La Sobrevaluación del Bolívar

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Con frecuencia, oímos este argumento: “aquí no se produce nada, todo hay que traerlo del extranjero. Y todo lo traemos de afuera porque aquí no se produce nada”. Un efecto que se convierte en causa, que a su vez provoca un efecto, y así sucesivamente. A partir de estas supercherías se edifica un código de valoración negativo que remite el problema a una especie de mala conducta heredada, o un daño genético irreparable: el venezolano es flojo, eso viene desde la colonia, nos gusta la papa pelada y cosas por el estilo. Cosas que se dicen desconociendo que la política cambiaria quiere que así sea, no es un resultado adverso, se promueven importaciones porque conviene a la élite política.

La razón científica, objetiva y demostrable de esta elevada propensión a importar es sencilla: los productos se compran en el extranjero porque son más baratos. Y, porque se tienen los dólares, desde luego. Caso diferente es cuando las mercaderías no se producen en el país por dotación natural, ejemplo el trigo que no se da en el trópico.

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La afirmación anterior envuelve varias circunstancias no tan obvias, que deben hacerse explícitas, en la suposición que nada impide a un país producir internamente ciertos bienes. La primera es que el país exportador tiene ventajas competitivas, puede colocar sus productos en el mercado, gana la competencia. La segunda es que la supremacía obtenida se atribuye a su productividad, esto es: la producción diaria por trabajador es mayor que la del trabajador nacional, es menos costosa, por lo tanto, puede venderse a precio más bajo. Este razonamiento es válido siempre y cuando la tasa de cambio, cantidad de moneda nacional que han de entregarse por un dólar, esté en equilibrio, tarea que cumple el mercado en las sociedades donde existe libre comercio.

Agreguemos un elemento que nos acerque a la comprensión de Venezuela, que nos hace singulares en el concierto de naciones. Somos un país petrolero. El 96 % de los dólares los provee el petróleo, que es propiedad colectiva de los venezolanos, pero que, por decisión política hecha ley, los capta el representante político de la nación, el Estado. Es decir, somos un petro-Estado. La autoridad gubernamental le pone precio a lo que considera “suyo”, en este caso los dólares (el precio del barril lo pone el mercado mundial).

En los primeros años de explotación petrolera se tuvo una tasa flexible, la paridad bolívar- dólar se fue ajustando según se movían el índice general de precios en Venezuela y el índice promedio de precios en países que hacían de socios comerciales. Se preservaba así el poder adquisitivo del bolívar en el mercado mundial. Sin embargo, a la muerte de Gómez la política cambiaria toma un giro radical: adopta un tipo de cambio fijo, paridad que no se ajusta a las variaciones de precios, mientras que los demás países, guiados por los postulados económicos del equilibrio, sí lo hacen. Resultado: el bolívar se torna moneda fuerte, adquiere un sobre-valor, se aleja de su valor de equilibrio. La política cambiaria abarató las importaciones de todo tipo, consideradas provechosas. Permitía aumentar la cantidad de cosas que nos daban por un bolívar. Favorecía tanto a consumidores, que tenían a su disposición cualquier cantidad de productos baratos, como a los nacientes empresarios, apenas con rudimentos artesanales, que pudieron hacerse de maquinarias, equipos         y materias primas a muy bajo costo, con financiamiento del Estado, interesado en el desarrollo nacional.

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Después de aprovechar durante varios años una moneda sobrevaluada, se descubre que el proceso de sustitución de importaciones, requería una tasa “cara” que frenara el ímpetu importador, pues el parque industrial nativo no podía competir con productos importados. A pesar de lo aconsejable, esa medida no fue implantada. Se prefirió “proteger la industria” de otro modo, estableciendo fuertes impuestos a las importaciones. Prácticamente la tasa de cambio queda intacta durante medio siglo, un pequeño ajuste durante el gobierno de Rómulo Betancourt y quedará estacionada en Bs. 4:30 x dólar hasta el “Viernes Negro”, en 1983, donde se desbarata el esquema.

La Gran Venezuela, nombre que adoptó por aquella época lo que ahora se llama Potencia energética mundial, estaba endeudada a más no poder, había destruido el parque industrial nacional por imposibilidad de exportar productos distintos al petróleo. La sobrevaluación hizo extremadamente caros los productos venezolanos y baratos los extranjeros. La dirigencia del país se convenció que una tasa de cambio sobrevaluada, alejada de su valor de equilibrio, era perjudicial. Se emprende el recorrido a la inversa, empieza la ruta de las devaluaciones sucesivas hasta restablecer el equilibrio.

Como no se contenía la inflación, en pos del equilibrio perdido, se devalúa, con esto encarecen los productos importados. La inflación obligaba a nuevos ajustes. En eso quedó atrapada la política económica cambiaria hasta el año 2005, cuando el régimen cambiario de la revolución bolivariana retoma la sobrevaluación como pauta conducente.

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