No cabe duda de que lo que vivimos en nuestro país es una tragedia de dimensiones apocalípticas.
Independientemente de las discusiones académicas sobre si estamos en una crisis humanitaria o alimentaria, lo que vemos en las calles son protestas por falta comida, saqueos y desesperación de las madres venezolanas, por no poder alimentar a sus hijos.
En una situación de vulneración de los derechos políticos, sociales y económicos de los ciudadanos y de la desaparición del Estado. Los cálculos políticos de los actores de las partes en conflicto no tienen cabida. El gobierno piensa que el caos lo beneficiará porque a través de la represión podrá someter al país fácilmente, y algunos factores de la oposición creen que hay que esperar a que ”el gobierno se caiga solo”.
Ambos cálculos no se corresponden con la realidad. La represión tiene altos costos políticos y nadie sabe cuánto tiempo podrá sostenerse en el tiempo. Por otro lado, no existe ningún gobierno que “se caiga solo”. Sin una conducción política clara y unitaria por parte de la oposición el país seguirá hundiéndose en la anarquía con costos terribles para los ciudadanos. Los cambios de régimen ocurren cuando se conjugan los deseos de cambio en la mayoría de la población y el liderazgo político asume responsabilidad y compromiso con el logro de ese cambio, con base en objetivos claros y un horizonte temporal. Esto implica asumir grandes costos políticos e incluso personales.
El país necesita de manera inmediata el inicio de un proceso de mediación internacional. El conflicto venezolano ha llegado a tal grado de complejidad que es imposible resolverlo sin cooperación de actores externos. La mediación no es intervencionismo sino un mecanismo para resolver conflictos en que un mediador imparcial dialoga con las partes y una vez analizados los problemas y sus posibles soluciones, se va a un proceso de negociación. La mediación, por tanto, no puede ser encomendada a actores ya comprometidos con una de las partes. Por esta razón, las gestiones realizadas por Samper, Rodríguez Zapatero, Torrijos, y Unasur, claramente alineados con los intereses del gobierno nacional, están condenadas al fracaso. Una característica fundamental de un mediador es su imparcialidad y su credibilidad.
La sociedad esta escéptica porque aún están muy frescos los recuerdos del fracasado “diálogo” de 2014, que sólo sirvió al gobierno para ganar tiempo y recomponerse frente a las protestas de calle que sacudieron al país.
En consecuencia, en nuestro caso, lo mejor sería una mediación de la Organización de las Naciones Unidas, que tiene amplia experiencia y acendrada credibilidad en este tipo de conflictos, incluso donde ha habido guerras civiles de por medio, como en El Salvador y Guatemala. El camino está allanado porque la ONU, ya manifestado públicamente su interés en colaborar con nuestro país.
La mediación internacional permitiría destrabar el conflicto y ofrecer soluciones concretas a nuestra tragedia. La oposición tendría que ceder en sus criterios maximalistas, y el gobierno comprometerse con el respeto a la voluntad popular y a las reglas democráticas.
Las transiciones en el Cono Sur pasaron por el reconocimiento del papel preponderante que seguirían teniendo las fuerzas armadas en el sistema político, y tiempo después, cuando la democracia se consolidó, se inició un proceso destinado a la reparación de daños y anulación de leyes que favorecieron la impunidad.
En Venezuela lo que no se puede negociar es la vigencia de la Constitución, y el ejercicio de los derechos fundamentales expresados en ella. Por ende, la negociación consistiría en viabilizar la realización del referendo revocatorio y las condiciones mínimas para la transición democrática, tomando como base el beneficio de ambas partes.
Es fundamental que la MUD responda a los intereses de la mayoría de los electores y continúe por la senda de la unidad de criterios y estrategias, no ceder a falsos diálogos sin agenda que sólo sirva a los intereses del gobierno y seguir presionando por una solución electoral al conflicto a través del revocatorio.
De continuar empeorando la situación, inevitablemente sobrevendrá un escenario de violencia generalizada, motorizada por la escasez de alimentos y medicinas, que escapará del control de la gobierno y de la oposición y podría abrir las puertas a una solución pretoriana.
Todavía estamos a tiempo de evitarlo.