Por la puerta del sol – Llanto en el exilio

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“Cuando uno deja la patria sin fecha de retorno y ese viaje se convierte en exilio, se empoza una amargura en el alma que se revuelve con cada recuerdo” (Patricia Poleo)
Una tras otra llegan y se van las fechas, vuelve navidad, vuelve el llanto, salen a flote los recuerdos.
El gorrión a su bosque no ha podido retornar. La inclemencia no ha parado desde el día aquel en el que la violencia del huracán  invadiera sus queridos predios  posesionándose  de su paraíso.  Otra navidad sin llenar los espacios que vacíos permanecen de los hijos que lejos tuvieron que buscar refugio.
Se aprende y se siente en este sin fin de acontecimientos, de fanatismo  e injusticias  que no siempre la verdad y lo justo hallan victoria, que la fétida iniquidad política seguirá ondeando su escuálida palma de gloria con pedantería, hasta que Dios lo permita…
Los hijos de la patria tuvieron que emigrar hacia el exilio, dejar sus queridos apegos, el nido, su labor, su familia y amigos, para librarse de la intimidación, la persecución, la amenaza, falta de seguridad personal y  ausencia de imparcialidad al hacer justicia. Estas son apenas algunas cosas por las que los seres humanos tienen que abandonar su terruño, unas veces por poco tiempo otras para siempre.
Exilio no solo es renunciar al riesgo de perder la libertad, la salud o quedarse sin protección ni seguridad alguna;  también se renuncia al calor de los afectos diarios, a los caminos tantas  veces recorridos, al calor del hogar dulce hogar, a la camita, la almohada, las cosas personales y queridas, los amigos, la familia, el trabajo,  los  platos añorados, las caraotas de la abuela, el pabellón, el hervido, la torta del cumpleaños en familia.  Se dice adiós a los momentos de alegría, a ciertos días, ciertas horas del pasado, a lo fuerte que se aferra decididamente a la vida del exiliado. Son áridas  las lomas que ostentan deformes y negras sus hondas cisuras. Desde el momento de partida es constante el miedo que se tiene a morir lejos de la tierra que se ama. Lo único que llega frecuente en el exilio con el viento, son los ecos de cuervos que graznan, de lobos que gruñen y rugidos de sorda amenaza.
La ruptura que provoca el exilio con nuestro mundo cultural y nuestro idioma es traumático e inhumano, interrumpe el rumbo vital de la existencia. Es una condena  cruel, violencia destructiva, rotunda que emplean quienes la provocan para destruir la esencia de la persona censurada y amenazada que tiene que huir de su patria.
Muchos se han  marchado hacia un porvenir incierto, envueltos en su bandera, con la patria en el corazón, con su honor intacto, los ojos llenos de esperanzas y de lágrimas, sus sueños fortalecidos, su libertad ardiendo; se fueron con sus ideales y creencias incorruptibles. Siempre hay un motivo y una razón para regresar. Largo es el camino de la tiranía y muy espinoso cuando acrecienta su odio y su furor.
Es imposible que pueda el verdadero honor doblar las rodillas ante un grotesco dios  de carne y hueso por poderoso que parezca. Se fueron los hijos de la patria por circunstancias  políticas, su pasado queda atrás -por ahora- detenido en el tiempo. Derrotas y victorias acompañan el hombre hasta el final; ni una ni otra son sus eternas compañeras. Saramago nos invita a recordar que “La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva”.
La tierra en que se nace por muy lejos que de ella se esté, conserva y defiende en el corazón la huella de propiedad que va por siempre pegada a la existencia. Cuando de ella se aleja por capricho de una dictadura, el exilio forzoso es más triste y más dañino. Es duro el camino de quienes tienen que hacer camino al andar, lejos de lo que le es más querido.
Fue su sentimiento de amor y nostalgia lo que inspiró el poema a la tierra en que naciera Julio Flores, que dejo como punto reflexivo del tema “Llantos de exilio”.
“Golpea el mar el caso del navío que me aleja de ti Patria adorada. Es medianoche; el cielo está sombrío; la inmensidad alborotada.
Desde la yerta proa, la mirada hundo en las grandes sombras del vacío, mis húmedas pupilas no ven nada. Qué ardiente el aire, el corazón qué frio.
Pienso, Oh Patria,  en tu aflicción   y pienso en que ya no he de verte. Y un gemido profundo exhalo entre el negror inmenso.
Un marino despierta… se incorpora… aguza en las tinieblas el oído y oigo que dice a media voz ¿Quién llora?”

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