De antemano lo descarto y lo combato. Entiendo que existe una población hoy defraudada y desesperanzada, hastiada y amenazada por tanto desorden y bochinche. La inseguridad desbordada no es una entelequia ni una suposición subjetiva. No hay un venezolano promedio que no la haya padecido y que se encuentre prisionero del miedo.
La inflación, la especulación y el desabastecimiento hacen de la vida material y espiritual una zozobra penosa. El pueblo trabajador encuentra su dignidad pisoteada y disminuida. La pobreza es el resultado de las injusticias de los hombres y éste Gobierno de “los humillados de la tierra” la convalida de una manera atroz a través de un ejercicio anárquico de la política y el deficiente manejo de la economía del país. Hoy más que nunca, en Venezuela, hay más hambre de justicia, y a la vez, indiferencia en atender éste crucial asunto. Los recientes saqueos son manifestación bien clara del oportunismo de unos y el envilecimiento de otros.
Políticamente el país está secuestrado por una dirigencia inepta y rencorosa, incapaz de actuar de acuerdo a la gramática política de una democracia plena, madura, con mayoría de edad. La institucionalidad es sólo un parapeto simbólico que encubre la flagrancia más descarada que nos acerca a la tribu, a un primitivismo social anacrónico y auto flagelante.
Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936) escribió su “Cesarismo Democrático” en el ya lejano año 1919, donde teorizó alrededor del caudillo fuerte como garante del orden y la paz ante una realidad anarquizada y violenta. El modelo de caudillo para Vallenilla Lanz fue Juan Vicente Gómez (1857-1935), cuya dictadura duró unos veintisiete años. Hoy todos sabemos que Juan Vicente Gómez fue un “tirano liberal”, giro éste interpretativo que Manuel Caballero le endilgó y que terminó ampliando la idea de un caudillo civilizador.
Lo cierto del caso, es que la recurrencia del hombre fuerte en nuestra historia para apaciguar el desorden nunca ha terminado bien. El costo en salud social e histórica ha sido demasiado grande y no creo oportuno seguir repitiendo el experimento. También es bueno acotar que estos “civilizadores” terminan persiguiendo y asesinando a sus opositores, además de creerse unos auténticos predestinados que pueden conducirse con absoluta impunidad.
Ni militares ni pinochets son los que requerimos en la hora actual, todo lo contrario, gente decente y honesta compenetrados con el servicio público y social, políticos probos y heroicos capaces de brindar el buen ejemplo a través de ejecutorias pulcras, democráticas. Y de manera especial, restituir el imperio de las leyes, y con ello la justicia. La idea de un supuesto tirano benefactor que una vez más nos venga a rescatar me luce desacreditada y contraproducente.
¿Un Pinochet para Venezuela?
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