Ante la polarización que sufre la sociedad venezolana en materia política, el fallecimiento del presidente Hugo Chávez es percibido de dos formas distintas entre los ciudadanos. Los seguidores del mandatario tienen un duelo profundo y de conmoción por la pérdida de su principal líder, mientras que los opositores se encuentran desconcertados por la inexistencia de una identificación, al menos institucional, con quien estuvo al frente del país durante los últimos catorce años.
El sociólogo Tulio Hernández, experto en cultura y comunicación, considera que la falta de un sentimiento común del colectivo, en una nación fracturada y polarizada, se agrava con la forma en la cual se ha manejado el sepelio, que más se asemeja a un acto de campaña electoral, donde se excluye a gobernantes regionales y dirigentes políticos que no están de acuerdo con el Gobierno nacional.
– ¿Cuál puede ser la mejor manera en que los venezolanos reaccionen luego del duelo por el presidente Hugo Chávez?
– Lo mejor que podría pasar, lo ideal, es que la muerte del Presidente pudiera significar el camino del diálogo, del reconocimiento mutuo y el respeto, que la figura de Hugo Chávez fuese manejada no como la del líder de una parte del país, sino como el Presidente de todos los venezolanos. Y alrededor de ese reconocimiento iniciemos un diálogo y de paz. Ojalá este mecanismo que plantean algunos voceros oficiales, de que al Presidente le inocularon la enfermedad sus opositores, no sea parte del discurso oficial, porque eso podría ser peligroso por llevar a convertir el duelo en rabia y la rabia en agresión.
– ¿Esta posición alimenta más la división?
-La realización del funeral como un evento político, de campaña electoral, y no como el entierro del Presidente de la República la termina de profundizar. Es decir, cuando vimos el entierro de Jhon F. Kennedy en 1963 -quien fue asesinado cuando estaba al frente de la Presidencia de Estados Unidos- allí no estaban los demócratas (sus aliados partidistas) haciendo campaña. Era todo ese país en pleno llorando por su presidente, igual cuando el entierro de Rómulo Betancourt, donde no se hizo una campaña por parte de Acción Democrática, sino enterrando a un expresidente venezolano con la representación de todos los partidos que hacían vida legal en ese entonces.
-¿Se imposibilita entonces la reconciliación?
– El diálogo, el reconocimiento de la existencia de millones de venezolanos que no apoyamos el proyecto de Hugo Chávez, requiere de urgencia. No se puede vivir maltratando, ofendiendo, humillando y degradando a tanta gente, simplemente porque no apoyan el proyecto político del presidente. Lo primero que debemos cambiar es el lenguaje porque no se puede estar tildando a un grupo de venezolanos de fascistas, un término terrible, por el simple hecho de no compartir la ideología dominante en el país. La democracia se basa en el reconocimiento de la diversidad de pensamiento y tendencias ideológicas, si se persigue eso no hay democracia sino totalitarismo. Para reconocer la diversidad no es solamente la minoría, porque el sector democrático venezolano no es una minoría sino la segunda mayoría, el 45% de la población por lo menos, según las últimas elecciones. Para que exista futuro democrático es necesario diálogo y reconocimiento del sector opositor, como parte de la comunidad internacional y comunidad política del país.
– ¿Dónde empieza la reconciliación que tanto se ha citado en estos días?
-Tiene que empezar desde el poder, donde se tienen que abrir las puertas, estrechar las manos y no reconocer a los contrarios como enemigos sino como adversarios, que son dos cosas distintas.
-Pero quienes están en el poder no sienten presión alguna para buscar el encuentro, más bien afianzan el hecho de ser la gran mayoría del país para proceder.
– Porque su lógica es totalitaria. ¿En que se basa el totalitarismo? En la idea de que el partido, o líder, sabe cuál es el bien que necesita la sociedad, por lo tanto lo impone y no lo discute, pero la teoría es que el bien no se puede realizar porque hay unos enemigos, malos hijos de la patria, que lo impiden. Así que no son adversarios sino enemigos que no pueden ser reconocidos como miembros de la misma comunidad política y hay que eliminarlos. Primero, políticamente, segundo, moralmente, y tercero, físicamente, dependiendo del grado de totalitarismo que se trate. El otro es inferior moralmente y no se le da ni agua ni pan.
Sin cambio de actitud
Como tarea fundamental para la reconciliación, Hernández propone que el diálogo comience por una serie de pasos que permitan a los venezolanos relacionarse entre sí de la mejor manera posible. Entre estos destaca el evitar el lenguaje que vaya hacia la degradación moral del contrario; luego el respeto a las ideas de los otros y evitar su satanización, porque la democracia no existe sin derecha, centro o izquierda.
Por último, una sociedad más unida requiere del establecimiento de normas para permitir la convivencia natural, además de la ampliación del sistema de medios públicos, para que tengan acceso todos los sectores que hacen vida en el país en condiciones de igualdad.
-¿Cree que estas prerrogativas pudieran cumplirse en los próximos meses, o durante un eventual nuevo gobierno?
– Quisiera que se cumplieran, es lo deseable. Pero creo que lo que se muestra en estos días con el ministro de la Defensa diciendo “hay que darle en la madre a los fascistas”, en medio de un acto doloroso, lo hace difícil. Es cierto que hay mensajes más dialogantes como el de José Vicente Rangel el jueves, pero no sabemos qué peso tendrán en el futuro. Creo que no hemos visto hasta hoy, salvo algunos voceros muy recatados, una actitud diferente a la que se tiene desde que comenzó este gobierno, pero el diálogo es lo que esperamos los venezolanos demócratas.
