvenir, pero –con todas las fallas, imperfecciones e ingratitudes– hay ese historial que nos enorgullece. Por ello, existen miles de personas que no desertarán, porque se afincan en una profunda experiencia y vivencia, y así como –otro ejemplo– los jóvenes socialcristianos hicimos el encuentro ideológico nacional, por cierto, previendo las amenazas autoritarias que por entonces se dibujaban; el de la dirigencia estudiantil de Barquisimeto, marcando orientaciones; o, presos y ferozmente reprimidos, protestamos el acuerdo de refinanciamiento de la deuda externa, hacia 1986, otras entidades podrán exhibir credenciales parecidas.
El Día del Estudiante también es el del compromiso político de las juventudes venezolanas, las que comprenden cabalmente la misión siempre perfectible de los partidos. Y, mal que bien, ellos manifiestan un compromiso ciudadano que se hace de comprobado coraje, pues –no olvidemos– aceptaron, acudieron y se resistieron en actos como El Petarazo y El Catiazo, en esta misma década del XXI, a sabiendas de lo que les esperaba.
Una juventud que le sea afín, contribuye al empuje institucional de los partidos, mas no la vanidad aislada de los muchachos que tienen la suerte de hallar un cupo en la televisión. El convencimiento doctrinario, ideológico y programático; el sentido estratégico y la orientación táctica; la organización y la estructuración de voluntades; la disposición al riesgo personal; la más modesta voluntad de reunirse y discutir los problemas que trasciendan a la fulanización de la vida política, constituyen los mejores valladares al intenso y enmascarado proceso de despolitización que hemos sufrido en la era del chavezato: debemos hacer una pública y sincera evaluación para afrontar la definitiva militarización de nuestras vidas.

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